Un héroe y 15 caníbales
‘La Sociedad de la Nieve’ de J. A. Bayona rompe con el estereotipo del ídolo de Marvel que había representado Nando Parrado en ‘Viven’
Fernando Parrado mató a Diego Armando Maradona.
En 1993, lo normal, probablemente lo más ameno e integrador para un niño de 11 años argentino, era idolatrar a Maradona. Por entonces, recién se comenzaban a conocer los excesos y demás tropelías de Diego, información en cualquier caso poco asequible para un chavalín, siempre más fácil de dejarse cautivar por el arte en la cancha del futbolista más genial y carismático de todos los tiempos. Sin embargo, mi héroe nunca fue ...
Fernando Parrado mató a Diego Armando Maradona.
En 1993, lo normal, probablemente lo más ameno e integrador para un niño de 11 años argentino, era idolatrar a Maradona. Por entonces, recién se comenzaban a conocer los excesos y demás tropelías de Diego, información en cualquier caso poco asequible para un chavalín, siempre más fácil de dejarse cautivar por el arte en la cancha del futbolista más genial y carismático de todos los tiempos. Sin embargo, mi héroe nunca fue el Pelusa. En el otoño de aquel año, había llegado a mis manos el libro Viven, basado en la historia del accidente aéreo de un grupo de rugbiers uruguayos en la cordillera de Los Andes, del británico Piers Paul Read, y yo me había quedado fascinado por la historia de Fernando Parrado, señalado como el gran protagonista de la historia más universal (con perdón al Maracanazo) de nuestros vecinos del Río de la Plata.
En la misma época en la que se celebra la Feria de libro en Buenos Aires (otoño), mi colegio organizaba otra más humilde para intentar arrimar a los jóvenes a la lectura. Yo caí con Viven. No sé qué fue lo que más me llamó la atención, si la portada (la misma que el cartel de la película de Frank Marshall) o el tamaño del libro, unas 500 páginas, una especie de Quijote de mi niñez. No tuve vuelta atrás, había dejado los cómics de Batman y los libros de Elige tu propia aventura para pasarme a la vida adulta, casualmente con una historia que desde entonces ha seguido ligada a mi vida.
Al principio, leía el libro medio a escondidas, con la falsa idea de que mi madre se enojaría. Hasta que un día me descubrió uno de mis hermanos (ambos mayores que yo) y ejerció de guía en la historia de los uruguayos, pedagógico para bajarme a tierra los momentos duros, reivindicativo del papel de los primos Strauch (los encargados de la gestión del alimento) y de la insistente búsqueda de los padres, liderada por el artista uruguayo Carlos Páez Vilaró.
Unos meses más tarde, mis padres respondieron a mi insistente pedido y me llevaron al cine a ver Viven. El combo de la película no podía ser mejor para el de Hollywood de los 90, una historia potente, con el lindo de Ethan Hawke, símbolo para mi generación por sus posteriores interpretaciones en Reality Bites y Antes del amanecer, en el papel de Fernando Parrado.
Parrado tenía todo lo que un héroe necesitaba. Había soportado tres días en la parte más fría del fuselaje (inconsciente, sus compañeros creían que no sobreviviría), toleró con entereza la muerte de su madre y de su hermana, también en el Fairchild FH-227D de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en los Andes el 13 de octubre de 1972, y caminó durante 10 días junto a Roberto Canessa hacia Chile para salvar a los otros 14 sobrevivientes. Cercano a un personaje de Marvel, con poderes inusuales para un humano —alpinistas profesionales reconocieron que escalar esas montañas hubiera sido imposible para ellos, incluso con equipos—, vacío de miedo para retar a un destino que parecía encaprichado con hacerles la vida imposible. Pero si todo eso hubiese sido suficiente para tener un protagonista potente, el guion de la película de Frank Marshall también le entregó a Nando Parrado las mejores y más simbólicas ideas. “Tengo una buena noticia: suspendieron la búsqueda. Ahora sabemos que nos tenemos que salvar nosotros mismos”, “Me voy a comer al piloto y voy a caminar rumbo a Chile”, “Si voy a morir, voy a morir caminando”.
Yo, a mis 11 años, compré el heroísmo naíf de la película de Viven.
En Uruguay, en cualquier caso, el largometraje de Marshall no enamoró, mucho menos cuajó en los sobrevivientes, ni hablar en las familias de los que murieron en la montaña que ni siquiera le autorizaron a utilizar el nombre de sus hijos. Una película de Hollywood para Hollywood: cercana a una historia de aventuras, luminosa frente a la oscuridad, sin personajes potentes, más allá del sobredimensionado rol de Nando Parrado. “Un héroe y 15 caníbales”, me describió hace mucho tiempo un amigo uruguayo.
No sé si tiene o no razón. Es imposible no admirar el liderazgo de Parrado, como también lo es no reconocer el papel decisivo de los Strauch, de Canessa, de Zerbino y hasta el del fallecido en la montaña, Numa Turcatti, ayer un desconocido, hoy el protagonista de la película de J. A. Bayona.
Hay un mensaje contracultural en la película de Bayona. En los tiempos del individualismo salvaje, adictivos a los mensajes de autoayuda, siempre más pendiente de la forma que del fondo, el cineasta barcelonés recoge una historia coral y profunda, sin miedo a los tabúes. Seguramente porque está basada en el libro de Pablo Vierci, compañero de colegio de la mayoría de los sobrevivientes en el Stella Maris Christians Brothers.
Pasa el tiempo y sigo interesado en Nando Parrado, ya sin la necesidad de que vaya de visita a la televisión argentina. Me pasa lo mismo con casi todos los ídolos de mi infancia y adolescencia: busco entrevistas de Thom Yorke y Wes Anderson, no le pierdo la pista a Jerry Seinfeld y me importa saber qué es de la vida de Roberto Baggio y Eric Cantona. Son mis héroes, hoy (no para mí) gastados y aburridos. Con perdón a Parrado, lloré la muerte de Maradona. Pero no volví a tener ídolos, seguramente porque debería recurrir a tipos lejanos de Marvel como Numa Turcatti y eso no vende en Hollywood, ¿o sí?
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