Santiago descubre sus 300 gárgolas bajo la pertinaz lluvia

Rutas guiadas, libros y conferencias reivindican la ciudad gallega como capital europea de los aliviaderos escultóricos por el número de piezas labradas con motivos grotescos, mitológicos y monstruosos que adornan los monumentos

Un visitante observa con prismáticos las gárgolas de la fachada principal del Hostal dos Reis Católicos, en Santiago.ÓSCAR CORRAL

No conviene, en una mesa repleta de compostelanos de pro, preguntar de dónde viene ese gentilicio suyo —alternativo, coloquial, jacarandoso— de “picheleiros”. Porque es posible que cada uno de los presentes tenga su teoría y acalorados puntos de desencuentro con los demás; y que la discusión se extienda más allá de los postres y el licor café. La mayoría aceptará que el nombre viene de “pichel”, una jarra de estaño, alta y con tapa, que se fabricaba en Santiago ya en la Edad Media, bautizada con una palabra evolu...

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No conviene, en una mesa repleta de compostelanos de pro, preguntar de dónde viene ese gentilicio suyo —alternativo, coloquial, jacarandoso— de “picheleiros”. Porque es posible que cada uno de los presentes tenga su teoría y acalorados puntos de desencuentro con los demás; y que la discusión se extienda más allá de los postres y el licor café. La mayoría aceptará que el nombre viene de “pichel”, una jarra de estaño, alta y con tapa, que se fabricaba en Santiago ya en la Edad Media, bautizada con una palabra evolucionada del occitano, del latín o hasta del griego (primer motivo de disputa). Otros, sin embargo, defenderán que lo que nació como un mote no se debió tanto al oficio como a la afición de los lugareños de beber por el pichel (segunda controversia). Un tercer bando insistirá, por su parte, en que lo auténtico no es “picheleiro”, sino “picholeiro” (tercera discusión), y explicará que esto deriva de la abundancia de fuentes y caños de agua o “pichos” que hay en la capital gallega; este grupo hasta desarrollará su teoría asegurando que picho es un término emparentado con el coloquial “pichola” (pene, picha, en castellano). A partir de aquí, alguno recordará que también se ha dicho y escrito que Santiago, esa ciudad “donde la lluvia es arte” (en una Galicia donde este año llueve tercamente), es uno de los lugares con mayor densidad de gárgolas de Europa.

Y ¿qué es una gárgola más que un “picho” gigante? Según el recuento de Benxamín Vázquez, uno de los mayores exploradores de estos elementos arquitectónicos tan funcionales y tan artísticamente libres que se ciernen sobre las cabezas de los turistas, en Compostela hay al menos 300 aliviaderos escultóricos en edificios monumentales. Hay tantos, tan sorprendentes, tan bellos, tan enigmáticos, tan simbólicos, tan monstruosos —“y tan fálicos”, apunta el investigador— que en Santiago se multiplican las visitas guiadas y las conferencias que los reivindican. Mientras tanto, este periodista jubilado ha publicado un libro, Gárgolas de Compostela (Compostela Gargoyles) (Editorial Alvarellos) junto al fotógrafo Xaime Cortizo.

Juan Segade es el guía que en 2018 decidió que había que “desmarcarse del estándar”, y ofrecer a los turistas rutas por los desagües escultóricos. En una visita a la biblioteca, cayó en sus manos un trabajo anterior de Benxamín Vázquez acerca de gárgolas, un catálogo (Gorjeos de Gárgolas) editado con motivo del Año Xacobeo 93. Al año siguiente dejó de trabajar para agencias, fundó su propio sello, Compos Tours, y empezó realizando “freetours benéficos” para comprobar si la idea de funcionaba. “Lo recaudado se destinaba a Down Compostela”, cuenta, y el proyecto enseguida cuajó entre los visitantes de todas las edades, pero de manera especial “entre los niños”. Segade va con un libro ilustrado destinado a este público, Sar, Sarela y los monstruos de Compostela (Paco López-Barxas y Kiko Dasilva, Editorial Kalandraka), en el que las gárgolas de la ciudad cobran vida, y lleva a los pequeños hasta donde esas esculturas del cuento están en la realidad. “Una, entre todas, les encanta a los críos porque se parece mucho al Pato Donald”, comenta el guía turístico, que también informa de que la gárgola más antigua que se conserva en la ciudad ya se ha jubilado: “Es un león del siglo XIII que ahora se expone en una sala de la Colexiata do Sar”.

Gárgolas en la Praza da Quintana (Santiago).ÓSCAR CORRAL

El atractivo turístico de las gárgolas no es un fenómeno extraño. Una de las visitas más demandadas en la Catedral de Washington, construida a lo largo del siglo XX en estilo neogótico, es el tour de hora y media que lleva a descubrir sus 112 gárgolas y grutescos, entre los que se encuentran el mismísimo Darth Vader, un ejecutivo, un jipi, un pulpo y hasta un turista a punto de ser tragado por un monstruo. No son las únicas del mundo que hacen guiños a la cultura pop y al presente, y que no esconden su contemporaneidad aunque adornen edificios mucho más antiguos: en la catedral María Inmaculada de Vitoria hay un hombre hablando por teléfono y otro con máscara de gas. En la de Palencia, una gárgola representa al fotógrafo José Sanabria, disparando desde el cielo a todo el que pasa por la calle. En la abadía de Paisley (cerca de Glasgow) hay un alien, y dos gremlins en la Capilla de Belén, próxima a Nantes.

Sean de la Edad Media o completamente actuales (las más recientes son probablemente las ocho que esculpió José Miguel Abril para la Torre Gótica de Alcañiz, Teruel) estas bestias desconocidas que nos acechan despiertan pasiones más allá de la inigualable fama las de Notre Dame de París, ideadas por Violet le Duc en el siglo XIX. “Y que, por cierto, no son gárgolas, sino quimeras, es decir... no cumplen con la función arquitectónica de canalizar y dar salida al agua de los tejados”, ilustra desde Madrid Dolores Herrero, la gran investigadora española de estas esculturas fantásticas en Europa.

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Gárgola en la Praza do Obradoiro.ÓSCAR CORRAL

Herrero es historiadora del Arte, autora del libro La gárgola y su iconografía (Universo de Letras), el mayor compendio hasta el momento junto con sus videoposts y su blog (https://doloresherrero.com/gargolas-del-mundo-blog/), en el que desde 2016 da a conocer continuamente caños tallados en piedra que va descubriendo en sus visitas. La experta, que hizo su tesis doctoral sobre las gárgolas de Castilla y León, explica que su monstruosa belleza ha inspirado “mucha literatura desde el Romanticismo”. Sin embargo, “hay un enorme desconocimiento y apenas existe documentación” sobre estas piezas donde canteros geniales, pero anónimos, se expresaban en libertad y plenitud, mucho más que en los niveles de los edificios accesibles al ojo humano en edificios públicos y privados, en monumentos e iglesias.

Caricaturas de monarcas y sacerdotes

“Con sus gárgolas transgresoras, demoníacas, lujuriosas, burlonas, esotéricas y metamórficas, los canteros demostraron que eran unos revolucionarios”, afirma Benxamín Vázquez. Ahí arriba, los desagües labrados en piezas de hasta 100 kilos y casi dos metros de largo (buena parte no se ve porque va encastrada en la cornisa) representan lo inimaginable: “desde un individuo castrado, con el rostro desencajado por el dolor, hasta la muerte putrefacta”, describe. Desde un hombre que enseña las nalgas y los testículos a los viandantes y vierte el agua de la lluvia por el ano (Hostal dos Reis Católicos, Praza do Obradoiro) hasta una quimera con forma de voluptuosa sirena (San Martiño Pinario, Rúa da Moeda Vella, Santiago). “Son caprichos de cantero”, define el veterano periodista, “y tienen muchas posibles interpretaciones”, aunque algunos se puedan clasificar sencillamente como gorgonas, basiliscos, mantícoras, dragones y grifones. Este mundo en ocasiones “caótico y sin programa iconográfico” que se hace fuerte en las alturas es, para Vázquez, como “un Jardín de las Delicias en piedra”.

Benxamín Vázquez (en el centro, con visera) guía una visita sobre las gárgolas en Santiago.ÓSCAR CORRAL

En Santiago hay algunas gárgolas a 30 metros de altura sobre el nivel de la calle, “más que el Acueducto de Segovia”, apunta Vázquez en un paseo por la ciudad, casi imposibles de descubrir si no es con prismáticos. Son distintas figuras de animales que custodian el monasterio de San Martiño Pinario, y “sus escultores se esmeraron en ellas” aun siendo conscientes de que jamás se apreciarían desde el suelo. Dolores Herrero explica que las gárgolas empezaron a proliferar “en el siglo XIII en París, con el Gótico”, y que en Francia y España, por ejemplo, “hay muchas más que en Italia”, porque el Renacimiento las dejó atrás. En la arquitectura acabaron siendo relevadas por los desagües lisos, rectilíneos, de simples formas geométricas y muchas veces de metal, hasta que renacieron con el Romanticismo. “La gárgola ha sido muy despreciada en la Historia del Arte, porque es un canalón”, lamenta Herrero, “muchas se encuentran en un estado lamentable por los excrementos de aves, el musgo, la contaminación. En León, ahora, llevan una rejilla, porque cayeron dos”.

Allí arriba, escondidas, podían emplearse para caricaturizar a personajes públicos, a clérigos pecadores y hasta a reyes. “En Burgos hay un demonio que sujeta una figura con corona y en la Lonja de Valencia, otro rey con cara de poca inteligencia y solo tres dientes en la boca”, cita la historiadora; hay incluso gárgolas de “monarcas cornudos”. “Lo obsceno, lo escatológico, lo exagerado y lo profano” colonizaba las azoteas en contraste “con lo cristiano”, a lo que complementaba “como el yin al yang”, define la investigadora, que explica que el lugar donde ha contado más gárgolas, “aunque no criaturas mágicas, sino de líneas geométricas”, es el Palacio Nacional de Mafra (Portugal): “En un trabajo realizado con una colega de la Universidad de Lisboa contamos 396″. Cuando empezaba las investigaciones para su tesis, el canónigo fabriquero de la catedral de Burgos se sintió en la obligación de advertir a la joven licenciada sobre aquellos seres espeluznantes, muchos imposibles de ver desde abajo, a los que iba a enfrentarse al subir al tejado: “Sabes que te vas a meter en un bosque de monstruos, ¿no?”.




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