Tiempo de rediseño político

Este tiempo de resaca, que se alarga entre desidias y frustraciones, puede servir para hacer aflorar las diferencias ideológicas que la causa nacional había escondido

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibe el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, en el palacio de La Moncloa.Andrea Comas

La mesa de diálogo es una prueba para todos. Y algunos ya se han mojado antes de que entre en funciones. El PP, por supuesto, que desde el primer día ha rechazado cualquier vía política para el conflicto catalán. Fue Rajoy el que, en un flagrante ejercicio de elisión de responsabilidades, después de cinco años de dilaciones, decidió subrogar el problema catalán a la justicia, fomentando la confusión sobre la división de poderes. Con la complici...

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La mesa de diálogo es una prueba para todos. Y algunos ya se han mojado antes de que entre en funciones. El PP, por supuesto, que desde el primer día ha rechazado cualquier vía política para el conflicto catalán. Fue Rajoy el que, en un flagrante ejercicio de elisión de responsabilidades, después de cinco años de dilaciones, decidió subrogar el problema catalán a la justicia, fomentando la confusión sobre la división de poderes. Con la complicidad del PSOE, todo hay que decirlo, trasladó a lo penal un problema que era patrimonio de la política y no tenía que haber salido de ella.

Ahora es Junts per Catalunya la que elude groseramente cualquier compromiso: “No haremos de socorristas del PSOE. Más que una mesa de diálogo es un grupo de Whatsapp, quedan que quedan para volver a quedar”, ha dicho Jordi Turull. Y cita el próximo 1 de octubre como “un punto de inflexión” para alcanzar la independencia. Obviamente, sin concreción alguna porque no hay plan ni estrategia más allá de la autoafirmación retórica. Es más fácil seguir alimentando una fabulación, que todo el mundo sabe que ahora mismo no está en el orden del día, que hacer política para optimizar la fase actual del país después del intento fallido de octubre de 2017. Las impostadas palabras de Turull no deben impedir entrar en los detalles. Y estos han abundado en el congreso de Junts. Por ejemplo, con la propuesta de abrir la vía de supresión de los impuestos de sucesiones y de patrimonio, en la línea de la campeona madrileña, Isabel Díaz Ayuso.

Por lo visto, este tiempo de resaca, que se alarga entre desidias y frustraciones, puede servir para hacer aflorar las diferencias ideológicas que la causa nacional había escondido. Y Junts, defenestrado Jordi Sànchez, parece volver al redil neoconservador, mirando sin especial inquietud un potencial regreso del PP al poder. Al fin y a cabo, no se puede ignorar que en la primera fase de su mandato Artur Mas se convirtió en ariete de la estrategia neoliberal de la derecha que lo aupó a la presidencia de la Generalitat.

A medida que la gran promesa se aleja emergen las discrepancias ideológicas, como es natural en un magma de compleja composición social como el independentismo. Y los intereses corporativos vuelven al primer plano. La línea de demarcación derecha-izquierda reaparece.

La mesa de negociación debería ser una oportunidad para afrontar en mejores condiciones el periodo que se avecina en un país que, a parte de sus endemoniados problemas caseros, vive, como todos, tiempos de extrema tensión. Pedro Sánchez no puede seguir creyendo —al modo Rajoy— que basta con retener el balón para ganar la partida y el independentismo debe asumir que con el programa de máximos sobre la mesa —hoy imposible, mírese por dónde se mire— sólo está comprando su delicuescencia. Los impasses cansan y alejan a la ciudadanía. Y las diferencias ideológicas reaparecen, augurando un rediseño del mapa político.

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