La noche madrileña, un mar de dudas

La hostelería es conservadora en sus horarios y no se arriesga en medio del caos normativo

Carolina y Asier junto al pero Lupo y unos amigos en la terraza del restaurante Conache, en la plaza de San Ildefonso de MalasañaLuis De Vega Hernández

Una señora entraba este jueves en la taberna San Mamés, en el número 88 de la calle Bravo Murillo, cerca de las nueve de la noche. “¿Me puedo sentar en la terraza?”, pregunta a Jorge García, de 46 años. “Claro, claro, elija la mesa que usted quiera”, responde él, el dueño de un pequeño restaurante que abrió su abuelo en 1952 y ya lleva tres generaciones sirviendo comida casera. Solo tiene dos mesas ocupadas fuera, en el interior ninguna. La cosa pinta mal pero este pequeño negocio familiar sobrevive “en el 80%” gracias a su clientela habitual, la de toda la vida. García, dice, seguirá con los ...

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Una señora entraba este jueves en la taberna San Mamés, en el número 88 de la calle Bravo Murillo, cerca de las nueve de la noche. “¿Me puedo sentar en la terraza?”, pregunta a Jorge García, de 46 años. “Claro, claro, elija la mesa que usted quiera”, responde él, el dueño de un pequeño restaurante que abrió su abuelo en 1952 y ya lleva tres generaciones sirviendo comida casera. Solo tiene dos mesas ocupadas fuera, en el interior ninguna. La cosa pinta mal pero este pequeño negocio familiar sobrevive “en el 80%” gracias a su clientela habitual, la de toda la vida. García, dice, seguirá con los horarios marcados por el Gobierno central durante la última semana y echará el cierre a las 23.00. “Yo solo me fío de lo que ponga el Boletín de la Comunidad de Madrid y el BOE. Ni lo que digan los vecinos, ni lo que digan los medios”, asegura, consciente de que lo que hay que hacer para salir adelante es acabar con el virus. “No entro en quién tiene la culpa, solo sé que entre el miedo que hay y que no hay dinero, cuesta salir adelante y lo estamos pasando mal”.

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Las restricciones que se pusieron en marcha por orden ministerial el viernes pasado obligaban a los restaurantes a seguir dos horas a rajatabla: hasta las 22.00 podían admitir a clientes, a las 23.00 debían bajar las persianas. Este jueves, después de que el TSJM anulara parte de la normativa que afectaba a la movilidad, todo eran dudas, pero pocos osaron a saltarse las normas que les habían marcado desde hacía una semana. Hicieron bien, aunque no lo supieran, porque la administración regional confirmó anoche que la normativa solo afecta a las restricciones de la movilidad, por lo que la restauración deberá mantener los horarios impuestos hace una semana.

Jorge Garcia, el propietario de la taberna San Mamés, en Bravo Murillo.Luis De Vega Hernández

“Con una o dos horas más ya nos iría mejor”, cuenta Rodrigo, de 39 años, encargado del restaurante Lizarrán, justo enfrente de la taberna San Mamés, mientras prepara un par de mojitos. También cerrará como el día anterior pero la situación es nefasta. “La gente no se acostumbra a venir a cenar antes y además hay miedo. Normal, ya ni nosotros mismos lo tenemos claro, que si por las gotas, que si por el aire…”, lamenta. Queda una hora y va a toda prisa. A esa hora hay nueve de diez mesas ocupadas en la terraza y la vida fuera aparenta una normalidad engañosa. Hay vida, pero queda poco.

La plaza de San Ildefonso, en el corazón de Malasaña, no ha perdido su ajetreo. La iglesia sigue abierta y las terrazas se ven bulliciosas en torno a las nueve. Carolina, una vecina del barrio de 40 años, toma unas cervezas con un grupo de amigos a pesar de haberse quedado en el paro durante la pandemia. Reconoce que no tiene mucho que celebrar, pero la vida sigue. Se han sentado en el restaurante Conache sin tener ni idea de a qué hora iba a cerrar y se lo han tenido que preguntar al camarero. A las 23.00. Todavía tienen por delante casi un par de horas. En las piernas de Asier, el perro Lupo disfruta de la velada mirando el cuenco de frutos secos pero sin llegar a hincarles el diente.

Interior de la Bodega Ardosa, en la calle Colón, barrio de MalasañaLuis De Vega Hernández

La terraza rebosa bullicio. Pocas mesas por ocupar, mucha caña compartida, risas y gente que ha aprovechado el buen tiempo. En el Conache el camarero que sirve las cervezas bromea con “el capitán Andrés”, el encargado, “el futuro jefe de este barco”. “Me tendrían que tocar tres loterías seguidas”, se ríe él, de 38 años. Andrés, sin el capitán delante, coge la bandeja mientras habla para que ningún cliente espere más de la cuenta. Es vital que nadie se quede insatisfecho. Como le ha dicho a Carolina, mantendrá el mismo horario que el día anterior, pero lo cierto es que espera que la Comunidad de Madrid flexibilice este viernes los horarios. “Hay mucha desinformación ahora”, lamenta. El barrio vive de los vecinos y de un turismo que lleva tiempo sin pisar Madrid. Por eso los locales visualizan el invierno con cierto temor.

El virus también ha cambiado eso para algunos. Precisamente el frío solía ser la mejor época para la mítica taberna Ardosa, en la calle Colón, abierta desde 1892. Ahí los clientes de toda la vida aplacaban las inclemencias del invierno con vermús caseros, cañitas, anchoas o boquerones en vinagre. Pero si la covid no desaparece, el frío se convertirá en su peor enemigo. Este jueves mismo, a pocos minutos de cerrar, 13 personas disfrutaban de las delicias de un lugar con solera que también lo está pasando mal. Juan, el encargado, de 49 años, cuenta que en este momento hay seis trabajadores y dos en ERTE. Temen que en breve se sume alguno más. “Ya estábamos de capa caída antes, ahora ha sido la estocada”, lamenta. Entre una normativa y la nueva, y un posible estado de alarma, solo queda apretar los dientes y surfear entre las dudas. Que llega el invierno y se avecina frío de verdad.

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