¿Y tú, qué has aprendido?

Si este confinamiento no nos ha enseñado a cuidarnos entre todos entonces, ¿de qué ha servido todo esto?

Trabajadores de Ifema durante la clausura del hospital provisionalDANIEL GONZÁLEZ / GTRES

Hoy no es un buen día. Hay momentos en los que es fácil escarbar la belleza de los escombros, pero otros días la realidad es seca y compacta y no hay poesía que salve eso.

En las conversaciones se repite continuamente la misma pregunta: “¿Qué has aprendido del confinamiento?”, cuyas respuestas son exactamente iguales: “A llevarme bien conmigo mismo y a aceptar la soledad”; “a echar de menos a mis seres queridos, llamar más veces a mis abuelos, a hacer piña con mis vecinos”; “a cocinar postres, recuperar los libros, organizar la casa”. Y todo, a veces, me parece tan individualista y bana...

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Hoy no es un buen día. Hay momentos en los que es fácil escarbar la belleza de los escombros, pero otros días la realidad es seca y compacta y no hay poesía que salve eso.

En las conversaciones se repite continuamente la misma pregunta: “¿Qué has aprendido del confinamiento?”, cuyas respuestas son exactamente iguales: “A llevarme bien conmigo mismo y a aceptar la soledad”; “a echar de menos a mis seres queridos, llamar más veces a mis abuelos, a hacer piña con mis vecinos”; “a cocinar postres, recuperar los libros, organizar la casa”. Y todo, a veces, me parece tan individualista y banal que siento que vivimos rodeados de espejos en los que solo vemos nuestro propio reflejo.

Pensemos en la mujer agredida de manera sistemática que ya no necesita recurrir al maquillaje porque nadie la va a ver

Durante estos meses de pandemia, las llamadas al 016 para denunciar casos por violencia de género y las peticiones de auxilio de menores de edad se han multiplicado. Pensemos en la mujer agredida de manera sistemática que ya no necesita recurrir al maquillaje porque nadie la va a ver. Pensemos en el chico repudiado por su condición sexual que se ha visto encerrado con una familia que le desprecia y ante quienes finge una realidad de mentira por pura supervivencia. Imaginemos un pájaro dentro de una jaula al que, sin sacarlo de ella, lo metemos en una caja de zapatos. La cárcel es doble. Si antes había una salida, ahora la puerta está cerrada. Y eso, que ya ocurría, está sucediendo ahora mismo. El sistema está más debilitado de lo que creíamos y eso sí que es un aprendizaje, esa sí que es una respuesta a todo esto. Hay mucho que hacer y siento que nada de esto ocupa el espacio necesario, que debería ser enorme.

En Madrid hay gente haciendo colas kilométricas para conseguir un plato de comida que compartirán entre varios mientras que en los barrios más tradicionales un puñado de irresponsables se manifiesta saltándose todas las medidas de seguridad obligatorias pidiendo «libertad», amparados por algunos de nuestros representantes políticos por pura ideología manchada de intereses individualistas. Qué es la libertad, llegados a este punto. Qué significa ahora esa palabra tan limpia y tan tristemente viciada. No sé si quiero saberlo, me asusta la respuesta que pueden dar, ha dejado de interesarme. Lo que veo es gente sufriendo mientras otros protestan por lo suyo; médicos que han muerto por salvarnos mientras otros escupen en sus tumbas sin miramiento; confrontación y debates de colegio en las altas esferas que me provocan bostezo y desidia; una mirada puramente egoísta sobre las consecuencias de todo esto. Quedarse con los buenos no siempre es suficiente.

Es incómodo, yo lo sé, pensar en el que sufre, oler el miedo ajeno, esquivar sutilmente el daño que trae el otro y ponerlo al lado del nuestro. Pero si este confinamiento no nos ha enseñado a cuidarnos entre todos entonces de qué ha servido todo esto, aparte de para convertirnos en mejores cocineros o mejores familiares. ¿De qué narices ha servido?

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