Levitando con Grigori Sokolov
El colosal pianista ruso conmociona al público en su regreso al Palau de la Música de Barcelona
Cada recital del pianista ruso Grigori Sokolov (San Petersburgo, 1950) -y lleva quince años actuando en las temporadas del Palau de la Música- es un acontecimiento, una experiencia única que agiganta su leyenda y, literalmente, conmociona al público. Y el martes, en su regreso al templo modernista, nos volvió a dejar con la boca abierta. Ante su honestidad y grandeza como intérprete -no hay asomo de efectismos ni trampas para conquistar al respetable con vanos fuegos de artificio, solo caben la admiración y gratitud. De...
Cada recital del pianista ruso Grigori Sokolov (San Petersburgo, 1950) -y lleva quince años actuando en las temporadas del Palau de la Música- es un acontecimiento, una experiencia única que agiganta su leyenda y, literalmente, conmociona al público. Y el martes, en su regreso al templo modernista, nos volvió a dejar con la boca abierta. Ante su honestidad y grandeza como intérprete -no hay asomo de efectismos ni trampas para conquistar al respetable con vanos fuegos de artificio, solo caben la admiración y gratitud. De hecho, salimos levitando de un Palau que, con el arte de Sokolov, recuperó el pulso y la alegría melómana de antaño.
Salvo por la obligación de llevar mascarilla, en el Palau reinaba un ambientazo que nos hizo olvidar la grisura de la larga travesía pandémica Tanto en los pasillos como en la sala, entre saludos y conversaciones improvisadas -con los últimos acontecimientos de la crisis del Partido Popular como tema estrella- el numeroso público consumía los minutos de espera hasta que las luces se fueron apagando. Sokolov salió al escenario con paso rápido, saludó al respetable con una inclinación de cabeza, se sentó ante el piano y, desde la primera nota, nos transportó al paraíso.
Programa sin desperdicio, solo al alcance de un coloso del piano. Para empezar, las Quince variaciones y fuga en Mi bemol mayor, op. 36, más conocidas como Variaciones heroica, de Ludwig van Beethoven, sobre un tema utilizado por el compositor en el ballet Las criaturas de Prometeo, en la séptima de las Doce Contradanzas para orquesta y en el glorioso movimiento final de la Sinfonía Heroica, al que alude el sobrenombre.
La arquitectura musical de la obra es tan prodigiosa como la fantasía, audacia y sentido del humor que inunda la partitura. Sokolov estuvo colosal, desplegando una gama de dinámicas, colores y detalles antológicos, siempre ajustados al carácter de cada variación. Sin atropellos ni parones, con transparencia y variedad de acentos, el ingenio y la fantasía de Beethoven cobró vida en una versión de las que no se olvidan.
Para cerrar la primera parte, Sokolov escogió una de las más perfectas e inspiradas obras de Johannes Brahms, los Tres intermezzi, op. 117. Y en ellas recreó, con hondura expresiva y absoluto dominio técnico, el carácter de cada pieza, con esa nostalgia triste que trasmite el compositor hamburgués con una belleza melódica que, en la interpretación de Sokolov, llegaba directa al corazón del oyente, sin sentimentalismo, con un fraseo de gran nobleza y expresividad.
En el descanso, caras de felicidad y admiración entre el público ante la lección magistral de Sokolov. Ya nadie hablaba de otra cosa que no fuera el talento de este coloso del piano.
Al mismo nivel de excelencia e inspiración, la segunda parte nos deparó una extraordinaria versión de las Ocho fantasías para piano, op. 16, de Robert Schumann, conocida como Kreisleriana, rica en contrastes, de la calma a la agitación, de la confesión íntima a la euforia del mejor Schumann. La velada culminó con cinco propinas -piezas de Brahms, Scriabin, Rachmáninov, Chopin y Bach/Busoni- que sonaron a gloria. Grande y generoso, como siempre, el inimitable Sokolov.