Las “canciones sin importancia” de Manel regresan a la meseta

El cuarteto barcelonés reflexiona sobre la “inmadurez” y la creatividad pospandémica a su paso por el ciclo Abre Madrid

La banda catalana Manel en el concierto durante el festival Abre Madrid, en el Ifema.Kiko Huesca (EFE)

Guillem, Roger, Martí y Arnau son unos consagrados cronistas de lo cotidiano, pero ahora, 12 años después de publicar su primer disco, se sienten casi en la obligación de disculparse a la hora de presentar algunas de sus canciones. “Son historias que estos cuatro señores escribimos cuando ninguno había oído hablar de pandemias ni de coronavirus. Aluden a cuestiones sin importancia en un momento en que la especie humana afronta la lucha por la supervivencia”, reflexiona casi con pudor Guillem Gisbert, el cantante de ...

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Guillem, Roger, Martí y Arnau son unos consagrados cronistas de lo cotidiano, pero ahora, 12 años después de publicar su primer disco, se sienten casi en la obligación de disculparse a la hora de presentar algunas de sus canciones. “Son historias que estos cuatro señores escribimos cuando ninguno había oído hablar de pandemias ni de coronavirus. Aluden a cuestiones sin importancia en un momento en que la especie humana afronta la lucha por la supervivencia”, reflexiona casi con pudor Guillem Gisbert, el cantante de Manel, en los camerinos de Abre Madrid, ese ciclo alumbrado en tiempo récord en Ifema para dotar de contenidos culturales las noches de la ciudad durante estos dos próximos meses. Y sus tres compañeros, cervezas en mano e inmersos en “una melancolía inevitable”, asienten con una sonrisa apenada.

Aunque aconteciera en una explanada remota de la capital, con todo el público sentado, solo dos ocupantes por mesa y distancias nada fraternales, la sensación de asistir este martes pasado a un concierto “de verdad” en la capital se asemejaba mucho a la de acariciar el cielo. Todo sigue resultando profundamente extraño en nuestros quehaceres cotidianos, en el ocio o el negocio. Y ello se traduce en que el cuarteto barcelonés, acostumbrado a despertar fervor en esta ciudad y que el pasado 9 de enero reventó La Riviera, tuvo que conformarse con apenas 400 fieles en su regreso a estos territorios mesetarios. No tan mal, en tiempos de provisionalidades e incertidumbres máximas. “Hay cosas más importantes que cantar unas cancioncitas”, resume Gisbert, con un pie en la lucidez y el otro, en la mordacidad.

Guillem Gisbert, vocalista de la banda Manel.Ricardo Rubio (Europa Press)

Manel siempre ha gozado de predicamento en el centro peninsular, así les pese a los suspicaces. La formación barcelonesa rememora entre sonrisas que la cuarta actuación de toda su historia tuvo lugar en la extinta sala Nasti (Malasaña), cuando ni siquiera se había publicado todavía aquel debut seminal, Els Millors Professors Europeus (2008). “Nos habían advertido de que las bandas en catalán nunca tienen éxito en Madrid, pero la sala estaba llena”, describe el batería del cuarteto, Arnau Vallvé. Envalentonados, a su siguiente visita por la capital se dieron un saltito por la Fnac, para cerciorarse de que su primer elepé ya se encontraba bien ubicado en las estanterías. No había un solo ejemplar. Su propia distribuidora –gente de poca fe– daba por hecho que muy pocos madrileños se interesarían por canciones como Captatio Benevolentiae, Els Guapos Són Els Raros o Dona Estrangera. Estaban muy equivocados.

El cuarteto barcelonés, acostumbrado a despertar fervor en esta ciudad y que el pasado 9 de enero reventó La Riviera, tuvo que conformarse con apenas 400 fieles en su regreso a estos territorios mesetarios

En Andalucía, Galicia o País Vasco, enumeran los interesados, la huella de Manel también se ha tornado imparable. Pero los propios artífices se confiesan ahora, tantos cientos de conciertos después, con el “desasosiego en el estómago” de los primerizos. La pandemia, ese torbellino que lo ha descabalado todo. “Vivimos estos días como en un escenario de ciencia ficción, pero ojalá que los acontecimientos no lo transformen en realismo crudo, que todo lo sucedido estos últimos meses no se convierta en costumbrismo”, anota Guillem con una preocupación sin maquillajes. Y Arnau Vallvé, el batería, agrega: “Ahora notas que existen muchas ganas por parte del espectador y de nosotros, como dos energías que confluyen. Conciertos como el de hoy tienen un trasfondo de milagro”.

La música en directo se ha transformado en “una ceremonia con subtexto”, dicen ellos, amantes de la precisión terminológica. Se trata de subirse una vez más al escenario, como cientos y cientos de veces con anterioridad, pero “con una energía que no controlas”. “Estamos más verdes”, certifica Roger Padilla, ese guitarrista que sonríe con gesto triste. Los cuatro saben que la música puede servir como cataplasma en estos tiempos de ánimos desvencijados, pero se niegan a que les consideremos una suerte de curanderos sonoros. “Nunca en estos 12 años nos hemos dirigido a un público, en plural. La nuestra es una relación individual con el oyente, una comunicación de uno a otro. No le hablamos a la masa, sino a alguien”, matiza Gisbert.

Vivimos estos días como en un escenario de ciencia ficción, pero ojalá que los acontecimientos no lo transformen en realismo crudo, que todo lo sucedido estos últimos meses no se convierta en costumbrismo
Guillem Gisbert, cantante de Manel

Pese a la fragilidad anímica y la contención del formato con el público sentado, esos 400 “oyentes individuales” acabaron disfrutando con ardor creciente del regreso de Manel. Fueron dos horas generosas, al principio más centradas en su reciente Per La Bona Gent (2019) y luego, con escalas en las ya clásicas La Cançó del Soldadet, Ai Dolors, Teresa Rampell o Boomerang. Lo de la “buena gente”, avisan, ya incluía en la era prepandémica “una cierta dosis de ironía y escepticismo”, la derivada de que “muchos tiendan a pensar que ellos son buenas personas y que son los demás quienes se equivocan”. Ahora pronostican un futuro inmediato en que las canciones “hablarán del coronavirus no desde la narración evidente, sino desde las emociones” y en el que “cuesta imaginar singles románticos al uso”.

Ellos seguirán esforzándose, sin duda, en escribir historias poco comunes para los estándares del pop. “Llevamos cinco elepés y una década larga de trayectoria, pero la palabra ‘madurez’ no nos gusta. Si me dicen que acabamos de grabar nuestro disco más maduro, lo traduzco como el primer disco malo”, se carcajea Padilla. Y Gisbert le refrenda: “Prefiero la inmadurez en la vida creativa. Y en la personal, ya ni me pronuncio…”. Sonreír. Siempre. Pese a todo.

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