Tiempo de maduración
El que menos se columpie en la nostalgia de lo que pudo ser, el que salga a escena con las ideas claras para una nueva etapa jugará con ventaja. Con la gran promesa y las escenificaciones de ritual ya no basta
En política, los procesos necesitan maduración. Y ahora mismo, en Cataluña, estamos en un momento en que, consciente o inconscientemente, los actores políticos se están tomando tiempo. El que menos se columpie en la nostalgia de lo que pudo ser, el que salga a escena con las ideas claras para una nueva etapa jugará con ventaja. Con la gran promesa y las escenificaciones de ritual ya no basta.
La resaca de Octubre de 2017 está siendo muy larga, la mala lectura de la situación que impidió a los dirigentes independentistas parar a tiempo y dio paso al desencadenamiento de la oleada represi...
En política, los procesos necesitan maduración. Y ahora mismo, en Cataluña, estamos en un momento en que, consciente o inconscientemente, los actores políticos se están tomando tiempo. El que menos se columpie en la nostalgia de lo que pudo ser, el que salga a escena con las ideas claras para una nueva etapa jugará con ventaja. Con la gran promesa y las escenificaciones de ritual ya no basta.
La resaca de Octubre de 2017 está siendo muy larga, la mala lectura de la situación que impidió a los dirigentes independentistas parar a tiempo y dio paso al desencadenamiento de la oleada represiva metieron al país en un pantano y cuesta salir del fango. El imprevisible impacto de la covid introdujo en la escena un exceso de realidad que colocó a la ciudadanía en una situación esquizoide entre los frentes de la confrontación política y el inexorable acorralamiento al que nos sometía la pandemia. La figura de Torra es un icono patético de este momento en que se agarró al maximalismo sanitario para plantar cara a Madrid, al tiempo que, según reconoció en su relato, vivía trágicamente su cargo con la conciencia de que no podía cumplir su misión en el proceso soberanista.
Han pasado cuatro años del 1-O se va asumiendo que es hora de una cierta recolocación general del escenarioHan pasado cuatro años del 1-O se va asumiendo que es hora de una cierta recolocación general del escenario
Han pasado cuatro años y, poco a poco, se va asumiendo que es hora de una cierta recolocación general del escenario. Y así entramos en el nuevo curso, con señales evidentes de acercamiento al espacio de lo posible. Lo decía Jordi Sànchez en Catalunya Radio: “El independentismo necesita tiempo para saber cómo avanzar hacia la autodeterminación”. Y los dirigentes de Esquerra, empezando por Oriol Junqueras, reconocen que la vía unilateral no está en el orden del día. De modo que, aún desde el escepticismo sobre lo que se pueda conseguir —que desde luego por lo menos en el corto plazo de dos años que Junts per Catalunya y la Cup han impuesto a Esquerra no será la autodeterminación— parece evidente que el diálogo entre gobiernos es una oportunidad que no debe desaprovecharse y que debería conducir a una negociación que permita alcanzar mayores niveles de empoderamiento. El mismo hecho de que algunos sectores del independentismo estén soñando ya en el “cuánto, peor mejor” (Elisenda Paluzie ha dicho que al independentismo le cohesiona que la derecha gobierne España) es prueba fehaciente de que el tiempo de las fantasías ha decaído y que todo el mundo sabe, y no es profecía, que ahora mismo “proclamar la independencia y defenderla en la calle”, la última propuesta de Torra, es pura ilusión.
En este tiempo además han pasado cosas significativas, entre ellas el fracaso y extinción de Ciudadanos, destino natural de un partido de un solo tema o, mejor dicho de una sola obsesión, que no tenía otra cosa que proponer que la represión y el rechazo.
Mientras el independentismo se piensa “como avanzar hacia la autodeterminación”, objetivo final de su proyecto, la mejor manera de progresar es un Gobierno que demuestre efectividad y una capacidad política suficiente para avanzar en procesos efectivos de negociación en muchos frentes. La voluntad de Aragonès de ejercer un liderazgo pragmático parece manifiesta. Él es ahora quien viste la púrpura y por tanto sus socios, pero también rivales, le tienen en el punto de mira, la lealtad, en política, tiene declinaciones muy particulares, el enemigo está en casa. Poco a poco las diferencias ideológicas dentro del independentismo aflorarán inevitablemente: el manto patriótico, fuera de los momentos de gran exaltación, difícilmente alcanzara para cubrirlo todo.
Y así entramos en el nuevo curso, con señales evidentes de acercamiento al espacio de lo posibleY así entramos en el nuevo curso, con señales evidentes de acercamiento al espacio de lo posible
Salvador Illa, en vigilias de ser elegido primer secretario del PSC, ha enseñado sus cartas expresando su disposición a contribuir a la aprobación de los presupuestos (evidentemente, con contrapartida en Madrid). Es decir, abandona al frentismo, al que Ciudadanos arrastró al PSOE en los momentos más críticos, y abona los recelos en la coalición independentista, al prefigurar la posibilidad de que Esquerra tuviera dos opciones de mayoría parlamentaria. Hoy por hoy, la coalición de izquierdas para Esquerra es un tabú, pero nadie sabe qué será mañana, sobre todo si en algún momento estalla la convivencia entre las derechas y las izquierdas reunidas en el magma Junts per Catalunya.
También En Comú Podem tiene que afrontar sus cuitas. Después de diez años de aceleración permanente, de la calle al Gobierno español, el universo Podemos está en un momento crítico. Su singular aventura en Cataluña ha sido más tranquila, con el Ayuntamiento de Barcelona como bandera. Como más pronto Ada Colau anuncie su intención de repetir como candidata a la alcaldía más encauzadas bajaran sus aguas. Eso sí, a condición de explicar sin complejos ni timideces lo que se ha hecho y lo que se quiere hacer.