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Opinión

La inquietante pausa catalana

Entre la moderación de Illa y los liderazgos agotados de Puigdemont y Junqueras, la política catalana favorece a los extremos

“Toda la clase política francesa parece haberse puesto de acuerdo en una cosa: cómo acelerar la llegada del Reagrupamiento Nacional. Todos trabajan para él. Es indigno”. Lo decía ayer Alain Minc, en EL PAÍS. Una advertencia que vale para todos. No hay nada peor que no que...

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“Toda la clase política francesa parece haberse puesto de acuerdo en una cosa: cómo acelerar la llegada del Reagrupamiento Nacional. Todos trabajan para él. Es indigno”. Lo decía ayer Alain Minc, en EL PAÍS. Una advertencia que vale para todos. No hay nada peor que no querer ver lo que es evidente. También aquí. La extrema derecha anda suelta, normalizando el descaro, mientras las derechas se van acomodando al discurso de Vox. El PP ya se está poniendo en línea directa con Abascal, siempre con la inmigración por delante, y esta dinámica no cesará, aún a riesgo de que sea precisamente la extrema derecha la que saque partido: los más desasosegados pueden acabar prefiriendo el modelo a la copia.

Los partidos democráticos se tientan la ropa, como si osando dar pasos adelante hubiera más a perder que a ganar. Lo que no deja de ser un cierto fracaso de la política. En este contexto, Cataluña vive un peculiar momento de transición que pondrá a prueba la habilidad de cada parte. Predomina la calma, los ruidos son marginales, generalmente los gritos y descalificaciones de ritual se quedan en los debates parlamentarios. Una curiosa pausa debida a que en todas partes pesan más las incertezas que las seguridades y que quedan pasos pendientes para reactivar la política. Dicen que el estilo Illa conecta bien con el momento, habrá que ver qué ocurre cuando vuelva la intensidad.

En realidad, en cada casa hay mucho que resolver, porque nadie ha acabado de salir del todo de la tensa etapa que terminó como el rosario de la aurora. Cada cual tiene que despejar su espacio: completar la elaboración de lo ocurrido para reemprender el camino con energía renovada. Y liberarse de la independencia de iconos y referencias del pasado que ahora son una losa. En el espacio independentista lo más evidente es el atasco de Junts, incapaz de dar pasos adelante renovando el núcleo dirigente que se agarra al cargo a partir del tabú de Puigdemont. La distancia, el exilio, a estas alturas resulta difícil de entender y aleja al personaje de la vida política catalana día a día.

Con este doble obstáculo, las limitaciones de los dirigentes dependientes del líder lejano y la degradación de una imagen de pantalla que ya no aporta nada, el tiempo pasa y el sentido decrece, impidiendo que Junts, renovada, haga el trabajo que le corresponde: volver a articular al nacionalismo conservador, recuperar la herencia de Convergencia y compañía. A su vez, Esquerra sigue allí, con el incontestable liderazgo moral de Oriol Junqueras, pero necesitada de un impulso renovador que el presidente no parece decidido a promover, que se traduce en una cierta imagen de estancamiento.

Con los dos partidos independentistas encallados en el posprocés sin avanzar en las perspectivas de futuro, los socialistas instalados en el perfil de moderación y gestión viven sin demasiados sobresaltos en plan de fuerza tranquila. Cierto que la política catalana se ha tomado una pausa, y las renovaciones, como vemos, requieren tiempo. Pero con la política de gestión y resultados no basta y el PSC, tarde o temprano, habrá que perfilar su proyecto más allá de la presunción de eficiencia. Y más en un momento en que los grupos a su izquierda viven la fase descolorida, que sigue siempre cuando estos partidos tocan el cielo, en este caso el ayuntamiento de Barcelona, y caen sin ser capaces de saber por qué ha sido. Es difícil ganar el presente sin mirar al futuro.

En este panorama, sólo la extrema derecha (versión española, Vox, y versión catalana, ANC) se permite el descaro. Y Silvia Orriols ya empieza a marcar el paso a Junts y compañía, incapaces de soltar el lastre de Puigdemont y desafiar sin complejos a los neofascistas. Por el camino actual, ¿cuánto tardarán en entregarse?

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