Seis lugares alternativos para visitar Barcelona y esquivar al turista
La crónica coral de este fin de año reconoce lugares de la ciudad no frecuentados por turistas, esas zonas que se salvan de la gentrificación
Para acabar el año, la crónica de @elpaiscatalunya recoge lugares que tiene Barcelona, algunos escondidos y otros que como obvios a veces no pensamos en ellos, para que el barcelonés siga disfrutando de su ciudad.
Un despachito (provisional) en Balmes. El cruce entre las calles de Balmes y Aragonès sería uno de los últimos lugares que encajaría en la definición de refugio de la vorágine citadina. Pero es justo ahí, en el chaflán montaña-Besòs, donde encontré el mío....
Para acabar el año, la crónica de @elpaiscatalunya recoge lugares que tiene Barcelona, algunos escondidos y otros que como obvios a veces no pensamos en ellos, para que el barcelonés siga disfrutando de su ciudad.
Un despachito (provisional) en Balmes. El cruce entre las calles de Balmes y Aragonès sería uno de los últimos lugares que encajaría en la definición de refugio de la vorágine citadina. Pero es justo ahí, en el chaflán montaña-Besòs, donde encontré el mío. El Provisional es un pequeño restaurante de cocina de mercado, propiedad Sergi Marques. Lo abrió hace siete años tras abandonar la psicología e irse de aprendiz de cocinero con Nandu Jubany a Asia. Otra vorágine, la del procés en 2017, me obligó a conjurarme para que, pasara lo que pasara, la hora de la comida fuera sagrada para mis asuntos. Sergi llama a su negocio “casa de comidas”, pero yo lo llamo mi despacho. Y es que cuando quiero despachar sobre lo que de verdad importa, la amistad, la familia, el amor, allí está mi mesa y una carta muy corta de menú del día. De hecho, está pensada precisamente para que sean platos para compartir: ojo con las croquetas de carrillera de ternera, la panceta a baja temperatura y vinagreta de achiote. Con la oferta limitada a cuatro vinos tintos y tres blancos, todos catalanes, Sergi no se imagina lo que le simplifica la vida a los indecisos incurables como yo. El Provisional, Balmes 66. Camilo S. Baquero
La ‘contrabarcelona’ en una plaza. Existe un reducto, un fortín, una plaza, para los que viviendo en Barcelona, están cansados de vivir en Barcelona. O más bien de esa Barcelona ruidosa que de tanto mimar al turista, se volvió hostil con los que la habitan. La plaza d’Eivissa, en Horta, distrito obrero trufado con palacios señoriales, converge la contrabarcelona para reconciliarse con la ciudad gamberra y de extrarradio vertebrada por Juan Marsé. Los niños juegan en una plaza poco poblada de mesas y donde el tembleque entrecortado de las maletas con ruedines no llega. En Quimet d’Horta dan raciones generosas (sí, en Barcelona) a precios asequibles (sí, seguimos en Barcelona). Horta fue un antiguo municipio anexionada a la ciudad en 1904. Aunque más de un siglo después, parece que se volvió a desprender. En un lado de la plaza, la escultura L’Eivissenca, del escultor Joan Centelles, se limita a observar a la gente pasar. Carlos Garfella
Posa’m un Deu. Este lugar está en una de esas plazas maravillosas de Barcelona que tiene, en poco espacio, una bonita iglesia y dos farmacias, una en cada esquina. En la plaza de la Concòrdia de Barcelona se encuentra el Centro Cívico Can Deu, una finca modernista que fue propiedad de la familia Deu. Posa’m un deu era una expresión habitual entre los barceloneses para pedir un anís y entre los más populares se encontraba el Anís Carabanchel, que distribuía la familia Deu, de les Corts. El palacete, diseñado por el arquitecto Eduard Mercader i Sacanella se convirtió en 1986 en centro cívico. Aquí, sus actuales habitantes son todos vecinos de la zona. Hacen más de cien talleres al año, pero además cruzando la entrada se llega hasta un bar donde sirven bebidas y bocadillos que se disfrutan mirando a la glorieta acristalada con vistas al jardín. Ana Pantaleoni
Plaza de Masadas. Barcelona late fuera del cuadrilátero turístico de las postales de Instagram, con paellas precocinadas y cafés a 3 euros. Se nota al poner un pie en la plaza de Masadas, en el barrio de la Sagrera, donde los ancianos se sientan en los bancos y los niños corren por el espacio porticado. Pizzas y hamburguesas a precios razonables, y hasta carta para enviar a los Reyes Magos en el gastrobar La Sofía (seguidores declarados de la Unió Esportiva Sant Andreu). En la puerta del Campanario Art –tienda artesanal y taller de bisutería- se pueden dejar y coger libros… ¡Gratis! De salida, también se puede pasar por la Nau Bostik, que encima celebra el próximo 21 de enero su mercado de ropa vintage a 1 euro. Que nadie se chive a los guiris. Rebeca Carranco
La Filmoteca de Catalunya es el mejor antídoto para todo. En la filmo uno puede estar totalmente a su aire, pero a la vez sentirse como en casa: muchos elementos se repiten y entran en la familiaridad. Desde el intenso aroma a colonia Brummel y el calorcito de las butacas, hasta los personajes recurrentes que pueden ver dos o tres películas el mismo día: el abuelo enfundado en un anorak cuya espalda dibuja un ángulo casi recto; las cinco o seis personas que esperan a que empiece la peli leyendo un libro o un suplemento cultural; el chaval de aspecto enfermizo que cada día viene con una cita distinta; o el entendido que antes de que empiece la proyección se pregunta “a ver si es un DCP (copia digital) o es película”. A la filmo van tremendos modernos y personajes respetables, hay risitas y ronquidos en las escenas más intensas, y a la salida se escuchan debates encendidos sobre cine, de gente que cuando habla de cómo son los planos cinematográficos usa el dedo índice y el corazón para simular la perspectiva de la cámara. Y en los coloquios hay más reflexiones que preguntas, y alguna sorpresa, como cuando María Barranco se arrancó a cantar “Groenlandia” tras la proyección de un corto de Bernardo Bonezzi en el ciclo Pel·lícules immundes. Este mes ha sido especialmente prolífico en la Filmoteca: el ciclo dedicado a Luchino Visconti me ha obligado a ir una o dos veces por semana a encontrarme con todos estos personajes, siendo yo mismo uno de ellos. Mi peculiaridad es la mala memoria, lo que me permite volver a ver películas que ya he visto como si fuese la primera vez: la semana pasada, cuando empezó Le notti bianche, me di cuenta de que ya la había visto, pero desde otro asiento de la Filmoteca, hace siete años. Me vi ahí sentado, más joven, como un fantasma. Dentro de siete años, cuando vuelva para otra de estas viscontadas, espero volverme a ver. Josep Catà
La Bomba de la Barceloneta. Para los que somos de estómago humilde no hay majar más exquisito que una tapa de bravas. Existe una variable conocida como la bomba de la Barceloneta compuesta por una bola -de mayor o menor tamaño- de patata hervida rellena de carne picada y, todo ello, rebozado con pan. El aspecto es de bomba de cañón pequeña y servida con alioli y salsa picante se convierte en una verdadera, y apetitosa, arma solo recomendable para paladares valientes. Dicen que se inventó en la Barceloneta y hay dos tabernas de este barrio marinero que se disputan la autoría: La Cova Fumada (en la calle Baluard 56) y La Bombeta (calle de la Maquinista 3). Ambas bombas son exquisitas, pero, además, entrar en estas tabernas supone retroceder varias décadas en cuanto a decoración y tribu de clientes habituales. Es un plan genial e indispensable - solo apto para corazones en busca de experiencias vitales- de la Barcelona que se resiste a desaparecer. Alfonso L. Congostrina
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