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Desalojado el asentamiento de chabolas del puente de Calatrava que sufrió un incendio

El Ayuntamiento justifica la operación por riesgo inminente de fuego

Montserrat Hernández nació en Barcelona hace 24 años. Su rostro aparece -siempre en segundo plano y “como de pasada”- en anuncios de cafeterías internacionales y en películas de plataformas de streaming. Su actividad profesional es siempre como figurante, por el momento, sin frase. En la cámara aparece sonriente y mostrando una felicidad impostada que no se ajusta a la mochila vital que carga. Hernández ha sido desalojada, este miércoles, del campamento de chabolas en el que vivía desde hace cinco meses. Es una de las 30 personas adultas y tres niños que la Guardia Urbana ha desalojado en dos asentamientos ubicados bajo el puente de Calatrava del barrio barcelonés de la Sagrera, en el cruce entre Bac de Roda y la calle Huelva.

Poco después de las ocho de la mañana, la Guardia Urbana ha accedido al descampado donde el martes se quemó un núcleo de chabolas hiriendo a dos personas. El teniente de alcalde de Prevención y Seguridad, Albert Batlle, ha asegurado que el desalojo de los dos campamentos se ha realizado atendiendo al “riesgo grave de incendio y atrapamiento” que podrían sufrir las personas que vivían en las chabolas. “El riesgo de un nuevo incendio era inmediato y no podemos esperar a que ocurra un accidente con consecuencias mucho más graves”, ha defendido Batlle, quien ha señalado la extrema precariedad de las barracas, construidas con material combustible y en las que hay bombonas de butano y chatarra, en un solar contiguo a las obras de la infraestructura ferroviaria de La Sagrera.

El campamento del puente de Calatrava estaba dividido en dos partes. Por un lado, la zona sur, con chabolas al aire libre. Allí se originó el incendio el martes. En esta zona vivían varias familias de origen rumano con tres menores. Estos chabolistas llevaban, al menos, cinco años dedicándose a la recogida de chatarra y a la vigilancia de obras (algunas señaladas con carteles con la imagen de una rueda de carro). El segundo campamento, mucho más escondido, estaba justo debajo del puente.

“Yo soy la única mujer de este campamento y la única que no soy marroquí. Aquí vivimos 15 personas y dos perros en varias chabolas. En una de ellas estábamos mi pareja Mohammed, mi perro Randa y yo”, asegura Hernández. La joven vivió en centros de menores hasta que, con 18 años, acabó durmiendo en la calle. “Hace cinco años que me convertí al Islam y desde entonces he vivido en Bélgica y conocía a mi pareja en una casa ocupa de Manresa. Desde hace cinco meses vivimos aquí”, señala en la parte baja del puente Calatrava. Viven de recoger chatarra, de la figuración en anuncios y películas y -al menos media docena de chabolistas de este campamento- de entregar comida a domicilio como riders de Glovo.

“Me prestaron una cuenta de Glovo y yo reparto comida con la bicicleta”, confiesa Mohammed Zeghari. Las bolsas amarillas de reparto de comida se concentran en la salida del campamento mientras los campistas sacan sus pocas pertenencias. “Nos ofrecen una noche de albergue, pero no podemos llevar ni a los perros ni nuestras cosas”, denuncia Zeghari mientras acaricia a Randar, su cachorro de cinco meses. El otro sabueso del campamento es Max. Los dos perros están revoltosos al permanecer atados fuera del campamento mientras la Guardia Urbana sigue dando instrucciones a los chabolistas para que abandonen lo antes posible la zona.

La comisionada de Acción Social, Sonia Fuertes, ha explicado que las familias desalojadas, que lo necesiten, pasarán una primera noche asistidas por el servicio habitacional de urgencia y después pasarán a recursos temporales tras estudiarse cada caso. Fuertes ha señalado que muchas de las personas afectadas son “ya conocidas” por el Centro de Urgencias y Emergencias Sociales de Barcelona (CUESB), que hará “seguimiento” de sus casos.

Una vez que la Guardia Urbana ha accedido a las chabolas, varios operarios del servicio de limpieza -muchos de ellos protegidos con epis- han comenzado a limpiar la zona. Después, una excavadora ha derribado las chabolas que todavía permanecían en pie.

En las puertas del acceso a los campamentos se concentraban carritos de la compra repletos de pertenencias, las bolsas de riders y varias bicicletas eléctricas. Algunas con baterías de gran capacidad. “En el campamento teníamos luz porque la pinchamos”, admite otro de los campistas.

Anuar llevaba dos años viviendo bajo el puente de Calatrava. “No sé qué va a ser de nosotros. Imagino que tendremos que construir otras chabolas en otro sitio”, admite. Batlle ha asegurado la mañana de este miércoles que los operativos del Ayuntamiento serán “contundentes” cuando haya situaciones de peligro en los campamentos esparcidos por la ciudad. En Barcelona hay 64 asentamientos en los que malviven 300 personas del total de 1.600 personas sin techo de la ciudad. Hernández espera que pronto la llamen para otra figuración: “Son 90 euros que son básicos para que podamos comer”. Junto con el resto de campistas esperan volver a construir, muy pronto, un nuevo poblado de chabolas.

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