Entre Hegel y el perro ‘Pecas’
A Gabilondo se le achaca falta de colmillo para enfrentarse a unos rivales que andan por el mundo a dentelladas
El Ministerio de Marina en el primer Gobierno de la República fue encomendado a José Giral, un profesor de Química con botica en propiedad en la calle Atocha, de quien uno de los grandes cronistas de la época, Wenceslao Fernández-Flórez, escribió en su columna de Abc: “Sus biógrafos más escrupulosos eluden la cuestión de si el nuevo ministro vio el mar de cerca alguna vez”. No era lo único de aquel gabinete que chocaba a Fernández-Flórez, escasamente entusiasmado con la República: “Hemos conferido las obras públicas a un veterinario y el Ministerio de Economía a un helenista”.
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El Ministerio de Marina en el primer Gobierno de la República fue encomendado a José Giral, un profesor de Química con botica en propiedad en la calle Atocha, de quien uno de los grandes cronistas de la época, Wenceslao Fernández-Flórez, escribió en su columna de Abc: “Sus biógrafos más escrupulosos eluden la cuestión de si el nuevo ministro vio el mar de cerca alguna vez”. No era lo único de aquel gabinete que chocaba a Fernández-Flórez, escasamente entusiasmado con la República: “Hemos conferido las obras públicas a un veterinario y el Ministerio de Economía a un helenista”.
Con parecida perplejidad acogieron algunos que el primer elegido para el Ministerio de Sanidad en el actual Gobierno fuese un licenciado en Filosofía. Lo de “ministro filósofo” devino objeto de burla entre la oposición. “Parece que Nietzsche y Kant no le han ayudado a combatir el virus”, se choteaban de Salvador Illa en el Parlamento. Pero la política tiene designios insondables. Giral llegó a presidir el Gobierno republicano. Illa salió indemne de la pandemia y acaba de ganar las elecciones catalanas.
En las Cortes republicanas se sentaba también el más universal de nuestros filósofos, José Ortega y Gasset, a quien algunos llegaron a sugerir como posible presidente. Según Fernández-Flórez, sus propios admiradores lo descartaron porque creían “casi un crimen de lesa patria arrancar al filósofo de sus abstracciones (…) y obligarle a perder su tiempo en las pequeñas realidades y minucias de la presidencia”.
En nuestro tiempo, Ángel Gabilondo sí dio el paso de descender de las cumbres de la metafísica para dedicar sus horas a comandar el PSOE de Madrid. Ahora sus compañeros parecen dispuestos a relevarle. También le ven más dotado para navegar entre las sinuosidades de la razón pura que para chapotear en el barro cotidiano del combate político.
Gabilondo llegó desde el mundo académico y nunca ha logrado quitarse de encima esa imagen de hombre que simplemente pasaba por allí.
A Gabilondo se le achaca falta de colmillo para enfrentarse a unos rivales que andan por el mundo a dentelladas. Argumentan que sus modales versallescos y su estilo racionalista resultan estériles contra gente que hace de la política una especie de concurso de vídeos gamberros en Tik Tok. Es curioso, porque cualidades parecidas se esgrimen justamente como la clave del éxito de Illa. Con una diferencia: el “ministro filósofo” es un político profesional, curtido durante años en los misteriosos engranajes de los aparatos de partido. Gabilondo llegó desde el mundo académico y nunca ha logrado quitarse de encima esa imagen de hombre que simplemente pasaba por allí. Tanto criticar a los profesionales de la cosa pública y al final parece que es a ellos a quienes la gente vota.
Así de extraña es la política y así de impredecible es la democracia. Por razones que no siempre la razón entiende, el pueblo soberano puede preferir a la gestora de la cuenta de Twitter de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre, que al autor de una tesis doctoral sobre Hegel.