Un instituto público de Madrid lanzará al espacio un nanosatélite de un millón de euros
Los alumnos de Las Musas reciben a las dos científicas israelíes que dirigen un proyecto educativo espacial único en España y Europa
No es nada común que un proyecto educativo de un centro público cueste un millón de euros. Algo más, de hecho. Y mucho menos que se vaya a conseguir, o esté en camino de conseguirse, si se cuenta en el montante final tanto la parte económica como la parte en especies. El nanosatélite que se está construyendo en el instituto Las Musas, de Madrid, va viento en popa en parte por eso y en parte porque dos cie...
No es nada común que un proyecto educativo de un centro público cueste un millón de euros. Algo más, de hecho. Y mucho menos que se vaya a conseguir, o esté en camino de conseguirse, si se cuenta en el montante final tanto la parte económica como la parte en especies. El nanosatélite que se está construyendo en el instituto Las Musas, de Madrid, va viento en popa en parte por eso y en parte porque dos científicas de Israel están dirigiendo un proyecto que no es solo pionero en España. Ningún colegio o instituto europeo lo ha hecho hasta la fecha. No es nada despreciable. Una de las farmacéuticas más importantes de Israel, SpacePharma, aportará tecnología punta para poner en órbita avances experimentales, por ejemplo, y el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) colaborará con cuestiones técnicas. La Embajada de Israel o la Consejería de Educación (aunque poco) han aportado parte de ese millón, y diferentes empresas privadas, tanto españolas como israelíes, se han comprometido a formar parte de un hito educativo que ya vislumbra el espacio.
La doctora Ana B. Heller es todo un torbellino. De conocimiento y de verborrea. Por fin ha pisado el instituto Las Musas como un astronauta conquista la Luna, atraída por la gravedad del momento que requiere reunirse presencialmente con sus 29 alumnos, con esos con los que lleva un año diseñando un nanosatélite que está previsto que se lance al espacio al finalizar el curso que viene. Ella, científica aeroespacial argentina y residente en Israel, ha guiado a los “pibes” desde Tel Aviv en plena pandemia. Ellos, aquí, han seguido las lecciones dentro de su centro en San Blas.
Con dos clases a la semana por videoconferencia y un trabajo organizado como si fuera una start-up (cada alumno debe desempeñar un puesto: ejecutivo, comunicación, marketing, logística…), el experimento ya no es una quimera. Para empezar, a partir de la semana que viene en la cubierta de uno de los edificios de Las Musas habrá una estación de seguimiento propia, que servirá para recoger datos e información. El nanosatélite, bautizado como SpYsat Urania y de 35 centímetros de alto, ya tiene forma y, lo más importante, un objetivo: se encargará desde su órbita de realizar un experimento de microbiología que servirá para encontrar soluciones para el ser humano en el espacio. “Cuando los astronautas vuelven han perdido masa muscular, visión, se les estropea la piel... Por eso se está investigando en todo el mundo, y nosotros acá, en este instituto, para que nuestro cuerpo pueda resistir viajes interplanetarios”, explica Heller con un entusiasmo inusitado, como si hiciera esto por primera vez. “Para eso necesitas desarrollar una tecnología y esa nueva tecnología hay que desarrollarla en el espacio. Por ejemplo, ahora se están haciendo un montón de desarrollos antiaging (antiedad), que en definitiva es para que la radiación no envejezca la piel tan rápido. La van a aprovechar las mujeres, y los hombres, pero en definitiva es para el futuro”, insiste, emocionada con que estos pibes, como llama a sus 29 alumnos, de 16 años, tengan una vertiente científica tan acentuada.
Lo dice con conocimiento de causa por todo lo que lleva a sus espaldas. En el currículum de Heller aparece que es física y astrofísica, además de licenciada en Astronomía con un máster en Geofísica y Ciencias Planetarias por la Universidad de Tel Aviv. Y es, además, la que impulsó en Israel el desarrollo de nanosatélites en centros educativos. “Ahora se ha popularizado mucho allá, pero costó lo suyo también”.
Desde una choza
Preguntar por los orígenes de aquellos pequeños satélites lanzados al espacio remonta a Heller hasta 2002. Trabajaba en la industria aeroespacial y fue entonces cuando en una de sus investigaciones descubrió que existía algo que “entonces era muy nuevo”, que se estaba desarrollando en una universidad estadounidense. Se trataba de pequeños cubos de 10x10x10 centímetros y un peso de 1,33 kilogramos (CubeSat) que empezaban a denominarse nanosatélites. Aquello la atrapó. Y pidió investigarlo más. “Pero me dicen que eso era un juguete, que no. Pero yo, que soy una revolucionaria y un poco rebelde, insisto”.
El intento no cuajó. Por eso se presentó en la Universidad de Tel Aviv, donde sí pudo después dirigir un curso complementario, extracurricular. Se matricularon 40 alumnos de 15 años, ya que allí también estudiaban jóvenes de Secundaria, y comenzó lo que ella denomina “una historia de película”. “Nos dieron una choza a las afueras que tuvimos que limpiar nosotros mismos, uno llevaba pintura, otro un cepillo... Y se convirtió en un lugar de conocimiento y de camaradería, porque también quedábamos allí para comer pizza o tocar la guitarra. Fue precioso”. Tanto, que ahora puede enorgullecerse del germen que plantó en aquella choza donde estudiaban el espacio con problemas fisicocuánticos. “Uno de aquellos pibitos, por ejemplo, estudia ahora un doctorado de economía espacial en Harvard y estaba en el equipo del último satélite que se lanzó a la Luna”, sonríe. “Pero si me pongo a decirte dónde está cada uno de aquellos 40, alucinas”.
Aquella fue su primera incursión en la educación y los nanosatélites. Después, Heller consiguió que su proyecto despegara en la ciudad de Herzliya, al norte de Tel Aviv, porque allí se puso a los mandos del primer laboratorio espacial juvenil del país.
Y, de repente, llegó el acelerón.
La doctora Heller se presentó en Bruselas en 2012 con el ordenador repleto de ideas. La UE lanzaba entonces un proyecto que se llamaba Qb50 dirigido a las universidades. La idea era seleccionar 50 proyectos de nanosatélites de 20x10. El objetivo era sencillo: las universidades se encargaban de desarrollarlo y la UE del lanzamiento al espacio. Heller, la única que se presentó por parte de Israel, conquistó a la comisión evaluadora: sus alumnos habían desarrollado un nanosatélite para responder a las llamadas de auxilio de personas perdidas en la montaña o en mitad del océano.
En 2014, aquel proyecto despegó hacia el espacio. En 2017, otro más evolucionado. En 2019, otro más. Ahora, Israel lanzará siete juntos.
En este punto de la historia aparece Rodica Radian-Gordon, la embajadora israelí en España. En 2019, cuando acababa de ser nombrada, se puso en contacto con Heller. “¿Puedo ir a verte?”, le dijo la embajadora. Y se plantó en casa de la doctora. Allí le explicó que quería traer a España un proyecto educativo para unir los dos países, y le pidió consejo. La argentina volvió a abrir su computadora y le habló del espacio, de la ciencia, de la tecnología... y de la conveniencia de involucrar también a la doctora Shimrit Maman, una científica especializada en remote sensing (teledetección) que acaba de recibir en Dubái el premio a la excelencia, “porque es top one, te lo digo de verdad”.
Maman trabaja con satélites que monitorean la Tierra, aunque también observan otros planetas como Venus o Marte y, en Las Musas, se ha encargado de dirigir otro proyecto diferente al de Heller, denominado She Space. Marta López y Míriam Rodríguez son las únicas dos alumnas españolas que tienen el honor de haber trabajado mano a mano con Maman, que paralelamente dirige a otras estudiantes de otras partes del mundo como Alemania, Israel, Togo, Estados Unidos, Perú o Corea del Sur. La idea es observar la Tierra desde el espacio a través de cámaras con distintos sensores incorporados en los satélites para estudiar los efectos del cambio climático. “Esto es capaz de salvar vidas porque no solo vemos los efectos en los cultivos, dónde hay agua o dónde hay sequías, también es capaz de detectar huracanes o tsunamis”, explica la israelí, que trabaja en la Universidad de Ben-Gurión del Néguev.
Ni qué decir tiene que Radian-Gordon salió de la casa de Heller convencida de que ya tenía un proyecto bandera y, una vez en España, seleccionó el instituto.
Ahora mismo, los alumnos que comenzaron el proyecto el curso pasado —cuando estaban en 4º de la ESO— se dedican a analizar qué órbita es la que más les conviene y cuánta energía van a necesitar. José Antonio Expósito, el director del centro, cuenta que el viaje para ellos está siendo más que gratificante. “Están abordando problemas reales, no solo teóricos. Y ahora piensan en grande, quieren ser ingenieros aeroespaciales”. Si todo sale bien, el año que viene, antes de que abandonen el instituto, verán cómo su trabajo sale disparado hacia el espacio. El futuro, ensamblado en aulas del barrio madrileño de San Blas.
"En órbita es más fácil detectar una enfermedad"
El nanosatélite de Las Musas mide 35 centímetros de largo y pesará entre cuatro y cinco kilos. Yossi Yaman, el director ejecutivo de SpacePharma, también ha explicado a los alumnos que empresas como la suya sirven como herramientas de investigación para científicos, investigadores u hospitales. “Se exploran las maneras de solucionar problemas aprovechando las características que ofrece el espacio”, dice. Y añade: “En órbita puedes aumentar la cristalización de un líquido, las moléculas de un análisis se pueden ver en 3D, por lo que es más fácil detectar una enfermedad”.
La pregunta principal es por qué una farmacéutica se implica en un proyecto llevado a cabo por adolescentes. “Creo en la nueva generación, en la ciencia y en que en la próxima década hay que avanzar mucho en tecnología”, explica, a la vez que anima a los gobiernos a invertir en el sector espacial. “Si las empresas de coches tuvieran que pagar por las carreteras, esa industria no existiría. Lo mismo ocurre con el espacio. Es necesario facilitar las estructuras espaciales”.
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