Opinión

El fin de la historia

La Diada transcurrirá con la manifiesta división del independentismo, que insiste en predicar suma y practicar resta

Pancarta desplegada en Barcelona por la Asamblea Nacional Catalana (ANC), a pocos días de la Diada de Cataluña.Quique García (EFE)

El permanente contacto con la actualidad global ayuda a percibir un paisaje sombrío. El pesimismo está sobrevalorado y las advertencias de las adversidades que nos esperan apuntan a un apocalipsis permanente. A esto cabe añadir a Mr. Murphy, el mejor aliado de los tiempos difíciles, cuya ley deja claro que todo lo que va mal puede empeorar.

Este ha sido el común denominador de las charlas durante los encuentros veraniegos. En un tono resignado parecía que aquellos buenos momentos de sosiego con familia y amigos fueran de despedida. Como si no hubiera esperanza se ha ido señalando un hor...

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El permanente contacto con la actualidad global ayuda a percibir un paisaje sombrío. El pesimismo está sobrevalorado y las advertencias de las adversidades que nos esperan apuntan a un apocalipsis permanente. A esto cabe añadir a Mr. Murphy, el mejor aliado de los tiempos difíciles, cuya ley deja claro que todo lo que va mal puede empeorar.

Este ha sido el común denominador de las charlas durante los encuentros veraniegos. En un tono resignado parecía que aquellos buenos momentos de sosiego con familia y amigos fueran de despedida. Como si no hubiera esperanza se ha ido señalando un horizonte amenazador, unas expectativas negativas, en un invierno frío y una calefacción escasa.

Hace 30 años, Francis Fukuyama nos iluminó con El fin de la historia y el último hombre. Fue una auténtica revolución intelectual, a la vez que una provocación para la época, presentar el final de la pugna ideológica que había dominado el mundo y anunciar que la felicidad democrática sería universal. Lo que empezó como artículo y acabó en libro fue escrito antes de la caída del muro de Berlín y de la descomposición del supuesto imperio soviético que más tarde descubrimos tan aparente como inane. Una profecía que se le discutió, que fue negada por algunos hechos pero que tardíamente pareció que iba tomando cuerpo. Hasta que el neoliberalismo se pasó de la raya y empujó al desencanto generalizado con el sistema que está obligando a la política a mirarse en su propio espejo para buscar respuestas a las múltiples demandas de la ciudadanía pero sin saber, de momento, cómo actuar adecuadamente. Y así perseveran esperando descifrar la fórmula que se les resiste por sus bloqueos electorales.

Esta semana se ha cumplido el quinto aniversario del famoso debate sobre las leyes de transitoriedad en el Parlamento de Cataluña. El inicio del final. Para sus todavía defensores, una forma de poner las bases para la ruptura con un Estado que no les sirve. Para sus detractores, mayoritarios y ampliados por los posteriormente avergonzados, un salto inútil de la ley a la ley porque les faltó pasar por la ley para seguir los eficientes pasos de la transición española. Pero como para los irredentos aquella etapa es la base de todos los males y ya no esperan enmienda alguna, la unilateralidad es el único camino.

En este escenario transcurrirá la Diada de domingo. Con la manifiesta división del independentismo que insiste en predicar suma y practicar resta, en simular cercanía y mantenerse lo suficientemente alejados los unos de los otros como para intentar que nos les confundan. Y lo curioso, casi divertido, es que quienes exigieron entonces seguir adelante y no ceder a las tentaciones de la prudencia ahora son los más perseverantes en el conservadurismo anteriormente practicado por sus rivales. Y estos, herederos de épocas anteriores, van anunciando el encendido de la mecha que tampoco van a prender.

Al no llegar al fin de su historia solo les queda enfrentarse a sus desencantados. Justificarse y hablarles claro. Como Fukuyama.

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