Jordi Sánchez: “Sin OBK hubiese sido igualmente alguien especial, no iba a ser un tío gris”
El músico mantiene sobre los escenarios, ahora en solitario, el legado de un grupo musical que irrumpió con fuerza a principios de los años noventa
Spotify presentó hace unos años un estudio donde se afirmaba que cuatro de cada diez personas se sienten más estimuladas por la música que por el tacto cuando están en un trance amoroso. Jordi Sánchez puede atribuirse el mérito de haber ayudado a lubricar unos cuantos puñados de noviazgos. Es el ideólogo de las pegajosas melodías de OBK, el grupo musical que arrasó en los noventa con baladas como Historias de amor, La princesa de mis sueños o El cielo no entiende. Hoy en día, el compositor tiene la capacidad de arruinarle una cita a cualquiera. Coincidir con él en una terraza es una faena: arrastra miradas. Hace un lustro que cruzó la cincuentena pero el cabello le ha sido fiel, luce barba moteada y se permite ignorar a los cuatro botones superiores de su camisa. “No me gusta aburrir”, dice, durante una conversación que discurre a la sombra de un chiringuito en el paseo marítimo de Sitges (Barcelona). “Sin OBK hubiese sido igualmente alguien especial, no iba a ser un tío gris”, suelta de manera espontánea. “Me sabe mal decirlo, pero es que lo creo así de verdad. Cuando salgo al escenario veo el poder que tengo”.
Casado y padre de dos chicos, de 30 y 26 años, pide un café con hielo y confiesa que trata de cuidarse porque es “coqueto” y se toma como “algo muy serio” salir a actuar. Porque sí, OBK hace tiempo que dejó de ser un dúo pero sigue apareciendo en los escenarios. “Setenta conciertos al año”, indica el cantante, y subraya que los disfruta más que nunca: “Ahora siento que tengo el reconocimiento de la gente, y eso me ha liberado. Hay que sembrar para recoger, y he tardado 30 años en recoger lo que fue OBK”. Sánchez se declara “un disfrutón y un privilegiado de la vida” y revela que en su rutina saca tiempo para tragarse una película diaria. “Mi favorita es Tiburón, una obra maestra”, considera.
En 1991 OBK irrumpió a dentelladas en el panorama musical. Dio un pelotazo de difícil explicación, con una propuesta insólita de technopop en español. A modo de estreno, despachó 400.000 copias de Llámalo sueño, un disco huérfano de promoción. Además, pronto se vio que generaba un efecto potente entre el colectivo fan. El cronista imagina episodios jugosos de fiesta y cachondeo en camerinos y hoteles, pero se quedará con las ganas de marujeo. “Yo soy un tipo normal, no me ha pasado nada que no le haya pasado a cualquiera”. Bueno, el caso es que Jordi Sánchez acumula una carrera artística de más de treinta años y un millón y medio de discos vendidos. Considera que el fuerte tirón que OBK tuvo entre el público juvenil y adolescente penalizó la credibilidad del grupo. “No se nos tomaba en serio”, lamenta.
Sin ninguna formación musical, era un díscolo estudiante de carpintería, el joven Jordi convenció a su amigo Miguel Arjona -“nos habíamos conocido practicando atletismo”, recuerda-, para poner en marcha una banda que emulara a sus admirados Depeche Mode. Oberkorn, una canción de ese grupo británico, era el nombre que escogieron al principio los dos colegas para bautizar a su experimento musical. “Luego me dijeron que ese nombre no funcionaba y como yo trabajaba de mozo de almacén en Mango me fijé en las etiquetas de las cajas, y Barcelona era BCN, MAD servía para Madrid y VLC para Valencia”. Mango, y en concreto su propietario Isak Andic, jugó un papel de mecenas en los inicios de OBK: “Me dio un dinerito que nos sirvió para comprar un secuenciador”, asegura Sánchez.
Aquel aparato, entonces fundamental para poder encapsular bases y crear música electrónica, propició la grabación de una primera maqueta. “En inglés, como lo hacía Depeche”, recuerda el músico. El proyecto llegó a la mesa de la compañía Blanco y Negro y, tras reconvertir los temas al español, saltó a las listas de los 40 Principales. “Como toda carrera que se precie, tuvimos subidas y bajadas”, cuenta el músico. “Cuando estás arriba todo es muy cómodo, lo importante es saber encauzar las cosas cuando vas de bajada”, añade.
En una de las fases de pinchazo, el grupo contrató a un joven estudiante de cine para que se encargara de dirigir uno de sus videoclips. “Fuimos los primeros en confiar en el talento de Juan Antonio Bayona y él nos cambió la vida a nivel visual”, explica Sánchez. OBK enderezó su rumbo con aquel videoclip de su tema A contrapié, y en el año 2000 el grupo dio un nuevo salto en las listas de ventas con su álbum Antropop.
Sin embargo, nada cambió el paso del deterioro que sufría la relación entre los dos amigos. Miguel Arjona terminó dejando OBK en 2012. “Me hubiera gustado que no se hubiera ido nunca, pero en la vida estas cosas suceden”, indica Sánchez, que evita entrar en detalles. Solo reconoce que el distanciamiento entre ambos es total. Juntos compartieron una historia musical mirada con ilusión. Pasiones vividas entre los dos, imposibles de borrar. Y, por lo que parece, inviable de retomar.
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