El patio de mi casa

El alivio de estar rodeada de personas que hasta en la nieve me dan calor

Vecinos retiran con palas el hielo de la calzada en el barrio de RetiroSamuel Sanchez (EL PAÍS)

Cuando María llamó a mi puerta y me dijo que la nieve de la terraza le llegaba hasta la cintura di por hecho que lo que pretendía era engatusarme para subir a ver la nieve, porque odio el frío y ella lo sabe.

Entonces apareció el Sr. Cuesta con una pala, advirtiendo de la necesidad de sacar la nieve antes de que el edificio se viniera abajo.

En cuestión de 5 minutos estábamos los diez vecinos en la terraza para comprobar que, efectivamente, la nieve nos llegaba hasta la cintura.

María reía con nuestras caras de incredulidad.

Lo primero que hicimos fue volver a casa ...

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Cuando María llamó a mi puerta y me dijo que la nieve de la terraza le llegaba hasta la cintura di por hecho que lo que pretendía era engatusarme para subir a ver la nieve, porque odio el frío y ella lo sabe.

Entonces apareció el Sr. Cuesta con una pala, advirtiendo de la necesidad de sacar la nieve antes de que el edificio se viniera abajo.

En cuestión de 5 minutos estábamos los diez vecinos en la terraza para comprobar que, efectivamente, la nieve nos llegaba hasta la cintura.

María reía con nuestras caras de incredulidad.

Lo primero que hicimos fue volver a casa a vestirnos para la ocasión, botas, gorros, guantes, bufandas, chaquetas…

Y hacer acopio de todo el material que íbamos a necesitar para la misión. Mi hijo de cuatro años estaba al mando y nos daba las indicaciones como si fuéramos la patrulla canina.

Necesitábamos cubos, palanganas y palas.

Juan ofreció orujo de su pueblo, Bea hizo café.

Al principio cada cual sacaba su cubo de nieve, se acercaba a la cornisa y lo tiraba al descampado, pero enseguida vimos que lo mejor era abrir un camino por en medio para hacer una cadena, unos sacaban la nieve, otros la tiraban y los más chicos devolvían los cubos al principio para volver a empezar.

Comenzamos con ganas.

Pero al cabo de un rato los ánimos comenzaron a mermar, alguien comentó que la nieve cansa igual que el sol en la playa como con esa sensación de somnolencia y letargo.

Mientras tanto, Erika, la del primero, tenía a su marido y a su yerno durmiendo en el coche desde la noche anterior, en la que habían salido al rescate de su hija y pareja respectivamente para quedarse, ella atrapada en su trabajo y ellos en la carretera a solo 10 minutos en coche de nuestra terraza con nieve hasta la cintura.

- ¿Y por qué no vienen andando? - le dije

- No pueden dejar tirado el coche. Luís con lo suyo no puede caminar todo ese trozo y Sergio se ha quedado para no dejarle solo.

Juan cogió su mochila y se fue andando a llevarle la comida a la familia de Erika, que seguía sacando nieve sin perder el optimismo ni la sonrisa.

Al cabo de cuatro horas ya nos planteábamos dejarlo como estaba para seguir por la tarde, el problema era que no paraba de nevar.

Entonces apareció la caballería, el pequeño del segundo D con tres amigos y dos palas.

Volvieron los selfies, los toboganes y las bolas. Tardamos seis horas en sacar toda la nieve.

Por fin me pegué una ducha, me puse la bata y cuando estaba a punto de acurrucarme alguien osa llamar a la puerta. Era María con un consomé.

Un consomé que me supo a fortuna y alivio por estar rodeada de personas que hasta en la nieve me dan calor.

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