A oscuras

Ir al cine en la nueva normalidad se ha convertido en una terapia de grupo con el placer y el dolor de redescubrir Madrid

Estrellas del paseo de la fama, en Martín de los Heros, calle de referencia de los cinéfilos en Madrid.A. R. V.

En la oscuridad escuché perfectamente cómo caían las lágrimas. Y las exhalaciones se volvían bruscas atrapadas por las mascarillas. Un nudo en la garganta nos asfixiaba a todos. Mirando la pantalla y rememorando el horror: las ambulancias saliendo de una residencia en Leganés, el sonido agónico de los respiradores, los médicos exhaustos camino de casa, los aplausos desesperados en los balcones y el aplastante silencio de una Puerta del Sol vacía.

Desembocamos en la calle de Martín de los Heros sin apenas poder hablarnos y cruzarnos la vista. Regresar a los sentimientos de los meses ante...

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En la oscuridad escuché perfectamente cómo caían las lágrimas. Y las exhalaciones se volvían bruscas atrapadas por las mascarillas. Un nudo en la garganta nos asfixiaba a todos. Mirando la pantalla y rememorando el horror: las ambulancias saliendo de una residencia en Leganés, el sonido agónico de los respiradores, los médicos exhaustos camino de casa, los aplausos desesperados en los balcones y el aplastante silencio de una Puerta del Sol vacía.

Desembocamos en la calle de Martín de los Heros sin apenas poder hablarnos y cruzarnos la vista. Regresar a los sentimientos de los meses anteriores que nunca se han ido, pero en pantalla grande. La experiencia del dolor colectivo y compartido en una misma sala. 94 minutos dura el documental 2020, de Hernán Zin, pero su digestión se alarga semanas, meses, quizá años. O toda la vida.

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En medio de la dictadura seriéfila confinada, adentrarse en una pantalla de cine estas semanas es casi una terapia de grupo. Ya no puedes charlotear con los taquilleros y tienes que pasar la entrada en el móvil por el lector como si fuera un pasaporte a la vieja nueva normalidad, con nervios incluso esperando el clic digital y el momento en el que la luz roja se vuelve verde. Adentro. Que se vuelva a parar el mundo. Redescubrir hasta el placer de un tráiler y la sensación de decirte a ti mismo “esa peli la quiero ver”. Porque ir hoy al cine es un acto de resistencia cultural, como dice Pedro Almodóvar.

Ese deseo de ver Madrid también desde los ojos de otros, de aquellos pocos que han podido estrenar este año. Jugar, como hacemos todos a oscuras, a adivinar en qué parte de la urbe se desarrolla la escena... y ver de repente a Tilda Swinton en la Ferretería Delicias en La voz humana. Sí, cuando vuelvan los guiris, su sección de hachas será una emergente atracción turística. O esa ciudad oscura y oculta que muchos disimulaban en los noventa y que ahora se grita en Veneno con el rostro de Daniela Santiago: “Éramos cuatro mil putas en el Parque del Oeste”. Petición del oyente: pongan más series en los cines y vayan a llevarle una vela a Cristina Ortiz en la placa que (por fin) ha repuesto el señor alcalde.

Esta metrópoli a la que regresamos también a oscuras estos días con Macarena García en El arte de volver, de Pedro Collantes. Vuelve tras fracasar como actriz en Nueva York y empieza otra vez mientras pasea con el Palacio Real y La Almudena al fondo. Siempre volvemos al mismo sitio. Siempre. Siempre. Y dejo atrás el cine pisando ese paseo de las estrellas desvencijado que hay junto a la plaza de España. ¡Cuidado! Tropezando con el maltrecho adoquín dedicado a Javier Bardem y atrapado con la canción de Pajaro Sunrise para esta ópera prima: “Madrid es una isla en medio de la nada, Madrid es una mala, buena y santa hermana. Madrid es el árbol que tapa el bosque, Madrid es casa”.

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