Retratar la impresionante labor de los sanitarios
Fotografiar el esfuerzo y el cariño de equipos médicos borraba el cansancio del trabajo durante la pandemia
Hace ya bastantes años alguien me dijo que los fotógrafos (además de la policía y los sanitarios), cuando había un atentado de ETA y la gente se alejaba del lugar a toda prisa, éramos los únicos que corríamos en sentido contrario para acercarnos lo máximo posible al lugar donde había ocurrido. Comprobé por desgracia varias veces que eso era cierto. Con la pandemia, en estos últimos meses nos ha ocurrido algo parecido. Cuando empezó el confinamiento y casi todo el mundo quedaba encerrado en sus casas, recibimos el encargo de salir al exterior y documentar gráficamente todo lo que pasaba día a d...
Hace ya bastantes años alguien me dijo que los fotógrafos (además de la policía y los sanitarios), cuando había un atentado de ETA y la gente se alejaba del lugar a toda prisa, éramos los únicos que corríamos en sentido contrario para acercarnos lo máximo posible al lugar donde había ocurrido. Comprobé por desgracia varias veces que eso era cierto. Con la pandemia, en estos últimos meses nos ha ocurrido algo parecido. Cuando empezó el confinamiento y casi todo el mundo quedaba encerrado en sus casas, recibimos el encargo de salir al exterior y documentar gráficamente todo lo que pasaba día a día en nuestras calles y casi nadie podía ver.
Los primeros días, a mediados de marzo, pasábamos más horas fuera de casa que dentro de ella en busca de imágenes que documentaran lo que ocurría y lo que había dejado de ocurrir: todas las rutinas de la ciudad habían desaparecido. Calles y plazas desiertas, donde solo encontrabas policías que cada pocos metros te pedían la acreditación de prensa y te dejaban seguir haciendo tu trabajo.
Recorrer los rincones del Madrid confinado entristecía e impresionaba a la vez (parece que ha pasado mucho tiempo y no es así) y las imágenes que captábamos resultaban bastante surrealistas. Pero lo más llamativo era el silencio, roto solo por las sirenas de las ambulancias y , a las 20.00 horas, por los emotivos aplausos desde las ventanas. Al llegar a casa, de noche, dar gracias porque la familia esté bien un día más, especialmente los padres. Los mayores, a quienes nunca valoramos suficientemente y que desgraciadamente se han llevado la peor parte de la pandemia.
Pasaron los primeros días de estado de alarma y la maldita curva de casos de covid-19 no solo no se doblegaba sino que seguía subiendo. Entonces pasé de fotografiar las calles vacías a los hospitales y las morgues llenas. Llegó a haber tres morgues de urgencia habilitadas en la región. La Unidad Militar de Emergencias ya formaba parte del paisaje cotidiano de la ciudad, y les acompañamos en una de las labores de desinfección en residencias de mayores. Y llegó el 15 de abril con el encargo del redactor jefe de Fotografía de este diario de cubrir una guardia de 24 horas con una unidad del SUMMA.
Acompañando a la médico Marta Calvo y su equipo te das cuenta de que apenas conocemos una pequeña parte de la impresionante labor que están haciendo los sanitarios por todos nosotros. Entrar en casas de los barrios más humildes de la ciudad, recibiendo un aviso detrás de otro, sin descanso, y fotografiar el cariño (alguien dirá que no se puede) y la dedicación con la que atendía a los enfermos, y sobre todo, fotografiarlo todo para que la gente pueda verlo, borra el cansancio, la preocupación por no contagiarte trabajando y los malos ratos, que también ha habido.
Cuando ya dábamos por terminada la guardia, nos avisaron que iban a hacer un traslado de una joven enferma de covid-19 , en estado muy grave, desde el Hospital de Guadalajara al de Puerta de Hierro, en la Comunidad de Madrid. La familia había dado permiso y cubrimos el traslado casi sin saber nada de ella.
Se llamaba Erika, tenía 37 años y su caso sirvió para contar cómo el sistema de salud se moviliza en caso de un traslado difícil, cómo suman fuerzas para intentar salvar vidas. Al día siguiente fuimos a la UCI a verla y después a conocer a su familia, y aunque luchó con todas las fuerzas que le quedaban, falleció días después. “Ha muerto Erika”, me mandó en un primer mensaje Juan Diego Quesada, el compañero con el que hacía el reportaje, y el segundo mensaje que compartía conmigo me hizo sentir que nuestro trabajo estaba sirviendo para algo: " Y la familia quiere que vayamos al entierro”. Allí nos dieron las gracias y allí le dijimos adiós.
Luego, tras varias semanas, llegó el inicio de las fases de desescalada, y por fin el primer día que niños y niñas podían salir a la calle. Mis hijas verán dentro de unos años la foto que les hice ese día y probablemente no recordarán por qué no podían tocar a su padre cuando volvía de trabajar, hasta que se duchaba y lavaba toda la ropa que llevaba, y no sé realmente si sabré explicarles todo lo que ocurrió en estos días. Así que llegado el momento les enseñaré todas las imágenes que hice durante la pandemia, ya que, como dijo el fotógrafo estadounidense Lewis Hine: “Si pudiera decirlo con palabras no iría todos los días cargado con mi cámara”.