Paliza a una mujer en el parque Warner por defender a su hijo con autismo

La madre del menor se enfrenta a un hombre de “entre 40 y 50 años” que insulta al niño por usar la cola para personas con discapacidad y acaba en el hospital

Mayte Q., agredida en el parque Warner, en un área de juegos en Leganés.David G. Folgueiras
Madrid -

La cabeza de Mayte Q. rebobina una y otra vez al 2 de mayo, el día de la madre y el día que recibió una paliza que la dejó inconsciente en el parque Warner de Madrid por defender a su hijo con autismo. Todavía no entiende cómo un hombre “de entre 40 y 50 años” la tomó primero con Jimy, de 11 años, porque tenía prioridad para entrar en las atracciones debido a su discapacidad, y luego con ella, que se acercó a él para explicarle que el niño estaba aterrorizado por sus burlas y a pedirle que, por favor, le dejara en paz. Ahora, atiborrada de pastillas contra la depresión con 38 años, se atreve a...

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La cabeza de Mayte Q. rebobina una y otra vez al 2 de mayo, el día de la madre y el día que recibió una paliza que la dejó inconsciente en el parque Warner de Madrid por defender a su hijo con autismo. Todavía no entiende cómo un hombre “de entre 40 y 50 años” la tomó primero con Jimy, de 11 años, porque tenía prioridad para entrar en las atracciones debido a su discapacidad, y luego con ella, que se acercó a él para explicarle que el niño estaba aterrorizado por sus burlas y a pedirle que, por favor, le dejara en paz. Ahora, atiborrada de pastillas contra la depresión con 38 años, se atreve a hablar con EL PAÍS solo con un objetivo: evidenciar el problema de la incomprensión que sufren las familias de personas con una discapacidad invisible como el trastorno del espectro autista, conocido por sus siglas, TEA.

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El caso de Mayte, ahora en los tribunales, se ha convertido en la punta del iceberg de un problema que numerosas familias denuncian en el día a día, según cuenta Ana Vidal, coordinadora de la asociación ProTGD Autismo. “Cada día recibimos llamadas o correos de personas contándonos situaciones diversas. Ya no es que la gente mire raro o con pena, es que muchos miran con desprecio. Y eso que es una discapacidad que es más común de lo que creemos”.

Plena Inclusión Madrid, una federación de 118 organizaciones de personas con discapacidad intelectual o del desarrollo a la que pertenece ProTGD Autismo, explica que estudios epidemiológicos realizados en Europa indican una prevalencia de aproximadamente un caso de TEA por cada 100 nacimientos. En España hay unas 450.000 personas diagnosticadas y se estiman unas 60.000 en Madrid. De ellas, alrededor de 6.000 están inscritas en diferentes asociaciones, como Mayte, que pertenece a ProTGD para recibir apoyo con su hijo.

El plan de la Warner lo planificaron principalmente para evadirse. Mayte perdió hace justo un año a su madre y ha estado sumida desde entonces en una inestabilidad emocional aguda por la que ha llegado a perder hasta 15 kilos. Ese día, dos amigas de la infancia le propusieron pasar la jornada en el parque temático ubicado en la localidad de San Martín de la Vega, al sur de la región madrileña, para que se distrajera un poco. Ella aceptó y las tres reunieron a sus seis hijos —dos de cada una— y se lanzaron a disfrutar del día de la madre.

El parque, inaugurado en Madrid en 2002, cuenta con un distintivo para personas con discapacidad. Se trata de una pulsera azul con la que pueden acceder a las atracciones a través de colas rápidas, una fórmula pensada para que estas personas, y hasta tres acompañantes, no tengan que esperar en exceso. Por una de ellas entró Jimy. Quería subir a la atracción de Batman, una especie de montaña rusa, y las dos amigas de Mayte decidieron acompañarle. En ese momento, un grupo de hombres les increparon por haberse “colado”, según cuenta la madre de Jimy, sentada en una cafetería de Leganés y aún con los nervios a flor de piel. Ellas explicaron a los hombres que disponían de prioridad porque el menor tenía una discapacidad. “¿Un mongolito?”, se mofó uno de ellos, haciendo gestos con los brazos. A las burlas les acompañaron unas risas y algunos insultos más, pero el incidente se quedó ahí.

Tras bajar de la atracción, el niño estaba obsesionado “con el hombre malo” y cuando se lo volvió a encontrar después empezó a gritar, fuera de sí. Ese es el momento que Mayte rebobina una y otra vez en su cabeza, porque fue cuando decidió acercarse para mediar. “¿Eres la madre del mongol?”, insistió él, y acto seguido la agarró del pelo y la estampó contra el suelo. Ella se revolvió, se puso de pie, se encaró a él y, de nuevo, acabó contra el cemento, con la mala suerte de que cayó boca abajo y perdió el conocimiento. “Tengo que agradecer al parque lo bien que se portó. Primero lo retuvieron a él hasta que llegó la Guardia Civil y a mí me hicieron las primeras curas”, cuenta la madre. Las fotos que le tomaron después en el hospital —que prefiere que no se publiquen— muestran a una mujer descompuesta, llorando, con el labio partido, la nariz ensangrentada, los ojos morados y una herida profunda en la frente. En el parte médico, además, consta que le detectaron una lesión cervical. Cuando la médico forense del juzgado vio el parte de lesiones, emitió un informe que paralizó el juicio rápido que estaba previsto el pasado día 13. El caso será juzgado por lo penal como delito grave.

‘Policías de balcón’

Las familias de personas con TEA denuncian constantemente situaciones como mínimo desagradables. Jose Manuel Barbé, de 35 años, grabó un vídeo el 22 de marzo de 2020 que se hizo viral en Twitter en el que explicaba el trato que tanto él como su hijo Adrián, que entonces tenía nueve años, estaban sufriendo por culpa de los conocidos como policías de balcón. Se encontraban en la primera ola de la pandemia y, tras varios días encerrados, decidieron salir a la calle a dar una vuelta gracias al permiso que otorgó el Gobierno a las personas con discapacidad y a un certificado médico que explicaba que el niño, además de autista, era hiperactivo y necesitaba salir a la calle. Nadie les preguntó por qué se saltaban, supuestamente, las normas. Directamente les insultaron y hasta les desearon la muerte.

“Mi hijo es grande y antes solía hacer mucho ejercicio para quemar energía. Y no le podía explicar aquella situación de pandemia mundial porque no entendía nada. No podía estar ni 10 segundos viendo la tele, ni un minuto seguido sentado. Era realmente duro”, explica Barbé. Los vecinos, además de increparles en la calle, les denunciaron y la policía se presentó enseguida en el parque. Él enseñó el justificante y ahí se acabó el debate. “Lo fuerte fue que entonces nos empezaron a gritar de nuevo, incluso más fuerte, y a insultar más, indignados. ¿Qué querían? ¿Que me detuvieran delante de mi hijo?”.

Aquella situación, que empezó a ser un problema generalizado, provocó un fuerte debate dentro de las asociaciones que pertenecen a Plena Inclusión. Algunos familiares pensaron que sería buena idea identificarse con un brazalete o una camiseta para que los vecinos supieran que trataban con personas con discapacidad. Otros se opusieron. Significaba estigmatizar más aún a sus hijos, etiquetarlos. “El problema es social, de educación. Hay que visibilizar el autismo con charlas para que se conozcan las características y las necesidades y que no se les vea como bichos raros”, argumenta Vidal. El conocimiento como arma para erradicar apelativos como el de “mongolito”.

"Hay quien no ha tratado con una persona con discapacidad en la vida"

Mariano Casado, presidente de Plena Inclusión Madrid, lamenta que en realidad “no se acepta lo que no se conoce” por lo que apunta a la Administración para que dedique más recursos y más apoyo para normalizar cualquier tipo de discapacidad en la sociedad, empezando por la escuela. El objetivo es amplio, asegura, porque parece mentira que las familias tengan que soportar, todavía, insultos hirientes por una discapacidad.

José Manuel Barbé cuenta que su hijo, que casi no se comunica verbalmente con nadie, tiene amigos de todo tipo, “también niños sin discapacidad, que da la casualidad que están en un aula TEA”, es decir, que estudian en clases con alumnos con autismo. “Han aprendido a tratar con él y saben qué características tiene. Juegan unos con otros perfectamente sabiendo la singularidad de cada uno”, explica el padre.

Para Casado, esa es la prueba de que la educación inclusiva tiene efectos positivos y funciona, ya que cuando los niños se hacen adultos, ya no ven los demás como bichos raros. “Hay gente que no ha tenido contacto con una persona con discapacidad en la vida y le cuesta luego integrarla. Aunque también habrá alguno que ni conviviendo cambie...”. Para él, el trabajo de la Administración debe centrarse en tres patas: la educativa, la del ocio y la del empleo. De esa manera, los niños, de adultos, también normalizarán una realidad que no se puede obviar, explica. Y sin esa educación inclusiva, lamenta, ocurren casos similares al del parque Warner.

La mujer agredida, Mayte Q., mientras espera encerrada en casa a que todo eso evolucione, se enfrenta cada día a su cóctel de pastillas: varios ansiolíticos y un antidepresivo. Las heridas de la cara las tiene casi curadas. Las otras no.

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