Hacer el cabra en La Hiruela
El otoño es una época fantástica para practicar senderismo en familia y en este pequeñísimo y encantador pueblo del extremo noreste de Madrid hay una ruta perfecta
“Lo que más me ha gustado es hacer el cabrich“, cuenta entre risas Lucas Feito, de casi 10 años, para quien todo termina en ch, como lagarch y zorrich, al término de una jornada en la que ha corrido, ha trepado, ha cruzado ríos y les ha tirado piedras, ha subido y bajado trochas y escaleras de lascas, ha cazado saltamontes, ha probado los famosos pasteles Cojonudos, ha jugado al frisbi, se ha puesto perdido de la cabeza a los pies... en resumen, ha disfrutado de algo tan simple y tan reconfortante co...
“Lo que más me ha gustado es hacer el cabrich“, cuenta entre risas Lucas Feito, de casi 10 años, para quien todo termina en ch, como lagarch y zorrich, al término de una jornada en la que ha corrido, ha trepado, ha cruzado ríos y les ha tirado piedras, ha subido y bajado trochas y escaleras de lascas, ha cazado saltamontes, ha probado los famosos pasteles Cojonudos, ha jugado al frisbi, se ha puesto perdido de la cabeza a los pies... en resumen, ha disfrutado de algo tan simple y tan reconfortante como un día de campo, que es lo que más les gusta a los niños de ciudad.
Es un domingo de otoño que más parece primavera porque el bosque sigue verdísimo y Lucas y su familia están en el área recreativa del Molino Harinero, un lugar de cuento junto al río Jarama, con una docena de mesas de pícnic a la sombra, una pradera rodeada de chopos y saucos y un molino restaurado, que data de del siglo XVIII y que conserva sus mecanismos originales. Allí concluye una sencilla y preciosa ruta de senderismo, eso sí, no apta para carritos de bebés, que comienza en La Hiruela, en el límite noreste de Madrid. Tan al límite, que al cruzar uno de los puentes se pone un pie en Guadalajara.
El pueblito, un conjunto muy bien conservado, se encuentra en la sierra del Rincón, reserva de la biosfera entre Ayllón, Guadarrama y Somosierra. Ofrece desde 2009 cuatro sendas señalizadas, Por las eras y pila de riego, Los oficios de la vida, De la Fuente Lugar y De Molino a Molino. Esta última, la más larga, es la que ha hecho la familia Feito, de dificultad “cero”, recorrido circular, dos horas de duración y 4,5 kilómetros. Están todas muy bien indicadas y se pueden seguir con Wikiloc. Además, hay una visita guiada, los sábados y los domingos a las 12.00 a tres euros por persona, en la que se recorre el museo etnográfico, el molino, el colmenar y la carbonera.
La ruta parte del pueblo por la izquierda de la iglesia y cruza bosques de gran belleza hasta llegar a un puente de madera sobre el Jarama. A lo largo del camino, escarpado pero cuesta abajo, numerosos carteles informan de los tipos de árboles, desde robles centenarios, a álamos, saucos, abedules, acebos, tejos, serbales, jaras, avellanos, enebros... La senda prosigue paralela al río, hasta llegar a un prado donde se encuentran las ruinas del primer molino, el de Juan Bravo. Ahí el camino se pone algo serio, porque hay que hacer el cabra por una montaña y cruzar el río, pero poca cosa. En seguida aparece un dique y, cruzando otro puente, el segundo molino, la zona de pícnic y un aula de apicultura. Más adelante, un antiguo colmenar de más de 200 años, un bonito mirador y de vuelta a La Hiruela.
“¿Y vamos a salir en la tele?”, exclama emocionada Carlota González, de ocho años, cuando se le pregunta qué tal el día con una grabadora en la mano. “No, en los papeles”, ríe su padre mientras saca la merienda para este bullicioso grupo de cuatro familias. “Es la primera vez que venimos, he sacado la idea de una página de Facebook de rutas con niños, la anterior fue a Navalagamella y la anterior, a la Cascada del Hervidero en San Agustín del Guadalix”, explica una de las madres, Manuela Molina, de 45 años y de Leganés.
Salieron a las diez y media ―“somos de poco madrugar y de poco andar”― y no encontraron sitio en el aparcamiento. “Im-po-si-ble”, dicen a coro. No sabían que conviene ir temprano porque los fines de semana no se permite la entrada de vehículos al pueblo y hay que dejarlos en el parking. “Tiene capacidad para 60 coches y a las once está lleno”, aclara Miguel Ángel Gómez, el técnico que atiende la oficina de turismo local. Continuando la carretera hay algunos apartaderos donde en realidad no se puede aparcar, pero siempre hay coches.
“Es muy bonito todo, del uno al diez le doy un nueve y medio”, sentencia la hija de Manuela, Carlota. A su lado, Alejandra Cuevas, de 14 años, explica que le encanta la naturaleza “y ahora, con la pandemia, más”. “Esta es una de las mejores rutas que hemos hecho”, asegura.
Merece mucho la pena un paseo por las cuatro calles de La Hiruela, que tiene apenas 65 habitantes y cuidadas casas de arquitectura negra de piedra, adobe y madera de roble. Hay un bar de batalla, La Hiruela ―con raciones, bocadillos y pizzas en terraza y menú de fin de semana dentro―, un restaurante fino, Casa Aldaba ―a 25 euros el menú―, alojamiento ―tres apartamentos en el restaurante, unas cuantas casas rurales (Clemente, La Fragua y Entremelojos) y un hotelito, El Papamoscas―, y cómo no, venta de miel y de artesanía. La única pega es que está a 110 kilómetros de la capital por la A-1 y carreteras secundarias, pero desde cuándo le ha asustado a un madrileño hora y media en coche.
Manolo Martín, nacido allí hace 62 años, atiende un puesto frente a su casa, con miel a 10 euros el litro y bolsas de esa delicia de la repostería llamada Cojonudos, que procede del cercano Montejo de la Sierra, a cinco. Para él es un hobby, un complemento “pequeño” a su sueldo de taxista. Desde hace un año o dos vive a caballo entre el pueblo y la ciudad porque le apetecía su tranquilidad. ¿Y qué, hay muchos clientes? “Pues sí, pero menos que antes, tras el confinamiento vivimos una auténtica explosión porque no se podía salir de Madrid”, recuerda. Ahora, este recóndito lugar ha vuelto a la normalidad, es decir, a un flujo constante de visitantes pero sin agobios. En invierno, cuando nieva, se puede pisar la nieve virgen en sus callejas. “En la oficina recibimos una media de 2.700 personas por trimestre, unas 200 entre viernes, sábado y domingo”, detalla Gómez, que opina que, aunque el trajín se ha incrementado de 10 años a esta parte, es “un destino virgen todavía, en comparación con la sierra oeste”. “El Rincón era la gran desconocida y lo sigue siendo, aunque ya no tanto. En parte, queremos que lo siga siendo, que se visite pero que se quede en el límite de la no saturación”, añade.
Su modelo es el turismo familiar, aunque también hay mochileros, ciclistas, amantes de la naturaleza y autocaravanistas. Para Gómez, lo más destacado es “su entorno, aún silvestre, un pulmón, un desahogo relativamente cerca de la urbe”. El día de campo se puede convertir en un finde completo, ampliando la visita a Horcajuelo de la Sierra, Prádena del Rincón, Puebla de la Sierra y Montejo, que tiene el hayedo más septentrional de Europa. El conjunto es de tal belleza que los madrileños que no son de Madrid se frotan los ojos y no se explican cómo los madrileños pata negra la han podido llamar alguna vez la sierra pobre.
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