El nuevo núcleo dirigente convierte a Vox en un partido ultracatólico y preconciliar
Buxadé, vicepresidente político de la formación, defiende que la “ley natural y la tradición” están por encima de la democracia
El 31 de julio, el vicepresidente de Acción Política de Vox, Jorge Buxadé, abrió su última rueda de prensa antes de las vacaciones con un saludo a “los cientos de miles de jóvenes españoles que están yendo hacia Lisboa y creen en una España, una Europa y un mundo mejor”. Sorprendió que el portavoz de un partido teóricamente aconfesional aludiera a ...
El 31 de julio, el vicepresidente de Acción Política de Vox, Jorge Buxadé, abrió su última rueda de prensa antes de las vacaciones con un saludo a “los cientos de miles de jóvenes españoles que están yendo hacia Lisboa y creen en una España, una Europa y un mundo mejor”. Sorprendió que el portavoz de un partido teóricamente aconfesional aludiera a un evento religioso como la Jornada Mundial de la Juventud y más aún que este fuera protagonizado por el papa Francisco, escasamente popular entre los líderes de Vox. Abascal ha llamado al Pontífice “ciudadano Bergoglio” cuando ha querido desmarcarse de sus críticas a quienes levantan muros frente a los inmigrantes o los dejan ahogarse en el Mediterráneo. “Como católico siento profundo respeto por el Papa, pero cuando da sus opiniones políticas no tengo por qué compartirlas”, dijo en 2019.
Sin embargo, la separación entre política y religión está cada vez más difusa en el equipo que el último año ha ido acaparando todo el poder en Vox. El 10 de febrero, Buxadé presentó en Madrid al cardenal Atanasio Schneider, obispo auxiliar de Astaná (Kazajistán) y una de las voces más críticas con el Papa. Este obispo de origen alemán representa al sector más tradicionalista del episcopado, partidario de revisar los “excesos” del Concilio Vaticano II en su afán por abrir la Iglesia a la sociedad. Defensor de la pena de muerte y enemigo del liberalismo, en 2018 pidió al Papa que limpiase “la curia de redes y camarillas homosexuales”, proclamase que el acto homosexual es un pecado mortal y prohibiese la ordenación sacerdotal de los gais.
En presencia del obispo, Buxadé aseguró que “la situación moral de Occidente es extremadamente peligrosa y solo un ingenuo, un imprudente o un cobarde podrían negarlo”. Sin mencionar al Papa, lamentó “el caos en el que viven millones de católicos” al ver cómo la Iglesia “ha asumido los postulados del globalismo” y acusó también a una parte de la jerarquía española de “estar al servicio de un partido caracterizado por la constante renuncia en la defensa de los más elementales pilares de la cristiandad”; en alusión al PP.
Según expuso a continuación, lo que Buxadé entiende por “cristiandad” es un régimen autocrático en el que la soberanía popular tiene “como límites la ley natural, las costumbres o la tradición”. Tras criticar la “explosión brutal de derechos subjetivos”, aseguró que no existen el derecho al aborto o a cambiar de sexo, entre otros, y que “la libertad religiosa no puede entenderse como libertad de religión, pues no puede el derecho amparar cualquier creencia”, sobre todo las que “subviertan el orden social, jurídico y moral de Europa”; es decir, el islam.
Para el número dos de Vox, el sistema democrático solo sirve si avala estas ideas, pues, “cuando la democracia es la sustancia y no la forma, el principio de la mayoría se presenta como pura imposición de la fuerza”. Aunque usó un lenguaje críptico, su declaración final, de resonancias falangistas ―partido del que fue candidato en su juventud―, fue una impugnación en toda regla de la democracia: “Es necesario dotar de contenido sustantivo a la democracia y ese contenido no puede venir dado por la mayoría, sino por algo previo, preexistente y superior. La democracia exige que sus límites sean dados por el bien común, la verdad y la belleza”. Lo que sean el bien común, la verdad y la belleza no lo puede decidir, según su razonamiento, la mayoría; sino personas como el obispo Schneider, que habló a continuación.
Su discurso fue más filosófico, pero no menos bélico. Denunció el “debilitamiento del varón blanco occidental” y advirtió: “Nuestra civilización se descompone ante dos ofensivas sin precedentes, simultáneas y coordinadas: el globalismo islámico y el wokismo”, en alusión al movimiento antidiscriminatorio en EE UU. Frente a ello, proclamó, “es urgente formar un ejército espiritual de personas valerosas, virtuosas y plenamente católicas”.
La utilización de términos militares es una constante de los movimientos integristas religiosos, como la secta El Yunque. Buxadé ha negado pertenecer a esta organización secreta y paramilitar de origen mexicano que ha extendido sus tentáculos por España, pero por primera vez una persona cuya vinculación a la misma puede documentarse ―los miembros de El Yunque tienen consigna de negar su militancia― ocupa un cargo público. Se trata del edil de Vox por Barcelona Liberto Senderos.
No es la única promoción que ha levantado ampollas en el seno del partido. De los 80 concejales que Vox obtuvo en las municipales en la provincia de Barcelona, el elegido para ocupar su único escaño en la diputación fue Jordi de la Fuente. Se trata del exdirigente de un grupúsculo neonazi, el Movimiento Social Republicano (MSR), que fue acusado de hacer pintadas negacionistas del holocausto junto a una sinagoga; ha sido prologuista de la versión española de los libros de Alexander Duguin, teórico de cabecera de Putin, y ha colaborado en el canal de televisión del Kremlin RT, avalando la versión rusa del conflicto de Ucrania. En diciembre debe sentarse en el banquillo para responder por el violento asalto al centro de menores no acompañados de El Masnou (Barcelona) de julio de 2019. El fiscal le pide dos años y dos meses de cárcel.
Fuentes de Vox admiten que De la Fuente no habría conseguido este puesto sin el aval del secretario general del partido, Ignacio Garriga, y del vicepresidente político, Jorge Buxadé. Ambos lo conocen bien. Antes de ingresar en Vox, fue secretario de organización de Plataforma per Catalunya (PxC), un partido xenófobo e identitario del que era dirigente el actual presidente de Vox en Barcelona Juan Garriga, primo del secretario general y antiguo ayudante de Buxadé. Tanto este último como los dos Garriga están vinculados al Opus Dei, igual que la familia de Ignacio de Hoces, mano derecha de Buxadé. Hijo del duque de Hornachuelos y profundamente tradicionalista, su nombre suena como portavoz de Vox en el Congreso tras la renuncia de Iván Espinosa de los Monteros. Si no es el portavoz ―carece de experiencia parlamentaria―, sí será el hombre fuerte del grupo, que ya controló como comisario político desde su puesto de asesor en la pasada legislatura.
El imparable ascenso de este núcleo ultracatólico ha ido desplazando hasta expulsar del partido a quienes se unieron a Vox porque rechazaban la pasividad del Gobierno de Rajoy ante el órdago independentista y su decisión de subir impuestos para ajustar las cuentas públicas. Eran los neocons españoles: ultraliberales en lo económico, nacionalistas en lo político y conservadores en lo moral. Se habrían sentido cómodos en las filas de los tories británicos o del partido republicano estadounidense. Pero se quedaron a cuadros cuando, en abril del año pasado, el diputado de Vox en el Parlamento catalán Alberto Tarradas, de 26 años, gritó desde la tribuna: ¡Viva Cristo Rey! “Lo peor”, reflexiona uno de ellos, “es que lo hizo pensando que eso iba a gustar a sus jefes”.