Ojo, que tiene 38º

El teletrabajo con niños en casa es así. Una tarea de equipo en la que ella se lo pasa fenomenal y los adultos se van dando relevos

Un aula desierta en el colegio público Rufino Blanco en Madrid, donde los colegios permanecerán cerrados hasta el 26 de marzo.EFE
Madrid -

La víspera de que empiece la suspensión obligatoria de las clases, Telma y ‘nonna’ Christine, su abuela italofrancesa, vuelven a casa con una noticia inquietante: “En la guardería dicen que tiene 38º”. En tiempos de coronavirus y teletrabajo esa frase de siete palabras hace que todos nos miremos a los ojos, bajemos rápidamente la vista a los pies, y miremos luego al techo. Nos falta silbar, como si aquí no pasara nada, mientras digerimos l...

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La víspera de que empiece la suspensión obligatoria de las clases, Telma y ‘nonna’ Christine, su abuela italofrancesa, vuelven a casa con una noticia inquietante: “En la guardería dicen que tiene 38º”. En tiempos de coronavirus y teletrabajo esa frase de siete palabras hace que todos nos miremos a los ojos, bajemos rápidamente la vista a los pies, y miremos luego al techo. Nos falta silbar, como si aquí no pasara nada, mientras digerimos lo que puede significar eso. En seguida cogemos el termómetro. 36,5. Falsa alarma. Lo mismo ocurre las otras 500 veces que probamos durante las siguientes horas. ¿Lo has puesto bien? ¿Seguro? Seguro, pensamos mientras Telma se lo pasa pipa con la luz verde que despide el termómetro.

Mientras sus padres trabajan, ella baila, saca cuentos de la estantería para tirarlos al suelo, corre, gira sobre sí misma, prueba a pintar, intenta rebotar contra un balón de pilates, entona el Let it Go de Frozen, se intenta arrancar los calcetines, grita de nuevo, corre de nuevo, y finalmente se dedica a aporrear una caja de cartón llena de pañales. Aquí no se ha decretado el estado de sitio, ni se ha ido al asalto de los lineales de los supermercados, ni se ha colapsado Amazon con pedidos de comida, bebida, y todo lo demás, pero pañales, lo que es pañales, sí que se han comprado. Parece lo mínimo para un bebé cuando la gente se pelea en los supermercados por el papel higiénico, y además resulta que le sirven de entretenimiento.

Pum, pum, pum. Los golpes a la caja se mezclan con los de las teclas del ordenador, el sonido que anuncia una catarata permanente de emails y los timbres del teléfono: whatsapp, telegram, slack y sms se unen a las llamadas en una sinfonía continua en la que Telma es la solista. El teletrabajo con niños en casa es así. Una tarea de equipo en la que ella se lo pasa fenomenal y los adultos se van dando relevos mientras sacan adelante su tarea con algo de mala conciencia.

La familia acaba el día feliz. Y agotada.

Miércoles 11 de marzo. Primer día sin clases. Telma canturrea en el coche mientras vamos a casa de los abuelos españoles. Cuando llega, sufre una decepción. “Tato trabaja”, acaba diciendo al ver que no está su tío, algo que le resulta incomprensible, y que le hace descubrir que en tiempos de coronavirus no todo el mundo tiene la opción de quedarse en casa para teletrabajar. ¿Qué harán esos padres? ¿Quiénes les ayudarán? ¿Cómo saldrán adelante? Ella no se hace esas preguntas porque ya está en el jardín jugando con la abuela.

-¡No me persigas!

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