Mishima ponen la brillante banda sonora a una noche de recuerdos reencontrados en la reapertura de La Paloma
El añejo local barcelonés volvió a acunar efectos de la mano del grupo tras casi dos décadas de cierre
La escena era entrañable, muy tierna; una pareja con los sesenta cumplidos hace ya más de un rato bailaba en la parte de atrás de la sala. Concluida Mai més, canción que estimulaba su baile, se abrazaron como jovencillos y mantuvieron sus cuerpos entrelazados con los brazos mientras L’olor de la nit encaminaba el concierto hacia los bises con su explícita petición de carnalidad al grito de “follem”. Una casualidad sin duda. ¿Quién sabe la de veces que con otras músicas, y seguro sin sugerencias tan directas, aquella pareja se había manifestado cariño bajo aquel techo de telas pin...
La escena era entrañable, muy tierna; una pareja con los sesenta cumplidos hace ya más de un rato bailaba en la parte de atrás de la sala. Concluida Mai més, canción que estimulaba su baile, se abrazaron como jovencillos y mantuvieron sus cuerpos entrelazados con los brazos mientras L’olor de la nit encaminaba el concierto hacia los bises con su explícita petición de carnalidad al grito de “follem”. Una casualidad sin duda. ¿Quién sabe la de veces que con otras músicas, y seguro sin sugerencias tan directas, aquella pareja se había manifestado cariño bajo aquel techo de telas pintadas oscurecidas por el tiempo, luces rojas y una lámpara que ha iluminado tantos y tantos besos? Era La Paloma, un trozo de la Barcelona de siempre que volvía a acoger un concierto tras casi dos décadas de cierre. Pero allí estaba de nuevo, con esos ventiladores inmóviles marca Numax como manda el abolengo del lugar, sobre peanas de madera de cuando el aire acondicionado no existía. Allí estaba el tiempo de nuevo activado en una noche de rosas que en forma de pasillo dieron la bienvenida al público de Mishima, una legión, la XL debería ser atendiendo a la media de edad, para compartir recuerdos con los que de momento no puede la piqueta. Igual la pareja sexagenaria celebraba precisamente eso, la permanencia de su amor y del local que lo ha cobijado. O que lo vio nacer.
Fue una noche muy alegre, de sonrisas y canciones clásicas que acompañaron a una buena representación de momentos del último disco, L’aigua clara, editado hace ya un año. Sí, el tiempo pasa muy rápido en cuanto ya no se desea ser mayor. Aunque cuando se es, nada mejor que celebrarlo, a ser posible un local tan de otro tiempo, tan palaciego. Se cantó a pulmón libre, se bailó y se charló probablemente recordando noches de las que apenas queda más recuerdo que el mero hecho de que debieron existir, allí, entre camareros con chaleco negro, camisa blanca y pajarita que de momento trabajan pocas noches al mes y principalmente en lo que ahora se llaman eventos, antes conocidos como fiestas. Sí, suena más serio aunque es lo mismo, ya sabemos que últimamente una de las utilidades del lenguaje moderno consiste en el enmascaramiento.
Desde el comienzo quedó claro lo emotivo de la noche, de esa “Nit de les roses” que antecedió a Sant Jordi y que Mishima, amantes de celebraciones, igual repiten. Con un repertorio que contenga tantos éxitos como los que sonaron en la noche del jueves, en la que además estrenaron una versión del Flowers de Miley Cyrus, la repetición de las colas en la entrada está garantizada: apacibles y educadas colas que doblaban la manzana sin ruido permitiendo evocar todo lo relacionado con el nombre de la calle donde está La Paloma, uno de sus múltiples atractivos, esa calle del Tigre que tantas resonancias tiene (aquí cada cual puede evocar desde grupos de narcocorridos —Los Tigres del Norte—, hasta recuerdos de infancia —el Tigre de Mompracem—, pasando por el terror blindado de aquel tanque cuadrado o por el famoso salto del que se habla sin conocer a nadie que lo haya acometido). Todo ello con la presencia de la Fundació Arrels, que cuida de quienes ven en la calle sólo un lugar donde vivir a la intemperie.
Y entre tanta celebración de la memoria y del momento, un recuerdo por parte del grupo a Marc Lloret, su teclista, que sigue recuperándose de una dolencia y al que dedicaron la propicia y expansiva Qui més estima. Sólo decir que se hace extraño ver a Mishima sin su contenida y sobria figura tras el teclado, con ese aire de monitor de guardería que observa orgulloso como sus compañeros de banda brincan y gesticulan a su alrededor como criaturas. El jueves, mientras sonaban las finales Miquel a l’accés 14 y Tot torna a començar y el público perdía el oremus, hubiese mirado el cuadro con la templanza del entomólogo que sabe que un suspiro demasiado brusco destrozaría las escamas de la mariposa que observa. Por cierto, qué final más redondo, Tot torna a començar. Como La Paloma.
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