Lecciones francesas

En Francia ha quedado claro que la extrema derecha contamina y es arriesgado entrar en su juego: se ha llevado por delante a la derecha

Restos de un cartel electoral de Marine Le Pen, en París, el pasado 9 de abril.JOEL SAGET (AFP)

Después de la primera vuelta de las elecciones francesas ya no hay coartada para negar lo evidente: el autoritarismo postdemocrático amenaza a las democracias europeas. Los signos abundan desde hace tiempo y no se puede alegar ignorancia por más que los intelectuales orgánicos de la Unión Europea hayan querido minimizarlos siempre. La cuestión de fondo es la fusión entre el neoliberalismo económico y el autoritarismo, que es el peligro que recorre Europa en estos momentos, como si la democracia no fuera eficiente para los intereses del gran capital y se impusiera la deriva autoritaria. No está...

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Después de la primera vuelta de las elecciones francesas ya no hay coartada para negar lo evidente: el autoritarismo postdemocrático amenaza a las democracias europeas. Los signos abundan desde hace tiempo y no se puede alegar ignorancia por más que los intelectuales orgánicos de la Unión Europea hayan querido minimizarlos siempre. La cuestión de fondo es la fusión entre el neoliberalismo económico y el autoritarismo, que es el peligro que recorre Europa en estos momentos, como si la democracia no fuera eficiente para los intereses del gran capital y se impusiera la deriva autoritaria. No está de menos recordar que la primera experiencia piloto del neoliberalismo económico fue la dictadura de Pinochet.

La primera vuelta de las elecciones francesas deja mensajes que no se pueden ignorar: el hundimiento de la derecha tradicional y del Partido Socialista. En términos ideológicos podríamos decir que unos y otros pagan una confusión: nacieron en la lógica simple del capitalismo industrial cuando hace tiempo que éste dejó de existir. Macron lo entendió y construyó su propio camino. El bipartidismo imperfecto que había estructurado la V República ha colapsado, confirmando así lo que ya se apuntaba hace cinco años: La extrema derecha frente al espacio Macron. La balanza se inclina hacia la derecha dejando detrás de Melenchón a una izquierda hecha pedazos. Ahora hay que apostar por Macron para evitar la catástrofe. Y así lo han entendido todos los candidatos de la izquierda: el desistimiento republicano por parte de los cabezas de lista ha funcionado, ahora falta ver la respuesta de los ciudadanos en la segunda vuelta, el verdadero termómetro de la situación. ¿Estamos ante una gran mutación fruto de la nueva etapa del capitalismo financiero y global?

Atentos. En España la crisis del bipartidismo se ha venido consolidando desde 2014, al tiempo que Vox ha ido ganando terreno a la derecha. Y por lo que parece, Núñez Feijóo, ha optado por el apaciguamiento, abriendo paso a las alianzas con la extrema derecha, validando al nuevo gobierno de Castilla y León, aunque sea con la boca pequeña, y dejando que Díaz Ayuso, encantada de pactar con Vox, marque el camino. En Francia ha quedado claro que la extrema derecha contamina y es arriesgado entrar en su juego: se ha llevado por delante a la derecha. Y llega ahora Macron montado sobre un proyecto de límites imprecisos cuya éxito depende en buena parte de hasta dónde puede alcanzar sin caer en la trampa de Le Pen. El presidente Sánchez, montado sobre un PSOE de contornos cada vez más imprecisos, debería sacar conclusiones del fracaso del socialismo francés: la izquierda no puede perder a las clases populares. Y, en Cataluña, se debería entender que la reducción de la política al debate identitario es de alto riesgo. El malestar crece y hay un momento en que ya no bastan las palabras. Y puede ser la hora las extremas derechas de cada casa. Que las hay.

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