La política de las emociones sepulta el debate

Los eslóganes sustituyen al contenido y dejan fuera de foco asuntos como la gestión de la pandemia o la desigualdad

Pablo Iglesias y Rocío Monasterio, antes del tumultuoso debate que acabó en bronca en la SER, el pasado día 29. En vídeo, el momento en el que Iglesias abandonó el plató.Vídeo: ANDREA COMAS / CADENA SER

Isabel Díaz Ayuso trazó una metáfora involuntaria de la campaña del 4-M en la carta que envió a todos los electores madrileños. Donde los demás candidatos se presentaban y resumían sus propuestas, la cabeza de lista del PP incluyó su foto, un lema — “libertad” o “seguridad”— y un folio en blanco. Difícil encontrar un icono más expresivo de lo que ha sido esta campaña: eslóganes tremebundos, ...

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Isabel Díaz Ayuso trazó una metáfora involuntaria de la campaña del 4-M en la carta que envió a todos los electores madrileños. Donde los demás candidatos se presentaban y resumían sus propuestas, la cabeza de lista del PP incluyó su foto, un lema — “libertad” o “seguridad”— y un folio en blanco. Difícil encontrar un icono más expresivo de lo que ha sido esta campaña: eslóganes tremebundos, agresividad desatada y escaso contenido. El mundo se enfrenta a una catástrofe sanitaria y económica, mientras en Madrid —una de las regiones europeas más golpeadas por la pandemia— se discute del comunismo, del fascismo y de la libertad de tomarse unas cañas.

No hay muchos precedentes de una campaña tan anómala y encanallada. Y por eso florecen los diagnósticos desoladores en su balance. Lo es el de José María Lassalle, profesor, ensayista y exdiputado del PP: “Asistimos a un escalón más de un proceso populista en el que las campañas ya no se proponen como una reflexión sobre la gestión, sino que eso es sustituido por lo que en la jerga de las redes sociales se llama ‘experiencias’. Hay un populismo estructural al que no le interesa nada la gestión, solo administrar las emociones”.

No es menos amarga la conclusión de Jorge Urdánoz, politólogo y profesor de la Universidad de Navarra: “Diez años después del 15-M, la vieja política se ha enseñoreado de la situación y se ha mostrado incluso peor y más incomprensible que la del bipartidismo”. Una política “radicalizada”, que solo persigue “la destrucción del adversario” y que funciona a base de “eslóganes vacíos”, señala Urdánoz.

Al margen del único debate entre candidatos, el ruido ha apagado la discusión sobre la pandemia, en una comunidad en la que murieron 5.000 ancianos en residencias y que es la segunda de España que menos dinero per cápita destina a sanidad. Como apenas se ha hablado de desigualdad, cuando Madrid es la región que más aporta al PIB nacional y tiene al 42% de la población con dificultades para llegar a fin de mes.

La consultora Verónica Fumanal, que ha asesorado a Pedro Sánchez y Albert Rivera, cree que ha sido la izquierda —con la excepción de Más Madrid— la que se ha dejado “arrastrar al marco que Ayuso le ha impuesto”: presentar la contienda como “un combate ideológico para no discutir sobre la gestión”. En el caso del PSOE, según Fumanal, renunció incluso a dar la batalla de la política fiscal. “Y así no se ha hablado casi nada de educación o desigualdad, mientras todo el mundo entraba a todas las provocaciones”

Los partidos se culpan mutuamente de haber embarrado el debate. Y se quejan de que los medios prestan más atención al chascarrillo y la frase gruesa que a las cuestiones de fondo. El ruido ha sido tan ensordecedor, alegan, que ha sepultado propuestas y reflexiones sobre asuntos que sí afectan a la vida de la gente.

De Ángel Gabilondo se ha hablado mucho en los últimos días por el endurecimiento de su tono contra la ultraderecha, pero, al tiempo, el candidato socialista ha mantenido una agenda intensa con actos sobre educación, feminismo e inmigración. Cuestiones como las elevadas tasas universitarias o la falta de centros de salud y colegios en las ciudades del sur de Madrid han estado muy presentes en sus discursos. Pero en su equipo de campaña admiten que es muy difícil que trascienda todo eso con tal grado de polarización. “Cuanto menos se hable de gestión y de programas, mejor para Ayuso”, lamentan. En los últimos días, han intentado cambiar el paso con el anuncio de un abono de transporte joven gratuito durante dos años que beneficiaría a 1,7 millones de madrileños.

También Ayuso se ha prodigado en los actos sectoriales. “Y ha hablado cada día de impuestos, educación, sanidad… Lleva 30 días vinculando el concepto de libertad a la fiscalidad, la educación o los horarios comerciales”, señala un dirigente del PP, quien concluye: “Lo que ha ocurrido es achacable a la izquierda”. Ayuso ha recuperado viejas banderas de Esperanza Aguirre: su defensa del modelo educativo bilingüe, de los horarios comerciales sin limitación o de la educación concertada. Pero apenas ha ofrecido proyectos nuevos y en sus mítines ha presentado las elecciones como un plebiscito entre ella y Sánchez.

Ciudadanos ha evitado dos temas de los que habló mucho en el pasado. El primero, la lucha contra la corrupción, una de sus banderas, pero que, según las encuestas de su equipo de campaña, ha “cansado” a la población. El otro, la gestión de la pandemia de Ayuso, muy cuestionada por Ignacio Aguado, su vicepresidente de Ciudadanos. El nuevo candidato, Edmundo Bal, a la vista también de las encuestas sobre las preferencias de sus votantes, ha aparcado esas críticas y se ha centrado en propuestas como el refuerzo de 11.000 sanitarios y la reducción de las listas de espera.

Más Madrid lo dejó claro en su lema electoral: Lo que de verdad importa. Su jefe de campaña, Pablo Gómez Perpinyà, dice que eran conscientes de que “el ruido y la polémica terminan triunfando” debido a la “mediatización de la política”. Y aun así, su apuesta por temas como la mejora de los servicios públicos y de los cuidados sí que ha logrado abrirse paso entre el barullo: “Esto no puede ser un Madrid-Barça. Más allá de las informaciones que copan los medios, lo que de verdad importa a la gente son los centros de salud, los colegios, la vacunación... Creo que nuestra estrategia ha funcionado”.

Aunque de Pablo Iglesias se ha hablado en los últimos días sobre todo por su disyuntiva de “democracia o fascismo”, el candidato de Unidas Podemos no ha dejado de referirse en cada mitin a la sanidad y educación públicas —propone 1.000 millones más de inversión para cada una de esas áreas—, de una fiscalidad que grave a los más ricos o de la regulación del precio de la vivienda. “¿De qué van estas elecciones? ¿De propuestas o del peligro del fascismo?”, se preguntó en un acto el pasado jueves. “Precisamente porque hacemos este tipo de propuestas y cuando gobernamos las peleamos hasta el final, el fascismo aparece como un peligro”. El feminismo o el transporte público han sido otros temas muy repetidos en su campaña.

También Vox ha dejado algunas propuestas: menos impuestos, más seguridad y apertura total de comercios y hostelería. Pero, en su caso, la decidida apuesta por el ruido se ha escenificado sin mucho disimulo: su gran aportación ha sido una campaña contra la acogida de niños inmigrantes.

Un “laboratorio de la guerra cultural” que viene

A José María Lassalle, ya alejado de la política, la campaña madrileña no ha hecho más que acrecentarle su pesimismo sobre el futuro inmediato de la discusión pública en España: “Esto ha sido el laboratorio de la guerra cultural que nos espera en las próximas generales”. ¿Cómo se puede tomar en serio que estas elecciones son un combate entre comunismo y el fascismo?. “Porque el lenguaje político se ha contaminado también de las teorías de la conspiración y de las paranoias colectivas que proliferan en las redes”, contesta Lassalle.

Cada vez son más las voces que culpan de estas campañas sin contenidos al poder que han ido acumulando los asesores de comunicación de los partidos. “Yo digo que hay políticos con asesores y políticos asesorizados”, apunta Jorge Urdánoz. “Los primeros se rodean de gente que sabe de temas concretos. Los segundos no tienen ideología y se entregan a los expertos en comunicación”.

Verónica Fumanal, presidenta de la Asociación de Comunicación Política, sostiene que hay una idea equivocada sobre el poder de los consultores: “Nosotros tenemos influencia, pero no poder. El que decide es el político. Yo nunca he obligado a ninguno a hacer algo que no quería”. Pero Fumanal no oculta que ha cambiado la naturaleza de la política: “La política ahora forma parte del entretenimiento y los políticos funcionan como celebrities. Así lo han creado entre los medios, las audiencias y los propios políticos. Si alguien va a la tele a hablar de presupuestos, la gente cambia de canal”. En esas circunstancias, señala, la labor de los consultores es elaborar mensajes “sencillos”. Y matiza: “Sencillos, no simples. Lo sencillo no tiene por qué ser simple”.

Con información de Juan José Mateo, José Marcos, Elsa García de Blas, Manuel Viejo, Paula Chouza y Xosé Hermida.

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