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Competencias de inmigración y tacticismo electoral

El debate se ha convertido en en un subterfugio mediocre para ocultar otras realidades. El momento actual exige uno sereno para un fenómeno tras del cual hay miles de personas con historias de vida afectadas

Un migrante desaloja una nave industriales del distrito de Poblenou en Barcelona, en una imagen de archivoAlbert García

Estos días, las personas de origen migrante asistimos atónitos a una negociación política artificial. Es inevitable preguntarse en qué momento hemos cambiado el consenso social por el señalamiento a los colectivos más vulnerables, entre ellos las personas migrantes, quienes se han convertido en chivos expiatorios de problemas estructurales. La delegación de las competencias de inmigración en Catalunya se está gestionando como si el colectivo fuera un mero sujeto instrumental. La última ...

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Estos días, las personas de origen migrante asistimos atónitos a una negociación política artificial. Es inevitable preguntarse en qué momento hemos cambiado el consenso social por el señalamiento a los colectivos más vulnerables, entre ellos las personas migrantes, quienes se han convertido en chivos expiatorios de problemas estructurales. La delegación de las competencias de inmigración en Catalunya se está gestionando como si el colectivo fuera un mero sujeto instrumental. La última propuesta de Junts para mantener el apoyo al Gobierno abre la puerta a un debate necesario sobre el modelo de gestión de la migración en el país, teniendo en cuenta los últimos cambios demográficos y sociales. Sin embargo, la conversación entre ambas partes está influenciada por los intereses colaterales de supervivencia de los partidos, que no tienen vinculación con la inmigración, sino que responden a puro tacticismo electoral.

La extrema derecha acecha y es el momento de los aspavientos desesperados teatralizados. Sin embargo, el resultado final es deshumanizador. Cuando se vincula tácitamente la inmigración con la inseguridad, se deshumaniza a las personas migrantes y se perpetúan estereotipos, centrando el debate en las expulsiones y no en cómo revisamos las vulnerabilidades de nuestro modelo de inclusión. El acuerdo trata a las personas de origen migrante como objetos sospechosos de estudio. Siguiendo con las dinámicas globales, el debate sobre la inmigración se ha convertido en un subterfugio mediocre para ocultar otras realidades. El momento actual exige un debate sereno para un fenómeno detrás del cual hay miles de personas con historias de vida afectadas. La razón no radica en quién asume más o menos competencias y, de hecho, es positivo que se avance hacia un acuerdo político que dé autonomía a Catalunya para la gestión de una realidad tan compleja que nos permita avanzar hacia la permanencia de la convivencia. Debatir sobre ello no es racista, como plantean otros partidos para evitar hablar del tema, sino una necesidad natural. La diferencia radica en los cómo y en el para qué.

La realidad catalana no permite asumir la gestión de la inmigración como si fuera una cuestión de burocracia, como quien gestiona un trámite puramente administrativo, sino que merece un debate sobre el modelo de inclusión, que haga frente a las desigualdades sociales, la pobreza crónica, la falta de recursos en los barrios, entre otros. Para ello, sería más conveniente hacer uso de los acuerdos parlamentarios para abrir el debate sobre la Ley de Extranjería, totalmente anacrónica, que se ha convertido en una auténtica barrera para la inclusión. Pero eso no da rédito ni votos. En Catalunya debemos entender que nuestro reto no está únicamente en la acogida, sino esencialmente en construir una catalanidad compartida, sólida, que ponga en el foco propósitos comunes. Urge un contrato social sobre la inmigración donde podamos fortalecer, por ejemplo, nuestro modelo de inmersión lingüística que se ha ido deteriorando gravemente en los últimos años, donde el catalán siga siendo una oportunidad de arraigo. No se puede construir sentimiento de pertenencia tratando a los migrantes como algo ajeno.


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