El teatro como oficio: regreso de un actor a los escenarios
La sala Lola Membrives, en el sótano del Teatro Lara, es para Mario Alberto Díez lo más parecido a una oficina, a la que vuelve en julio tras meses sin ingresos
¿Dónde estaba usted los días antes del confinamiento? Como buena fecha histórica, el 13 de marzo de 2020 ha quedado grabado en nuestra memoria. “Yo estaba en Alicante, la ciudad donde me crie, porque era el cumpleaños de mi madre”, explica el actor Mario Alberto Díez. Y allí se tuvo que quedar durante toda la reclusión. “Con dos camisetas y dos pantalones que llevaba”, añade. Por un lado, no hubo problema, porque la actividad teatral, como tantas otras, se suspendió. Por otro, el problema era grave: los actores no t...
¿Dónde estaba usted los días antes del confinamiento? Como buena fecha histórica, el 13 de marzo de 2020 ha quedado grabado en nuestra memoria. “Yo estaba en Alicante, la ciudad donde me crie, porque era el cumpleaños de mi madre”, explica el actor Mario Alberto Díez. Y allí se tuvo que quedar durante toda la reclusión. “Con dos camisetas y dos pantalones que llevaba”, añade. Por un lado, no hubo problema, porque la actividad teatral, como tantas otras, se suspendió. Por otro, el problema era grave: los actores no teletrabajan (excepto en algunas nuevas experiencias vía Zoom) y Díez se enfrentaba a varios meses sin funciones, sin ingresos, y con un alquiler (el del piso de Madrid que comparte con una amiga) que pagar. Así es la vida del artista y así fue la de buena parte de la población. “Un palo bastante grande”, dice.
Díez habla en las dependencias del Teatro Lara, que tienen ese aire entre mágico y tristón de los teatros vacíos. Hay cosas fuera de sitio, cachivaches escénicos por ahí y mucho silencio. El histórico teatro, inaugurado en tiempos de Alfonso XII a iniciativa de un carnicero de Antón Martín, lleva varios meses cerrado y se prepara para la reapertura en el mes de julio. Primero la sala grande, la bombonera, donde se han vivido éxitos del teatro comercial como La Llamada o Burundanga y, posteriormente, la sala Lola Membrives, en el sótano, dedicada al teatro off. Por su parte, Díez, ha pedido el paro, pero todavía no ha cobrado. “Estamos esperando muchísimo”, se lamenta.
Este teatro es lo más parecido que Mario Alberto Díez (Lorca, 1981) ha tenido a un trabajo fijo: en la obra Lavar, marcar y enterrar (una comedia negra en una peluquería) lleva seis temporadas, en Sidra en vena (un delirante Falcon Crest a la asturiana), tres. Ambas son escritas y dirigidas por JuanMa Pina. “Somos casi una productora residente [Montgomery Entertaiment], eso sí, vamos a taquilla: la estabilidad es relativa”, señala el actor. Además, ha aparecido en multitud de series televisivas, sobre todo como actor episódico, pero no solo (en Seis hermanas tuvo un papel de largo recorrido). Por lo pronto, se van reanudando los castings. Unos días antes ya había tenido un rodaje, con todo el protocolo de esta nueva normalidad. El audiovisual se va recuperando a mayor ritmo que el teatro, porque en el teatro la gente está más apiñada, y en algunos sitios, como en los Teatros del Canal, colocan maniquíes separadores, imaginativos, pero algo truculentos.
“Nosotros estamos trabajando para que el teatro tenga las mejores condiciones de seguridad, sobre todo en relación con la desinfección entre funciones”, dice Antonio Fuentes, director del Lara. Si la profesión ya es intermitente e incierta por naturaleza, luego hay que sumarle estos vaivenes imprevistos que traen consigo las diferentes crisis que el capitalismo crepuscular va encadenando. “Para meterse en esta profesión hay que ser peleón, y las gentes del teatro no suelen darse por vencida”, añade Fuentes, “pero las cosas se están poniendo muy duras”. Los teatros son una de las últimas actividades, junto con los conciertos, que se ponen en marcha tras el confinamiento y hay salas que han preferido retrasar su apertura a otoño.
La profesión de la interpretación parece muy presionada por la necesidad del éxito, de la fama, del glamur, precisamente porque los modelos de éxito que se nos venden son los miembros del star system hollywoodiense que luego se replican a nivel local en cada país. Y muchas veces, está rodeada de un discurso rimbombante sobre la vocación, la dedicación y el talento. Pero Díez, con los pies en la tierra, prefiere reivindicar esta profesión como un oficio. “Existe una élite que es la que todos conocemos y que aparece mucho, y luego estamos una gran bolsa de actores que vivimos de la profesión, pero que no somos especialmente conocidos por el gran público”, explica.
Una profesión como cualquier otra con sus rutinas y sus momentos de aburrimiento (sobre todo cuando llevas a la espalda más de 500 funciones de la misma obra) y sus buenos y malos rollos, aunque de puertas para fuera siempre se hable de grandes conexiones espirituales y aprendizajes colectivos. “Parece que los rodajes son siempre maravillosos y que los personajes son siempre un regalo”, apunta el actor, “pero es evidente que no siempre es así”.
Solo el 8% de los intérpretes puede vivir de su profesión según un sonado informe de Aisge de 2016, y muchos compaginan su vocación con otras ocupaciones. En los chistes, los actores y actrices ponen copas en pubs, en la realidad también. “Me molesta que cuando un actor tiene otra ocupación y otro negocio, y no se dedica a esto al 100%, sea considerado como un fracaso”, señala Díez. Por lo demás, en una sociedad que suele valorar la versatilidad, la polimatía y la polivalencia.
La pregunta del millón es: ¿por qué la gente se mete a este trabajo si siempre es tan precario y complicado? “Yo creo que mucha gente no es consciente de dónde se mete, yo el primero”, dice el actor, “antes de empezar sabía algo de la inestabilidad, no tanto de que la industria era tan pequeña… y existe la presión de siempre aspirar a más. Pero es que es lo que me gusta, desde que soy pequeño. Siempre lo tuve claro”.