Los guardianes de la existencia

Las personas que cuidan son las que sostienen, con sus manos desnudas, la certeza de que siempre habrá alguien ahí. Muchas veces, a costa de sí mismos

Una cuidadora ayuda a una mujer en una residencia de ancianos. Carlos Rosillo

Hoy quiero hablar de todas las personas que cuidan. Se habla poco de ellas y son las que sostienen el mundo. Sin ellas tendríamos muchas más personas desamparadas, como desgraciadamente las hay. Y no me refiero a que estén desamparadas en lo clínico, que también, porque trae aparejado la dichosa burocracia, sino a un desamparo mucho más profundo. La sensación de sentir que no le importas a nadie.

Dicen que existes mientras alguien te recuerde. ...

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Hoy quiero hablar de todas las personas que cuidan. Se habla poco de ellas y son las que sostienen el mundo. Sin ellas tendríamos muchas más personas desamparadas, como desgraciadamente las hay. Y no me refiero a que estén desamparadas en lo clínico, que también, porque trae aparejado la dichosa burocracia, sino a un desamparo mucho más profundo. La sensación de sentir que no le importas a nadie.

Dicen que existes mientras alguien te recuerde. Las personas que cuidan tienen a su ser querido en la cabeza 24 horas al día, lo que significa, de acuerdo con ese dicho, que las personas que cuidan son las que velan por la existencia en todos los sentidos en los que se puede existir.

Las personas que cuidan son las que sostienen, con sus manos desnudas, la certeza de que siempre habrá alguien ahí. Muchas veces, a costa de sí mismos. Es una figura que suele ser discreta, no vocifera, ni alardea de sus actos. Suele decir cosas como “poco a poco”, “tirando” o “vamos haciendo”.

Qué coraje me da esa bondad de pantalla, esa que se graba mientras haces algo bueno para que todo el mundo lo vea. Y no estoy diciendo que no sea bonito hacer cosas buenas por los demás, grabadas o no, pero me parece extraño que mientras los vídeos acumulan millones de visualizaciones, se ignore, pero tantísimo, a las personas sencillas que cuidan todos los días, a todas horas, en silencio.

Recuerdo una escena de la película Love Actually (imagino que todas sabéis a qué película me refiero porque la dan todas las Navidades). En esa escena, el personaje que interpreta la actriz Laura Linney se encuentra en una cena de empresa. El atractivísimo compañero que le gusta desde hace años por fin se le acerca y acaban en el apartamento de él. Cuando ya están a punto de... comienza a sonar el teléfono de ella. Es su hermano, ingresado en un centro clínico, llorando mientras le pide que vaya a verle.

Al principio ella trata de calmarle y seguir con lo suyo, pero ante la insistencia de su hermano, finalmente se despide del compañero, que no entiende nada. Y se va. Los cuidados son un acto de renuncia, sobre todo de amor, pero también, renuncia, pues se da la paradoja de que el amor más sincero es un amor que no es egoísta.

No hay glamour en los cuidados. Notas cómo vas cambiando poco a poco, te notas cansada, abatida. Muchas personas que cuidan acaban con depresión, lo que supone gestionar dos vidas cuando sientes que no puedes gestionar ni la tuya propia.

Aparcas cosas como vivir, echar un polvo, o no contestar el teléfono si no te apetece. Un cuidador decía el otro día en la tele que para él había sido un privilegio poder cuidar de su mujer. Y no quiero borrar esa imagen de la persona que cuida. Solo digo que cuidando se sufre, y mucho, y que ese sufrimiento también merece ser contado.

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