Lo que no resuelve la amnistía

Falta que PP, ERC y Junts expliquen qué falló para haber llegado hasta la actual situación política

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont a las puertas de La Moncloa, en 2016.BERNARDO PÉREZ

Cabe el perdón, pero no el olvido. Bienvenidas sean las medidas de gracia, debidamente avaladas por los tribunales. Ciertamente, son muchos los ciudadanos, en Cataluña y en el resto de España, que hubieran preferido una gestión más inteligente y menos rígida de la crisis de 2017. Por parte de unos y de otros, de cuantos estaban interesados en sacar rendimientos electorales de aquel peligroso enfrentamiento que perturbó la convivencia, erosionó las instituciones, perjudicó a la economía y llev...

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Cabe el perdón, pero no el olvido. Bienvenidas sean las medidas de gracia, debidamente avaladas por los tribunales. Ciertamente, son muchos los ciudadanos, en Cataluña y en el resto de España, que hubieran preferido una gestión más inteligente y menos rígida de la crisis de 2017. Por parte de unos y de otros, de cuantos estaban interesados en sacar rendimientos electorales de aquel peligroso enfrentamiento que perturbó la convivencia, erosionó las instituciones, perjudicó a la economía y llevó a gente a la cárcel y algunos a un extraño exilio optativo.

Desde el gobierno del PP se cometieron algunas ilegalidades que ahora están conociéndose y notables torpezas de sus servicios de inteligencia y orden público. Pero también se hicieron bien algunas cosas, mal pese a algunos. Se aplicó correctamente el principal instrumento constitucional, el artículo 155, para zanjar el disparate. Rajoy actuó con prudencia, que algunos han criticado por tardía. Y sirvió para convocar elecciones, de las que salió un gobierno tan desastroso como el de Puigdemont. Democráticamente impecable.

También lo fue el discurso del rey el 3 de octubre. Pedir que el jefe de Estado haga de árbitro ante quienes quieren dinamitar la Constitución es un chiste de mal gusto. Duele escribir estas cosas desde Cataluña, donde a pocos les puede gustar la suspensión de la autonomía, ni siquiera brevemente. No debe reprochársele a Rajoy, sino a Puigdemont, que jugó frívolamente con un autogobierno por el que tantos se habían partido la cara. También hay que notar cuánto habrían agradecido muchos que las advertencias de Felipe VI hubieran sido pronunciadas enteras o en parte en lengua catalana.

Esos catalanes algo extraños, repudiados por unos y otros, no querían cárceles ni exilios, tampoco condenas severas, y preferían multas e inhabilitaciones. Estuvieron a favor de los indultos y ahora de la amnistía. Las encuestas hablan por sí solas sobre el alto nivel de aceptación de tal tipo de medidas en Cataluña. La idea que ahora prospera es la de pasar página, mirar al futuro, evitar palabras incendiarias y regresar cuanto antes a la Cataluña gobernada.

Pero la retórica tóxica sobre el conflicto secular con España está más viva que nunca. Aquí y allí. Y no es el único obstáculo para mirar hacia adelante. Falta algo que los principales responsables de ambos lados, el gobierno de Rajoy y los dirigentes de Junts y Esquerra, deben a todos los ciudadanos, a los que estuvieron a favor de unos y de otros y a los que no lo estuvieron ni de unos ni de otros. Son las explicaciones detalladas de quienes fallaron tan irresponsable como estrepitosamente. Los de aquí y los de allí. No debieran resolverlo los tribunales ahora, ni los historiadores en el futuro. No lo resolverá ninguna amnistía. Hasta ahora solo ha habido silencios y malas excusas. Sin rendimiento de cuentas no hay democracia. Ni aquí ni allí.


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