Un mar de movimiento en el Mercat de les Flors

‘Figure a Sea’ es una inteligente lección de danza posmoderna de Debora Hay, interpretada por la compañía Cullberg

Un momento de la coreografía 'Figure a Sea' de Deborah Hay interpretada por el Cullberg Ballet.Urban Jörén

El gran escenario de la Sala MAC del Mercat de les Fors de Barcelona se convirtió en un fascinante mar de movimiento. El hechizo ocurrió la noche del pasado jueves. La compañía sueca Cullberg subía al escenario a 18 bailarines para interpretar la interesante y bella pieza de 2015 de la veterana coreógrafa experimental estadounidense Deborah Hay, Figure a Sea, creada especialmente para la compañía nórdica. Se trata de una pieza de gran forma...

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El gran escenario de la Sala MAC del Mercat de les Fors de Barcelona se convirtió en un fascinante mar de movimiento. El hechizo ocurrió la noche del pasado jueves. La compañía sueca Cullberg subía al escenario a 18 bailarines para interpretar la interesante y bella pieza de 2015 de la veterana coreógrafa experimental estadounidense Deborah Hay, Figure a Sea, creada especialmente para la compañía nórdica. Se trata de una pieza de gran formato y de corte abstracto que se convierte inmediatamente en toda una lección de danza posmoderna y que resultó muy atractiva para el público, pues ante él se abría una página de la reciente historia de la danza. Sí, sin duda la audiencia aprendió, pero quizá no vibró.

El movimiento de la danza posmoderna abarcó buena parte de los años comprendidos entre las décadas de 1960 y 1970, especialmente en n Estados Unidos, y si bien su apogeo fue relativamente breve, su legado se considera la primera gran etapa de la danza contemporánea. Su figura más representativa fue el también estadounidense Merce Cunningham (1919-2009), en cuya compañía bailó Hay.

La danza posmoderna rescató el uso de los movimientos cotidianos para convertirlos en un gesto artístico a través de la magia de la improvisación. Todo este concepto teórico queda bien evidente en la coreografía Figure a Sea, donde sus bailarines combinan ese supuesto gesto cotidiano con el fraseo coreográfico con una gran elegancia. Su movimiento es nítido e íntimo, ciertamente: los intérpretes se mueven por el escenario, convertido en un diáfano mar, mostrando las múltiples posibilidades que pueden expresar a través de su cuerpo.

Sólida formación clásica

Es una pieza muy individual, pues cada uno de esos intérpretes va por libre y realiza su propia improvisación; forman en ocasiones grupos, pero en general su trabajo es solitario, si bien la mirada de cada uno de ellos busca la del otro. Para Hay esta creación es una meditación sobre el hecho de ver. Respecto a los bailarines, que son de muy diferentes físicos y complexiones, hay que destacar su impecable interpretación: algunos de ellos evidenciaron una sólida formación de danza clásica.

Otro acierto del montaje es la parte musical, obra de Laurie Anderson (Glen Ellyn, Illinois, 1947), pionera en el campo de la música electrónica, si bien también ha compuesto música pop y ha colaborado con artistas como Peter Gabriel y Lou Reed, entre otros. La música que Anderson ha compuesto ahora para esta pieza, que se alterna con largos silencios, emana una gran espiritualidad. Sus diferentes cambios de ritmos aceleran o frenan el trabajo de los bailarines. Todo acorde con la estética minimalista de la coreografía.


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