Opinión

El vendaval del miedo

Con la inquietud en la calle y el sentimiento de vulnerabilidad reforzado por la guerra, las urgencias pasan por encima de las apuestas políticas encalladas en función de los equilibrios de fuerzas

Una mujer protesta contra la invasión rusa mostrando una rostro ensangrentado de Putin el pasado día 6 en Belgrado. ANDREJ ISAKOVIC (AFP)ANDREJ ISAKOVIC (AFP)

Temor, desasosiego, incertidumbre, es raro estos días iniciar una conversación sin hablar de Ucrania. Parecía que empezábamos a salir del largo paréntesis de la pandemia e irrumpe la guerra en Europa, que no deja de ser nuestra casa grande. Un sobresalto agravado por las imágenes de los bombardeos y las caravanas de personas que huyen, especialmente mujeres y niños. Un conflicto con dos iconos que despiertan las peores pesadillas: Putin y la amenaza nuclear.

Hay una cierta tendencia a presentar al presidente ruso como un loco, amoral y fuera de control. No soy de los que creen que los h...

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Temor, desasosiego, incertidumbre, es raro estos días iniciar una conversación sin hablar de Ucrania. Parecía que empezábamos a salir del largo paréntesis de la pandemia e irrumpe la guerra en Europa, que no deja de ser nuestra casa grande. Un sobresalto agravado por las imágenes de los bombardeos y las caravanas de personas que huyen, especialmente mujeres y niños. Un conflicto con dos iconos que despiertan las peores pesadillas: Putin y la amenaza nuclear.

Hay una cierta tendencia a presentar al presidente ruso como un loco, amoral y fuera de control. No soy de los que creen que los hechos ocurren porqué tienen que suceder. Estoy seguro de que el factor humano es determinante en la conflictividad humana. Pero el recurso a la imagen del loco es peligroso: asusta al personal y, por tanto, refuerza al señalado: no le provoquemos. Y, en consecuencia, la amenaza nuclear se convierte en protección para el que la promueve. Putin anuncia que ha ordenado poner en situación a sus arsenales y ha atacado una central nuclear. Cunde el pánico y gana impunidad. No fuera que llevara la respuesta al límite.

Después del gran envite de la pandemia, que dejó almas y cuerpos exhaustos, vuelven a sonar los tambores de muerte y en este caso por obra directa de mano humana, sin necesidad de elucubraciones e interpretaciones conspirativas como en la covid. Qué es la normalidad sino una combinación controlada de preocupaciones e inquietudes? De pronto las portadas de los periódicos y de los medios de información se hacen monográficas: es una crisis mayúscula. Y por esas puertas entra una inquietud que cambia el marco referencial.

Un ejemplo local: la elección este fin de semana de Carles Puigdemont como presidente del Consell de la República. Normalmente habría tenido eco en las portadas de los medios catalanes. Sin embargo, ha quedado reducida a una menuda información en páginas o una entrada pérdida en los noticiarios que ajusta al Consell a la condición de juguete para mantener cierta actividad en el exilio que realmente le corresponde, pero no deja de generar cierta melancolía. La independencia hacía tiempo que no estaba en el orden del día. Pero seguían las fabulaciones y las medias palabras. En pleno vendaval, resultan inaudibles.

Con la inquietud en la calle y el sentimiento de vulnerabilidad reforzado por la guerra y a la espera de como repercuta en la economía, las urgencias pasan por encima de los atascos y de las apuestas políticas encalladas en función de los equilibrios de fuerzas. Y hay motivos para creer que a corto plazo los ciudadanos buscarán más a los políticos por razones de confianza personal que por afinidades ideológicas. O, por lo menos, así lo indican ya los sondeos en Francia. Y, sin embargo, no se puede caer en el siniestro engaño de eludir la exigencia de pensar qué se ha hecho mal para permitir que Putin llegara tan lejos. Y obrar en consecuencia.

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