Los auténticos macarras madrileños

Un libro de Iñaki Domínguez investiga la figura de elementos callejeros y marginales de la ciudad

Concierto de Ñu en 1986.miguel trillo

El macarra autóctono español es un colectivo en peligro de extinción que también merece ser visibilizado. Ese personaje barrial, al borde de la marginalidad, criado en parques, descampados, garitos, callejones, en un hábitat de ladrillo visto y toldo verde botella. Y el macarra más macarra es el castizo macarra madrileño, tal y como ha investigado el filósofo y antropólogo Iñaki Domínguez en su reciente libro Macarras interseculares. Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros (Melusina).

El término viene del francés maquereau, algo así como proxeneta, pero fin...

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El macarra autóctono español es un colectivo en peligro de extinción que también merece ser visibilizado. Ese personaje barrial, al borde de la marginalidad, criado en parques, descampados, garitos, callejones, en un hábitat de ladrillo visto y toldo verde botella. Y el macarra más macarra es el castizo macarra madrileño, tal y como ha investigado el filósofo y antropólogo Iñaki Domínguez en su reciente libro Macarras interseculares. Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros (Melusina).

El término viene del francés maquereau, algo así como proxeneta, pero finalmente acabó popularizándose para designar a cualquier personaje callejero adicto a la mala vida. “Los primeros macarras madrileños son hijos del desarrollismo franquista, cuando se industrializa la ciudad y se forman los barrios obreros, muy precarios, a base de bloques, descampados y chabolas”, explica Domínguez, que también señala el factor de la influencia del cine estadounidense y las bandas que allí se mostraban. “West Side Story, sin ir más lejos, fue inspiración para algunas de las primeras bandas madrileñas, como los Ojos Negros de Legazpi o los Trompas de Vallecas, que operaron en los años 60 y 70”. El cine quinqui de autores como Eloy de la Iglesia o José Antonio de la Loma fue el más fiel reflejo cinematográfico del macarreo barrial de aquellas décadas.

Madrid en 1985.miguel trillo

Como todo, el macarreo madrileño fue evolucionando y adoptando nuevas formas en las expresiones de la cultura hip hop, nacida en las poblaciones periféricas, sobre en torno a la base estadounidense de Torrejón de Ardoz, los punks, los rockers, los bakalas o en el auge de los skinheads neonazis de los 90 (con sedes en la llamada plaza de los Cubos, situada en la calle Princesa, o el parque de Arriaga). Durante los años 60 se vivió un ambiente de libertinaje en la llamada Costa Fleming, que se tendía a lo largo de la calle Dr. Fleming, paralela a la Castellana. Zona de nightclubs y bares de alterne que frecuentaban los soldados estadounidenses, que se mezclaban con la gente popular nativa. En su lado oscuro, juego, striptease, polis corruptos y prostitución, según indica Domínguez.

Los primeros macarras madrileños son hijos del desarrollismo franquista, cuando se industrializa la ciudad y se forman los barrios obreros, muy precarios, a base de bloques, descampados y chabolas
Iñaki Domínguez, antropólogo

Para esta obra, el autor ha buceado en la jungla del asfalto y entrevistado a las fuentes primarias: auténticos macarras resistentes o ex macarras de otras épocas. Algunos se han reformado, otros siguen en el lado salvaje de la vida. Dominguez llega hasta a introducirse en un narcopiso en la ahora gentrificada pero antes muy macarra Malasaña. Reconoce que en los testimonios de sus macarras puede haber algo de épica, exageración o fantasía, la propia deformación de la memoria en busca del heroísmo, pero también le interesan esas mutaciones del relato. Cuenta también con algunos entrevistados conocidos: el rapero neoquinqui de Moratalaz El Coleta o los fotógrafos amacarrados Alberto García Alix o Miguel Trillo.

Llama la atención el fenómeno de los pijos macarras, los pijos malos, como es el caso de la Panda del Moco, que transitaba por el VIPS del Paseo de la Habana o por discotecas como Pachá o Attica, en los años 80. Robos, palizas, chanchullos, coches quemados… Había quien se vestía de pijo siendo obrero, porque lo importante entonces no era parecer malo sino aparentar riqueza. “Los pijos malos eran muy malos, las balas perdidas de las familias bien, pero siempre sabían que, al final, papá les iba a sacar de los problemas”, explica el autor. Fueron el precedente de otra banda muy famosa en la ciudad: los Miami.

Heavies en Madrid en 1981.miguel trillo

Lugares hoy apacibles como el barrio de Chamberí o la Plaza de Olavide fueron en otras épocas hábitat de delincuencia y macarreo, sobre todo relacionada con la epidemia de la heroína. “Todavía hoy en día, si sabes mirar, puedes encontrar lo que queda de toda aquella época”, asegura el autor, que ya había tratado temas similares en obras anteriores como Sociología del moderneo o Signo de los tiempos (sobre elementos contraculturales de los años 60), ambos publicados también por Melusina.

Hoy en día el auténtico macarreo callejero castizo, no prolifera tanto, “tal vez por la urbanización de los barrios periféricos, y eso que la clase media ha caído estrepitosamente”, dice Domínguez. Eso sí, la estética macarra se ha extendido a lo mainstream y ha sido adoptada por artistas como Rosalía o C. Tangana, por citar a dos entre miles que quieren ser malotes. En la ciudad de Madrid eso no es nada nuevo, ya entre los s. XVIII y XIX se produjo el fenómeno del majismo, es decir, la tendencia de los aristócratas a emular la pintoresca conducta y el atuendo de los majos y las majas, de las clases populares. “A mí no me parece mal que haya esa ‘apropiación cultural”, concluye Domínguez, “la cultura siempre tiende a diseminarse lo más ampliamente posible”.

Juanma El Terrible con su pandilla de rockers, Madrid 1980.miguel trillo

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