El aire que respira el búho

Madrid tiene más de cien especies de pájaros censados. Durante el estado de alarma, fue más fácil ver buitres leonados, milanos reales...

Panorámica de Madrid tomada desde la Casa de Campo, en las cercanías de Pozuelo de Alarcón, el pasado 18 de abril.Ricardo Rubio (Europa Press)

El estado de alarma fue malo para la vida social y bueno para la vida silvestre. Los piéridos, las mariposas blancas que eclosionan en primavera, volaban con más rabia que nunca coincidiendo con esos días en que el aire de Madrid dejó de oler a queroseno quemado. Entre marzo y abril, los medidores de dióxido de nitrógeno de la Red de Vigilancia de la Calidad del Aire reflejaron que la concentración de este veneno en la atmósfera de la ciudad cayó un 59%.

Los pájaros siguieron a los invertebrados. El ornitólogo Raúl Urquiaga se pasó el confinamiento asomándose por la ventana de su casa e...

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El estado de alarma fue malo para la vida social y bueno para la vida silvestre. Los piéridos, las mariposas blancas que eclosionan en primavera, volaban con más rabia que nunca coincidiendo con esos días en que el aire de Madrid dejó de oler a queroseno quemado. Entre marzo y abril, los medidores de dióxido de nitrógeno de la Red de Vigilancia de la Calidad del Aire reflejaron que la concentración de este veneno en la atmósfera de la ciudad cayó un 59%.

Los pájaros siguieron a los invertebrados. El ornitólogo Raúl Urquiaga se pasó el confinamiento asomándose por la ventana de su casa en el casco antiguo, para vigilar la franja de cielo que se abría sobre su calle. “Hice observaciones que no había hecho en mi vida dentro de Madrid”, advierte. “Un día pasaron de forma lineal como 30 buitres leonados. Uno detrás de otro, a unos cien metros de altura. Todos los días se veían cuatro o cinco milanos negros. Lo mismo con los milanos reales. Y algún cernícalo vulgar y alguna rapaz más grande que no me dio tiempo de identificar. Creo que no nos fijamos bien en las aves que pasan por nuestras cabezas a diario porque orientamos nuestra mirada al suelo”.

Santiago Soria, jefe del servicio de Jardines y Parques de Patrimonio Nacional, se ufana tranquilamente del fenómeno de la biodiversidad. “Madrid tiene más de cien especies de pájaros censados, que es lo que tienen muchos países de Europa”, observa. “En Madrid se ha visto el águila imperial, porque anida en El Pardo. Y tenemos halcón peregrino, con ocho o diez nidos dentro del núcleo urbano. ¡Y búho real! Los búhos han venido de los montes cercanos, han encontrado un buen cazadero, y anidan aquí”.

En eso, el menú de Madrid, es rico. Ratas nunca faltan, con o sin dióxido de nitrógeno, y los búhos reales, que no se mueven por una mariposa, llegan a pesar tres kilos. Demasiado para la rama de un árbol. “Es un bicho impresionantemente grande”, dice Soria. “Anida en teoría en rocas. Pero un edificio alto, plano y de poco acceso con una terraza o terracina, eso para un búho… es una roca. Anidan en los edificios como si estuvieran en gigantescas rocas de la Sierra, como si estuviéramos en las peñas buitreras de La Granja o en el Yelmo”.

La discreción de la Sociedad Española de Ornitología nos impide saber el domicilio exacto de estos carpantas noctámbulos. Pero una cosa es cierta: a poco que se limpia un poco su perceptible aire tóxico, la villa amenaza con convertirse en una selva.

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