Con uñas y dientes

El negocio en el que me hago las uñas está regentado por un matrimonio de Vietnam. Esta pandemia les ha complicado aún más las cosas

Una empleada haciendo la manicura en un salón en el centro de Madrid.Olmo Calvo

El negocio en el que me hago las uñas está regentado por un matrimonio de Vietnam. Vi mucha cola en la puerta del sitio y entré, como un bar de carretera con muchos camiones. El primer día que me atendieron fue todo muy complicado, me parecieron secos y antipáticos, pero no es fácil con ruido, doble mascarilla, mampara y la barrera idiomática.

Por aquel entonces, ellos hablaban poco español y yo sigo sin hablar vietnamita. En estos casos, siempre pienso que ellos hablan medio idioma más que yo. Esta pandemia les ...

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El negocio en el que me hago las uñas está regentado por un matrimonio de Vietnam. Vi mucha cola en la puerta del sitio y entré, como un bar de carretera con muchos camiones. El primer día que me atendieron fue todo muy complicado, me parecieron secos y antipáticos, pero no es fácil con ruido, doble mascarilla, mampara y la barrera idiomática.

Por aquel entonces, ellos hablaban poco español y yo sigo sin hablar vietnamita. En estos casos, siempre pienso que ellos hablan medio idioma más que yo. Esta pandemia les ha complicado aún más las cosas. La primera vez que nos reímos juntos fue el día que dejaron caer que se habían percatado de que siempre me costaba elegir color de uñas.

La segunda vez, me preguntaron si no trabajaba ese día. Una cosa llevó a la otra y comenzó a seguirme en Instagram y me enteré de que el negocio era suyo. Otro día fui con mi hijo. Le tratan con cariño, ríen sus gracias y ocurrencias y me relajan en mi afán de que el niño no toque nada, que luego lo tienen que desinfectar. No paran de desinfectar obsesivamente. En la siguiente sesión, me preguntan por el niño, me dicen que es muy guapo. Ella aprovecha que hay poca gente para hojear lo que parece un cuaderno, me pide que lo mire antes de irme y así descubro que son ejercicios de español.

“Lo tienes todo bien, excepto esta palabra”, le digo. Por un segundo pienso en decir “menos” en lugar de “excepto”, pero cambio de opinión rápidamente porque no le hago ningún favor menospreciando su capacidad para aprender. La felicito y sonríe orgullosa, se nota que es importante para ella. Me dice que tiene 28 años.

La última vez que fui, les pregunté por la situación del coronavirus en Vietnam. Me comentan que está todo cerrado, con su hijo de dos años dentro. Me quedo en shock. Hago cálculos mentales del tiempo que tiene el negocio. Su nivel de español no me cuadra.

El niño nació en Parla. ¡Claro! Cuando nació, el negocio no acababa de arrancar y ambos se pasaban todo el día trabajando, por lo que le llevaron a Vietnam hasta que pudieran contratar a alguien y turnarse para cuidarlo. Pero entonces estalló el coronavirus y el niño se quedó en Vietnam.

“¿Qué significa un buen día?”, me pregunta ella, cuaderno en mano. “Un día lleno de cosas buenas”, le contesto. Pago y me voy, con mi corazón de madre todavía encogido. Me dice: ¡Un buen día! Riéndose. Yo sonrío bajo la mascarilla y entonces, saliendo de la tienda, me pide que me baje un momento la mascarilla, haciendo ella lo propio. Nos vemos las caras por primera vez en un año, sin mascarillas, ni mamparas, ni clichés, ni prejuicios. Solo veo sonriendo a mujer que lucha, nunca mejor dicho, con uñas y dientes.

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