Agua

En plena emergencia por sequía, mi madre me recuerda que no tuvimos agua corriente hasta que cumplió los 15 años -tiene 92- y mis abuelos pagaron 700 duros por un cuarto de pluma

En la imagen, Antonio Parralejo, vecino de Can Ros (Cabrera d´'Anoia) junto al depósito de agua que se ha instalado para evitar los cortes. ALBERT GARCIA SequiaAlbert Garcia

Justo cuando los payeses han dejado de blasfemar, sobre todo contra los hombres del tiempo, y los creyentes ya no ruegan para que llueva, como si ya no quedara agua en el cielo, los Reyes Magos regaron algunas zonas del país para que la gente no pierda la fe ni la ilusión en que algún día se volverán a llenar los pantanos y se sumergirá progresivamente el campanario de Sant Romà de Sau. Todavía tardará por más que últimamente caigan algunas gotas -más que agua - ...

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Justo cuando los payeses han dejado de blasfemar, sobre todo contra los hombres del tiempo, y los creyentes ya no ruegan para que llueva, como si ya no quedara agua en el cielo, los Reyes Magos regaron algunas zonas del país para que la gente no pierda la fe ni la ilusión en que algún día se volverán a llenar los pantanos y se sumergirá progresivamente el campanario de Sant Romà de Sau. Todavía tardará por más que últimamente caigan algunas gotas -más que agua - si se atiende a la severa sequía que obliga a racionar el agua en Cataluña.

El boletín del ayuntamiento de Perafita recuerda en su número de diciembre que el consumo no debe superar los 230 litros por habitante y día, después de constatar que la cifra registrada en noviembre fue de 246,75. Aunque insuficiente, el ahorro ha sido notorio desde que en octubre se alcanzaran los 323,64 y en agosto se llegara a los 327,05. El municipio se encuentra también en “estado de excepcionalidad” decretado por la Agencia Catalana del Agua (ACA).

Las previsiones meteorológicas no auguran que el 2024 vaya a ser un año mucho mejor que el 2023. El pantano de Olost también se ha secado, los pozos de Vilaseca, que abastecen desde Sant Bartomeu del Grau a siete localidades del Lluçanès -3.400 habitantes y un máximo de 1.100 metros cúbicos-, ya no dan abasto y tampoco se puede confiar en la Bassa de Merlès. La alternativa es intentar llevar agua del Ter. Una solución de emergencia que no debería solapar el debate largamente aplazado sobre el futuro de la comarca a partir de proyectos como el de Territoris Serens.

Los intereses domésticos, industriales y agrícola-ganaderos no son fáciles de conjugar ni de equilibrar en zonas como el Lluçanès, y menos cuando se cuantifican los porcentajes de agua a consumir: hay muchas granjas y aún se restauran masías; también se cuentan varias piscinas y aumentan las casas rurales; y se han sumado algunas empresas desde que el territorio se abrió al paso del Eix Transversal. Olost, seguramente el municipio que mejor ejemplifica el desarrollo de la comarca, ya recurrió en octubre a los camiones cisterna para llenar los depósitos y advertir de cortes de agua en alguna explotación de ganado -el gasto en el sector alcanzaba el 51%- para garantizar el suministro, una medida que tiene un coste mensual de 70.000 euros.

DVD 119 30/11/23 Pantano de Susqueda, Girona. [ALBERT GARCIA] EL PAIS Albert Garcia

La regulación y los cortes de agua, así como los 230 litros por habitante y día que ahora recuerda el ayuntamiento de Perafita, me remiten a mi infancia, cuando en casa no había cuarto de baño y los tres hermanos nos bañábamos en un barreño y bebíamos de la Font del Raig o el Gorg Negre. Mi madre me recuerda que no tuvimos agua corriente hasta que cumplió los 15 años -tiene 92- y mis abuelos pagaron 700 duros por un cuarto de pluma, la unidad de medida de entonces que suponía 350 litros al día, cantidad que se controlaba con un contador y una llave de paso que manejaba el Joan de cal Ferrer.

Había afortunados que disponían de un pozo -incluso servían a clientes por dos pesetas al mes- y nadie renunciaba a tener un depósito que recogía de manera canalizada el agua de la lluvia para poder regar el huerto, siempre tan necesario en aquella economía de supervivencia como lo eran también los animales domésticos, especialmente los cerdos-, vitales para aquella carn d’olla i escudella que servía para la comida familiar diaria y no como ahora en que se ha convertido en el plato de Navidad.

Los animales nos daban de comer y ayudaban a calentar el hogar porque las cuadras acostumbraban a estar justo debajo, conectadas las dos plantas por un agujero por el que la familia defecaba al estercolero. Hacía frío en invierno y, aunque había leña para el foc a terra, las estufas tardaron en llegar, de manera que se imponían los braseros, incluso en la cama- el calefactor de entonces se llamaba burro-, como evocan nuestros padres, que desde pequeños aprendieron a cerrar bien los grifos y de mayores saben distinguir entre la miseria obligada de antes y la austeridad necesaria de hoy, siempre apegados a Perafita.

Las condiciones mejoraron mucho con los años, hasta el extremo de que después de la normalización del caudal de agua hubo una compañía francesa que buscó petróleo en el pueblo, muy cerca desde donde todavía se levanta el castillo que popularizó la película Muchos hijos, un mono y un castillo. No encontraron petróleo ni ahora hay el agua necesaria para desespero de mucha gente, también para aquellos que hacían vida en el bosque y un día iban a por leña, al otro recogían setas y de ida o de vuelta buscaban trufas. Los robles, los pinos y las encinas parecen petrificados, atrapados en un silencio sobrecogedor. Nadie pasea sino que la gente corre -a pie, en bicicleta, en moto- y una nube de polvo esconde los senderos en el secarral, siempre presente, nieve o haga frío .

Los caballos se revuelcan en amplios campos vallados que se han quedado sin pasto, las vacas no tienen con que rumiar y las ovejas dudan si salir del corral mientras los cerdos comen, beben y engordan en sus pocilgas para suerte de algunos carniceros y miles de trabajadores. No todos los animales ni las personas consumen la misma cantidad de agua para poder proceder a un mejor reparto y tomar conciencia colectiva de la compleja situación que se vive en muchas comarcas del país por más alivio que hayan provocado las últimas lluvias desde el paso de los Reyes Magos. Así que en tiempos áridos toca administrar el agua que ha caído y la poca que quedaba como si fuera oro para poder alcanzar la Semana Santa sin renegar ni pasar el rosario.

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