Un termómetro para las generales
Las elecciones municipales y autonómicas serán, sobre todo, un indicador de la capacidad de movilización de la izquierda
A las puertas de la campaña electoral del día 28, todos los partidos depositan sus esperanzas en que estos comicios apunten escenarios propicios para las elecciones generales que les seguirán. Y, con ello, quizá sobrecarguen las expectativas de lo que esta convocatoria de mayo puede dar de sí.
Es cierto que, desde 1995, el voto municipal suele tomarse como un termómetro para anticipar posibles alternancias de gobierno en La Moncloa. Así sucedió en 1995, 2003 y 2011, cuando el partido que obtuvo más votos a...
A las puertas de la campaña electoral del día 28, todos los partidos depositan sus esperanzas en que estos comicios apunten escenarios propicios para las elecciones generales que les seguirán. Y, con ello, quizá sobrecarguen las expectativas de lo que esta convocatoria de mayo puede dar de sí.
Es cierto que, desde 1995, el voto municipal suele tomarse como un termómetro para anticipar posibles alternancias de gobierno en La Moncloa. Así sucedió en 1995, 2003 y 2011, cuando el partido que obtuvo más votos a nivel municipal ganó posteriormente las generales y forzó un cambio en la presidencia del Gobierno. Sin embargo, el mayor número de votos del PP en 2007 no anticipó una victoria de Rajoy meses después. Ni el ajustado resultado entre PP y PSOE en 1999 auguraba la mayoría absoluta que luego consiguió Aznar.
Ni siquiera las posibles alternancias de gobierno en las comunidades autónomas más relevantes son un buen predictor de lo que ocurra después en La Moncloa. En 2004, Zapatero se convirtió en presidente a pesar de las aplastantes mayorías que gobernaban en Madrid y la Comunidad Valenciana. Tampoco la pérdida de la Junta de Andalucía frenó la tendencia al alza de Pedro Sánchez a nivel estatal, ni el cambio de gobierno acariciado en Madrid en mayo de 2019 mejoró las expectativas del presidente socialista meses después.
En realidad, el valor político de estas próximas elecciones territoriales no vendrá por quién gane o pierda más apoyos, o quién obtenga el mayor número de votos, escaños o concejalías. Eso solo beneficiará a los propios candidatos. De hecho, en los últimos 30 años solo podemos identificar claramente tres pautas que nos ayuden a entender mejor el momento político actual.
En primer lugar, las elecciones municipales y autonómicas serán, sobre todo, un indicador de la capacidad de movilización de la izquierda. Mientras que el apoyo electoral de la derecha (antes concentrado en el PP, últimamente más desperdigado) ha sido muy estable, en torno a los ocho millones de votos, la izquierda estatal perdió su primacía en la última década. Aunque en 2019 se recuperó en buena medida de la sangría (en 2015 llegó a perder cerca de tres millones de votos respecto de 2007), a ese espacio le sigue faltando más de un millón de votos frente a lo que obtenía antes de la crisis financiera.
En segundo lugar, estas elecciones serán esencialmente un termómetro de la fuerza del PSOE. Más que ningún otro, es el partido que más vio fluctuar sus apoyos durante treinta años. A diferencia de la estabilidad del PP, el PSOE gana y pierde apoyos en todas direcciones. Y sufre más que sus adversarios el riesgo de la abstención. Hasta tal punto que, desde 2007, el apoyo del electorado socialista en las municipales ha experimentado variaciones superiores al millón de votos en cada una de las elecciones.
En tercer lugar, estas elecciones clarificarán cuál es la geografía real a la izquierda del PSOE. Si dejamos de lado el excepcional buen resultado que tuvo la IU de Julio Anguita en 1995 (a costa del PSOE y en beneficio, en último extremo, de la expansión local y regional del centro-derecha), su apoyo en las municipales ha sido bastante estable.
La irrupción de Podemos no amplió su perímetro electoral, incluso a pesar de las alcaldías obtenidas en Madrid, Barcelona y otras ciudades en 2015. Aquello fue más bien un ejemplo de cómo las confluencias territoriales capitalizaron en beneficio propio el empuje social de Pablo Iglesias, aunque con ello, paradójicamente, también abortaron las opciones de expansión posterior de Podemos. De aquellos polvos, estos lodos.
Queda una última pauta, aunque más difusa: en los últimos 30 años, ninguna victoria electoral autonómica, por espectacular que sea, ha lanzado a su protagonista a La Moncloa. Ese trampolín territorial ha sido muy defectuoso, al menos hasta hoy.