Los enfermos que no pueden llevar mascarillas: “No me dejan subir al bus ni con certificado”

La madrileña María Ortega sufre varias enfermedades respiratorias. La Empresa Municipal de Transportes dio una orden de prohibir el acceso a los usuarios que no usen mascarillas

Madrid -
Maria Ortega, en los alrededores de su casa.

María Ortega no puede caminar más de 200 metros sin pararse. Necesita respirar, tomar un poco de aire, frenar en seco. Con 54 años sufre una insuficiencia respiratoria, alergia, esclerosis múltiple y fibromialgia. Un combo de patologías que le impiden volver a ser la de antes, una trabajadora social que se dedicaba en cuerpo y alma a los demás. “Llegué a recibir un premio de Aznar”, cuenta. Y muestra una foto, por si las dudas. Ortega vive cerca de La Moncloa, una zona llana de Madrid que para ella es como una montaña rusa.

Su día a día cambió de repente hace unos años. La fatiga se con...

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María Ortega no puede caminar más de 200 metros sin pararse. Necesita respirar, tomar un poco de aire, frenar en seco. Con 54 años sufre una insuficiencia respiratoria, alergia, esclerosis múltiple y fibromialgia. Un combo de patologías que le impiden volver a ser la de antes, una trabajadora social que se dedicaba en cuerpo y alma a los demás. “Llegué a recibir un premio de Aznar”, cuenta. Y muestra una foto, por si las dudas. Ortega vive cerca de La Moncloa, una zona llana de Madrid que para ella es como una montaña rusa.

Su día a día cambió de repente hace unos años. La fatiga se convirtió en un modo de vida. El golpe de la insuficiencia respiratoria le provoca mareos y vértigos instantáneos. “Como que se me nubla así la vista, de golpe”. Su cuerpo le pide paciencia cuando camina más de la cuenta. Se mueve en transporte público por Madrid porque no tiene coche. “Pero tampoco podría conducir porque la enfermedad me lo impide”. Dice que los reflejos ya no son los de antes. Sus paseos matutinos, vespertinos y nocturnos empiezan y terminan en un asiento de autobús.

Su rutina sufrió un pequeño desbarajuste con la publicación en el BOE de la obligatoriedad del uso de las mascarillas para usar el transporte público el pasado 21 de mayo. Desde entonces, Ortega acude a todos los lados con la máscara de plástico, como si fuera una soldadora de aluminio vestida de paisana.

En la mano derecha porta siempre el documento firmado por su médico, como una parte más del DNI: “Presenta problemas de insuficiencia respiratoria por la cual necesita prescindir de mascarilla en determinados momentos, debiendo extremar cuando esto se produzca la distancia de seguridad y el resto de precauciones”. Pero no sirve de mucho. Ahora sufre el rechazo de algunos de los conductores públicos del servicio de transportes de la región. Esta semana sucedió en la céntrica parada de la Plaza de España:

- Hola, ¿este va a Cibeles?

- Sí, pero necesita mascarilla.

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- Es que no puedo por prescripción médica, mire.

- Le he dicho que no, lo siento.

- ¿Me va a dejar aquí?

- ¡Le han dicho ya que no, señora!- inquiere una viajera.

Y a esperar. Ortega cuenta esto con resignación. “¿Por qué hacen esto?, ¿es que somos extraños? No puedo ponérmela porque no puedo, me ahogo. Llevo una máscara y con esto debería bastar”. Pero el BOE manda. Ha escrito varias cartas a la Empresa Municipal de Transportes y la respuesta siempre es la misma: “Su escrito ha sido admitido. Recibirá una respuesta en la mayor brevedad posible”. La brevedad en la burocracia, y más en mitad de una pandemia, es una eternidad. Una portavoz de la EMT dice que ellos no pueden hacer nada al tratarse de una orden ministerial. Sin embargo, el BOE explica en un apartado: “Se excepciona de esta obligación a aquellas personas que presenten algún tipo de dificultad respiratoria que pueda verse agravada por la utilización de la mascarilla y a aquellas cuyo uso se encuentre contraindicado por motivos de salud o discapacidad”. No sirve de nada.

Raro es el día que suba a la primera al autobús. El lunes, por ejemplo, Ortega sufrió el no rotundo de cuatro conductores. Llegó tarde a su cita con un funcionario de Hacienda para terminar los trámites de la declaración de la renta. No solo le ocurre en los alrededores de Plaza España o en su casa, cerca de La Moncloa. El lunes este periódico lo comprobó en hasta cuatro ocasiones en una mañana calurosa por la Gran Vía, Príncipe Pío o Embajadores:

- Lo siento, no puede.

- ¿No le vale el certificado médico?

- No. Póngase la mascarilla.

Y otra vez:

- Ya la he dicho que no.

- Pero es que no puedo porque tengo una enfermedad.

- No, es con mascarilla, señora.

Algunos ni contestan, arranca casi con la palabra en la boca. Otros conductores son más amables. “Yo quiero llevar a todo el mundo, pero entiéndame a mí. El certificado dice eso, pero yo tengo unas normas que cumplir. Le habrán avisado más conductores, ¿no? Lo siento, es la normativa que nos ha llegado. Lo sé, sé que usted estará como dice. A mí me gusta llevar a todo el mundo, aunque no lo crea”.

Ortega escucha con atención. “Este ha sido más majo, otros ni me miran porque ya me conocen”. Pero otros también la aceptan directamente, sin preguntar, aunque no la lleve. “Solo quiero que me dejen entrar sin preguntar, es humillante decir todo el rato que estás enferma delante de los viajeros. Antes viajaba sin problemas. Me encantaba montar en bici, eso sí que lo echo de menos”.

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