Liberar espacio: a mi abuela de 93 años la sacan de paliativos

“Dejar sin asistencia médica a una persona extremadamente vulnerable ante la emergencia sanitaria no es de recibo", comenta la autora, sobre su abuela de 93 años

Esther Arroyo
Una persona da la mano a un anciano. GETTY IMAGES

No hay nada más duro en este mundo que despedir a un ser querido. Nunca he sabido qué puede ser más desgarrador, si una pérdida repentina o un adiós producto de una larga enfermedad. Qué más da. Se trata de un dolor irreparable. ¿Qué ser humano está preparado para asumir que nunca más podrá abrazar a un padre, a una madre, a un hermano o hermana, a los abuelos…? Ay, los abuelos. Qué triste es verles marchar, apagarse lentamente, sufrir al ver diluirse su dignidad.

Mi abuela Julia lleva meses entre la vida y la muerte. Hemos tenido tiempo de interiorizar que no hay esperanza, que es el f...

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No hay nada más duro en este mundo que despedir a un ser querido. Nunca he sabido qué puede ser más desgarrador, si una pérdida repentina o un adiós producto de una larga enfermedad. Qué más da. Se trata de un dolor irreparable. ¿Qué ser humano está preparado para asumir que nunca más podrá abrazar a un padre, a una madre, a un hermano o hermana, a los abuelos…? Ay, los abuelos. Qué triste es verles marchar, apagarse lentamente, sufrir al ver diluirse su dignidad.

Mi abuela Julia lleva meses entre la vida y la muerte. Hemos tenido tiempo de interiorizar que no hay esperanza, que es el final. Ya nunca más me dirá: “Cariño, te he hecho una tortilla de patatas para que cenes en el periódico”, ni sacará esa mala leche que ha gastado siempre. No tiene fuerzas. Por eso se encuentra en la unidad de cuidados paliativos de un hospital madrileño, maravillosamente bien cuidada, por cierto. Nunca ha faltado una palabra de cariño hacia ella y nuestra familia, buenos modales y estupenda atención. Pero la situación ha cambiado esta semana, en plena crisis del coronavirus en Madrid.

Mi abuela, enferma crónica de 93 años, se encuentra en dicho centro tras ser valorada por el equipo de cuidados paliativos del prestigioso Hospital Ramón y Cajal y ser diagnosticada desde hace meses de un cuadro irreversible (tumor en la zona abdominal, insuficiencia renal, infección respiratoria, valvulopatía aórtica...). Nos dieron nulas esperanzas de vida, dadas las circunstancias. Por recomendación médica, decidimos no realizar una biopsia para conocer el alcance de dicho tumor. Se trataba de una prueba demasiado invasiva y no tenía sentido hacerle pasar por ello, puesto que en una persona tan mayor y tan débil no se contemplaba poner tratamiento. Por eso fue derivada a dicha unidad, donde el objetivo, recordemos, no es curar al enfermo, sino darle las atenciones médicas necesarias en sus últimos días de vida y aliviar cualquier sufrimiento que pueda padecer.

Extrañamente, este lunes su doctor habitual fue sustituido por otro médico y se decidió volver a hacer la misma prueba que ya le realizaron en su momento para valorar de nuevo su situación. Justamente ahora y no tiempo atrás. Al recibir los resultados, la sorpresa fue mayúscula. Casualmente, el tumor que tenía y que le causa ciertos trastornos ya no aparecía en el informe radiológico. No creo en los milagros, pero oiga, a lo mejor estamos ante uno de ellos. ¿Cómo es posible si no se ha aplicado tratamiento alguno para atajarlo? ¿Acaso el diagnóstico inicial y en base al cual se la ha tratado durante todo su ingreso era erróneo? ¿O es este último el que no cuadra? Sea como fuere, consideran que ya no hay motivos para mantener a mi abuela en el centro, por lo que le darán el alta. Ella sigue en la misma situación de dependencia total, con un hilo de vida, postrada en una cama, pero ahora no solo no merece cuidados paliativos en el hospital, tampoco en casa, ni ayuda asistencial, ni acceso a una residencia temporal. Nada. “Ahora es cosa exclusivamente de la familia”.

Estamos ante una emergencia sanitaria, con una situación que en Madrid se complica por momentos, somos conscientes. Y si hay que reestructurar hospitales, trasladar enfermos o lo que sea menester para adaptar el sistema sanitario al nuevo escenario, adelante. Pero si este cambio de diagnóstico de un día para otro responde a la intención de liberar espacio para nuevos pacientes, dejando sin asistencia médica a una persona extremadamente vulnerable, no es de recibo. Es una crueldad y una indecencia. Por supuesto que mi abuela no tiene expectativas de mejora, por eso está donde está. Esto de que se vaya a morir fuera para dejar paso a otros que se puedan curar –triaje lo llaman– me parece tremendo, pero vale, aunque sería un detalle mantener algún apoyo médico. Por humanidad, vaya.

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