La campaña de la crispación sin fin
No hay hueco para hablar de la pandemia, con la región en alerta máxima. La discusión sobre cómo gestionar la Comunidad de Madrid ha desaparecido
La campaña madrileña está siendo tensa, sucia, salpicada de agresividad verbal. Y también con un punto extravagante y hasta folletinesco. No hay día sin una nueva entrega, ahora las cartas amenazantes, convertidas en serial. Ya van siete, tras la descubierta el miércoles, con dos balas dentro, dirigida esta vez no a un candidato ni a un político en activo, ...
La campaña madrileña está siendo tensa, sucia, salpicada de agresividad verbal. Y también con un punto extravagante y hasta folletinesco. No hay día sin una nueva entrega, ahora las cartas amenazantes, convertidas en serial. Ya van siete, tras la descubierta el miércoles, con dos balas dentro, dirigida esta vez no a un candidato ni a un político en activo, sino al expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero. La izquierda esgrime esas amenazas para argumentar que ha renacido el fascismo. La derecha las minimiza y acusa a la izquierda de usarlas como truco electoral. Así es el ruido sin fin de esta campaña, que no deja hueco para hablar de otra cosa. Ya casi ni de la pandemia, cuando Madrid sigue en alerta máxima y es la segunda comunidad de España con más casos por habitante, por detrás del País Vasco.
Desde el momento mismo en que convocó las elecciones, la presidenta y candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso, dejó claro cuál era su propósito: el combate ideológico —”socialismo o libertad”— y una especie de plebiscito regional sobre el Gobierno de Pedro Sánchez. La oposición aprovechó el debate entre líderes, hace una semana, para arrastrar a Ayuso a otro terreno. Ante las cámaras de Telemadrid se discutió de lo ocurrido en las residencias y en los hospitales, de la situación de la sanidad, de los impuestos, de las perspectivas económicas... Pero al poco llegaron las amenazas a los políticos de izquierdas y las burlas de Vox ante ellas. De la cruzada contra el comunismo se pasó a la cruzada contra el fascismo. Y la discusión sobre cómo gestionar la Comunidad de Madrid casi ha desaparecido.
En lo peor de la pandemia, hace un año, Díaz Ayuso reventó las redes sociales tras aparecer en la portada de El Mundo enlutada y con un gesto que imitaba al de la Virgen dolorosa. En aquellos días de ropas negras —el PP clamaba contra el Gobierno por no declarar luto oficial—, la presidenta se mostraba apesadumbrada. Un año más tarde, Ayuso es toda alegría y vitalismo. En cada aparición pública, cada vez con más entusiasmo, describe Madrid como un refugio para el disfrute. “Aquí la vida es complicada, es caro, se trabaja duro, pero podemos salir hasta altas horas de la noche”, dijo el miércoles en Onda Cero, tras lamentar que “la campaña no esté siendo más alegre”.
Acuciada por el entrevistador, Carlos Alsina, la presidenta explicó por qué dice que en Madrid hay más libertad que en ningún otro lugar. “Aquí puedes salir al cine, al teatro, a tomar algo... Alimentar el alma, que tanta falta nos hace”, argumentó. En otros lugares, en cambio —en todo el resto del país, incluidas las otras cuatro comunidades que gobierna el PP— “cierran los comercios y la hostelería”. En las ciudades pequeñas, además, hay libertades de las que resulta imposible disfrutar, prosiguió Ayuso con un ejemplo: “Libertad es también que cambies de pareja y nunca te la vuelvas a encontrar por la calle”. Por todas estas razones, Madrid atrae a tanta gente, incluso la “mayoría de los jóvenes catalanes” quiere mudarse a la capital, sostuvo sin dudar la presidenta. Lo pudo comprobar ella misma, reveló, en la campaña de las últimas elecciones autonómicas.
Nueva amenaza
De los chascarrillos por las disquisiciones de Ayuso sobre la libertad, la campaña pasó a la agitación por una nueva amenaza. Correos interceptó la carta con dos balas contra Zapatero en una oficina del barrio madrileño de Vallecas. Contenía un texto manuscrito que llamaba al expresidente “alimaña”. Poco antes, el candidato de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, había denunciado en La Sexta la “infiltración” de la extrema derecha en las fuerzas de seguridad del Estado y en el Ejército. “Es un mal endémico e histórico de la democracia española. En Europa alucinan”, aseguró.
Cuando surgieron las primeras amenazas contra Iglesias y miembros del Gobierno, la pasada semana, el PP no reaccionó al unísono. Su presidente, Pablo Casado, hizo una condena contundente e incluso recordó que no tiene una mala relación personal con el candidato de Unidas Podemos. El PP madrileño, en cambio, introdujo matices en el rechazo y cargó con todo contra Iglesias. Pasados los días, hay más sintonía en las voces. Con distintos tonos, Casado y Ayuso minimizan el alcance de esas amenazas y sostienen que, cuando el PP tuvo casos similares, reaccionó con “serenidad”. El líder de los populares, muy distanciado de la campaña, reapareció para culpar a la izquierda de toda la tensión creada. “No hay un problema de convivencia, hay un problema de polarización instigada por un Gobierno desesperado porque va a perder estrepitosamente el 4 de mayo”, sostuvo Casado en un acto con víctimas del terrorismo. En la tribuna del Club Siglo XXI, Ayuso se apuntó a las dudas sobre la veracidad de las amenazas: “Los sobres no sé si son ciertos o no, lo que sé es que no voy a hablar de ellos”. De Vox, ni una mala palabra.
Horas después de conocerse la carta con la amenaza a Zapatero, el expresidente y 20 de los que fueron sus ministros hicieron público un comunicado pidiendo el voto para Ángel Gabilondo. El candidato socialista ha tenido dos caras en la campaña, dirigida desde La Moncloa. El apacible centrista de los primeros días dio paso a un enérgico combatiente contra la amenaza del “fascismo”. El miércoles volvió a tonos más templados, sin dejar de señalar a Vox y los “discursos del odio”. La otra pata de la izquierda, Más Madrid, ha intentado mantenerse un tanto al margen de la refriega. Su candidata, Mónica García, no deja de atacar a Ayuso y sus posibles pactos “con la ultraderecha”. Pero al mismo tiempo intenta no desviarse de su estrategia de hacer una campaña con tonos más positivos y que pretende ser más próxima a los problemas cotidianos de la gente.
En medio del barullo, Ciudadanos, vapuleado por las encuestas, persigue la cuadratura del círculo: presentarse como la única fuerza que huye de “los extremismos”, al tiempo que garantiza que, llegado el caso, volvería a pactar con Ayuso. Su candidato, Edmundo Bal, apoyado constantemente por Inés Arrimadas, se ha colocado en el papel de casco azul en medio de las hostilidades. El miércoles mandó una carta a los otros cinco candidatos proponiéndoles firmar un pacto para poner fin a la “escalada de tensión y polarización”. Bal planteó un compromiso general para condenar “toda expresión de violencia” y que todos renuncien a actitudes que “criminalicen al adversario político”. Nadie se molestó en recoger el guante.
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