Tragedia en rojo

Impresionante duelo interpretativo de Lluís Soler y Ferran Vilajosana en ‘Red’, obra de John Logan que plasma el proceso creativo de Mark Rothko

Vilajosana (de espaldas) y Soler, en su duelo interpretativo.www.felipemena.com

El Teatre Akadèmia se apunta un éxito con el montaje de Red, obra del dramaturgo y guionista estadounidense John Logan estrenada en Londres en el 2009 y galardonada con seis premios Tommy al año siguiente. El texto es una reflexión profunda sobre el impulso creador de Mark Rothko que plasma, en la intimidad de su estudio, el momento creativo del gran pintor estadounidense de origen letón, su diálogo permanente con su obra, sus miedos y obsesiones. En versión catalana –notable traducción de Jaume Coll Mariné– y ...

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El Teatre Akadèmia se apunta un éxito con el montaje de Red, obra del dramaturgo y guionista estadounidense John Logan estrenada en Londres en el 2009 y galardonada con seis premios Tommy al año siguiente. El texto es una reflexión profunda sobre el impulso creador de Mark Rothko que plasma, en la intimidad de su estudio, el momento creativo del gran pintor estadounidense de origen letón, su diálogo permanente con su obra, sus miedos y obsesiones. En versión catalana –notable traducción de Jaume Coll Mariné– y dirigida con trazos exquisitos por Guido Torlonia, Red es también un duelo interpretativo de altura entre Rothko y su joven ayudante Ken, encarnados por Lluís Soler y Ferran Vilajosana con fuerza y brillantez.

“¿Qué ves en el cuadro?”, pregunta Rothko al inicio de la obra: “Rojo”, responde su ayudante. Desde el primer momento, Logan pone el foco en la mirada trascendente de Rothko, aquel niño judío que llegó con diez años a Portland huyendo con su familia de las purgas cosacas y se convertiría, en un proceso artístico esencialmente autodidacta, en uno de los referentes de la abstracción americana. Hay mucho de tragedia personal en su búsqueda de un lenguaje pictórico capaz de expresar a través de la luz y el color las grandes emociones en una experiencia cuasi mística.

Logan acota en el tiempo su retrato de Rothko: los dos años, entre 1958 y 1959, en los que estuvo trabajando en los murales que le encargaron para el restaurante The Four Seasons, ubicado en el rascacielos Seagram de Nueva York. El espacio escénico, realista y detallista, de Paula Bosch reconstruye el estudio del pintor y su atmósfera de trabajo, no como refugio cómodo, sino como zona de combate interior en busca de sus ideales.

Vivir el momento de la creatividad de un gran artista es un regalo teatral difícil de plasmar, y en este montaje se consigue con proyecciones videográficas de las obras –gran trabajo de Joan Rodón– que muestran sus secretos entre capas de colores con una cuidadísima iluminación a cargo de Lluís Serra, que nos descubre la negritud en el rojo (o los mil rojos posibles) del título. Hay mucha música de Mozart y Schubert y, cuando puede poner un vinilo a solas, el asistente opta por Chet Baker.

En la piel del pintor, Lluís Soler despliega un abanico de sabios recursos expresivos, tan certeros como bien medidos a la hora de transmitir con contundencia el carácter irascible del artista. Domina siempre las situaciones, nada queda al azar en su relación con su joven ayudante, que busca algo de afecto y guía espiritual –también es pintor– en un maestro que cierra cualquier puerta a una relación personal.

La confrontación dialéctica muestra también la dimensión trágica y la tormenta interior de Rothko (la depresión lo llevó al suicidio en 1970), que se muestra intransigente con la banalización de arte, pedante y narcisista hasta lo insufrible, y cruel y desconsiderado en su trato con Ken, quien, sin embargo, logra resquebrajar su caparazón en un gran monólogo final en el que Vilajosana está espléndido.

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