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Lluís Permanyer, el empeño por construir un relato sobre Barcelona

El periodista y escritor ha fallecido de un infarto a los 86 años

El periodista Lluís Permanyer ha fallecido este jueves de un infarto a los 86 años. En 2024, cuando tenía 85, le dijo, en catalán, a Albert Om, en un pódcast del Col.legi de Periodistes, que quería morir pronto porque si sabes que te toca es preferible no alargarlo. La Vanguardia, el diario en el que trabajó toda su vida, ha publicado que no habrá ni velatorio ni funeral porque ha dado el cuerpo a la ciencia. Así era Permanyer, de profundas convicciones. Este mismo jueves, su diario publicaba un último artículo de quien era un gran conocedor de la burguesía catalana. Lo dedica a dos grandes personajes, de “signo barcelonés y catalanista”, Joaquim Cabot y Lluís Millet. Pero, como es habitual en su sección, hay adjunta una pequeña nota con otro asunto. Reclama que limpien la salida del aparcamiento de Casp “emporcada con grafitos y cartones en la repisa” y recuerda que en los años 70 ya reclamó, con éxito, a la misma empresa que quitara una barandilla de la instalación que perjudicaba a la contemplación de la Casa Calvet de Gaudí. Y es que esta era una de las ocupaciones de este gran periodista, pasear por la ciudad y denunciar los pequeños desastres que la empeoran. Sergi Pàmies, precisamente por eso, lo llamó “inspector cívico”.

Licenciado en Derecho, se dio a conocer en la revista Destino con su Cuestionario Proust, el mismo que el escritor había respondido a una joven amiga. Este trabajo se reunió en un libro que tuvo una edición en Francia cuando todavía no se había publicado ningún título local recuperándolo. En La Vanguardia estuvo en la sección de Internacional hasta que pidió la crónica de local, porque, según explica en el citado pódcast, se sentía más útil hablando de Barcelona que de Vietnam. Personaje de una notable curiosidad —lo primero que necesita un periodista, decía— y cultura, ser periodista le permitió conocer y hablar con los protagonistas de este mundo que él tanto cultivaba y amaba. Un conocimiento que terminaba en amistad. Era fácil que se convirtieran en amigos de este caballero de una educada jovialidad y empatía. En la lista de los ochenta libros publicados se puede reseguir la nómina de estas amistades: Miró, Tàpies, Clavé, Dalí, Brossa… A Permanyer, como a Brossa, le apasionaba la magia y he coincidido varias veces con él en conferencias sobre la historia de este arte o en estrenos de Hausson, un mago muy querido del poeta.

La fotografía, como documento de una época, era otra de sus pasiones y muchos de los libros que publicó son álbumes documentadísimos. En Abans de l’Eixample, por ejemplo, explica la evolución de la capital catalana desde 1860 a 1980. Y para recopilar el material gráfico no desdeñó la visita a los actuales propietarios de las fotos para acreditar las evocaciones que albergan las imágenes. Las postales fueron otro material que empleó para reconstruir el pasado de la ciudad. También escribió el libreto de la ópera Spleen (1984) de Xavier Benguerel. Y una novela (Un amor a l’ombra de la pedra blava) en la que, obviamente, la protagonista descubre Barcelona. Colaboró en la SER, Betevé y TV3, donde presentó ocho documentales sobre la ciudad. Por ejemplo, el dedicado al paseo de Gràcia (Passeig de Gràcia: Escenari burgés; 2020), cuando estaba lleno de jardines, cafés, teatros y un parque de atracciones. Allí explica cómo se convirtió en un paseo señorial.

Permanyer supo lo que quería hacer y no parece que nada lo desviara de su empeño periodístico. No aceptó la propuesta del presidente de la Generalitat Josep Tarradellas de ser el jefe de prensa de la institución, tampoco aceptó la corresponsalía en París de La Vanguardia o ser nombrado por el Ayuntamiento de Barcelona cronista oficial de la ciudad. Recibió varios premios. Uno de ellos, el Ciutat de Barcelona de periodismo, lo compartió con otro gran nombre de la prensa catalana, Joan Barril. Lleno de pasión y, también, de algún que otro resquemor —por ejemplo, con la alcaldesa Ada Colau, a quien no perdonaba las islas peatonales que, consideraba, atentaban contra la idea de ciudad dibujada por Cerdà—, Permanyer construyó un relato necesario sobre Barcelona.

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