Els Pets: canciones para acurrucar los años
El grupo presenta en el Grec un guiño a la edad entre sonrisas y melodías
A mano izquierda del escenario había una joven que ni era proyecto cuando Lluís Gavaldà llevaba el pelo largo. Se movía, ella, con la pasión de una fan de Beatles en los sesenta, pero sin histeria, con sensualidad. En una grada frontal al escenario, una “padrina” que hace décadas hubiese regañado a Gavaldà por sus melenas, abrazaba su bolso en el regazo mientras luciendo camisa estampada con flores, era una “padrina” de libro, izaba en su rostro una beatífica sonrisa de satisfacción. “Padrins” no...
A mano izquierda del escenario había una joven que ni era proyecto cuando Lluís Gavaldà llevaba el pelo largo. Se movía, ella, con la pasión de una fan de Beatles en los sesenta, pero sin histeria, con sensualidad. En una grada frontal al escenario, una “padrina” que hace décadas hubiese regañado a Gavaldà por sus melenas, abrazaba su bolso en el regazo mientras luciendo camisa estampada con flores, era una “padrina” de libro, izaba en su rostro una beatífica sonrisa de satisfacción. “Padrins” no había, se ve que los hombres de antes no son pops. Pero por haber había en aquel zoco hasta dos pintiparados extranjeros, con pulserita de viaje organizado y actitud de no estar allí sin saber qué pasaba. ¿Qué pasaba?, pues que si en los pueblos hay maestro, borracho, boticario, mujeriego, cura, rico, policía y músico, aquellos tres chavales de Constantí que se buscaron el peor nombre posible para su grupo han devenido pespunte que cose varias generaciones. En sí mismo el mejor premio que puede recibir quien a la gente canta.
Era el Grec, cita en Barcelona para presentar el último disco de la banda, que le da vueltas, entre otras cosas, a esto de hacerse mayor. Escenografía sobria, elegancia en los atavíos de los músicos, abundando la chaqueta pero huyendo del uniforme que caracterizó a la banda cuando no era tan provecta y, en el caso de Lluís, debe ser cosa del contacto con los pérfidos de Albión, chaleco. En una noche de verano. A eso se le llama deberse a una imagen. Reig no se movió de debajo de sus sombrero en todo el concierto, quizás más sobrio que nunca en gestos, abandonó la chaqueta, como Luis el chaleco, en la parte final del recital. Falin, que como carece de cuerpo voluminoso siempre parece usar un bajo enorme, no dejaba de sonreír junto a la batería de Joan. Sí, Falin nació contento. Lluís, como líder también de libro, en su papel como la “padrina” del bolso, salió el último y despidió el concierto entre sus dos guitarritas tras un Bona nit acústico que musitaba encantada una señora con los 50 olvidados. Lluís, descamisado y satisfecho, se despedía.
Antes, el grupo más internacional de Constantí, montó un repertorio con 26 canciones más que como es habitual en la banda priorizó el material de su nuevo disco, con el que comenzó el concierto. Una canción que en su momento avanzó lo que el grupo es ahora, Aquest cony de temps comenzó a afinar gargantas femeninas, sí, también había chicos, pero no le ponían el mismo énfasis. Tres segons, pieza que dijo Lluís es de sus favoritas, acunó recuerdos y amores para avanzar la parte más tierna del repertorio, mantenida grosso modo hasta La vida és molt avorrida sense el teu cos, una simple delicia. Hubo móviles encendidos, un “espontáneo” que salió a bailar, público en pie a partir de Tantes coses a fer, gritos de “independencia” como si aún estuviésemos en el Senglar Rock, “hay que picar piedra día a día”, dijo Lluís al respecto; efecto limpiaparabrisas en un par de temas, con los brazos batiendo lateralmente el aire y también ciertos desajustes de sonido que en ocasiones hurtaban limpieza a las letras, bajo la manta de instrumentos cubierta la voz de Lluís.
Si Quimi Portet dice que es un artista transcomarcal, familiar es el éxito de los tres de Constantí, la dulce seguridad de un colchón de buenas melodías, letras heridas por la observación, ejecución competente y un Gavaldà moderando hasta donde puede el papel de humorado cantante que parece creer que el mundo es muy raro por permitirle tanto éxito. A él y a sus dos compinches, sábana con la que varias generaciones han acurrucado no sólo su juventud. Cuando El Pets se retiren, ya sin género nuevo que enseñar en la plaza, harán un repertorio imbatible para ir diciendo adiós por esos escenarios de Dios. Dos horas de concierto no dan cabida hoy a tanta canción inolvidable.
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