Un café contra la nostalgia

Soy extranjero en Barcelona, por eso en cada lugar que me hacen sentir como en casa es una aspirina para mi desarraigo, como en el Roast Club

Iker Zago, el dueño del Roast Club Café, en el Eixample barcelonés.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

“El café italiano es una mentira”. La frase, por supuesto, no es mía. Sé poco y nada del tema. Soy un simple aficionado, que todavía medio dormido, con una niña de siete meses a bordo de un cochecito en una mano y con un perro medio tímido en la otra, se para cada mañana en Roast Club Café y escucha: “Ciao bellisimo. Un flat white ¿Cómo está Martita?” El bellisimo entiendo que soy yo, el flat white es lo que voy a tomar y Martita es mi mujer que se toma un respiro de las agitadas noches de una madre primeriza. No hay dudas: es una buena manera de empezar el día. “Tomarse un café es sociabiliza...

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“El café italiano es una mentira”. La frase, por supuesto, no es mía. Sé poco y nada del tema. Soy un simple aficionado, que todavía medio dormido, con una niña de siete meses a bordo de un cochecito en una mano y con un perro medio tímido en la otra, se para cada mañana en Roast Club Café y escucha: “Ciao bellisimo. Un flat white ¿Cómo está Martita?” El bellisimo entiendo que soy yo, el flat white es lo que voy a tomar y Martita es mi mujer que se toma un respiro de las agitadas noches de una madre primeriza. No hay dudas: es una buena manera de empezar el día. “Tomarse un café es sociabilizar. Es una excusa para encontrarte con un amigo. Aquí la esencia es italiana, pero el café es del mundo”, me cuenta Iker Zago, dueño de una de las cafeterías más chics de Barcelona. No necesito nada más: un café que me sabe a gloria y un lugar en el que me siento (me hacen sentir) como en casa.

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Justamente de eso hablamos con mi talentoso compañero y vecino del Eixample, Massimiliano Minocri, en nuestro encuentro (uno más) en el Roast Club, en “lo del Iker”, como le decimos nosotros. A él le pertenece cada calle, nueva o vieja, más o menos turística, de Roma. Es su ciudad, por poco que hoy la eche de menos. A mí me pasa lo mismo con la inmensa y agresiva Buenos Aires. Siento como propio cada uno de sus rincones, como si todo fuese una extensión de mis recuerdos. Soy extranjero en Barcelona y, probablemente, nunca dejaré de serlo. Por eso, cada lugar en el que me hacen sentir como en casa, es una aspirina para la nostalgia. No importa si es un bar, un restaurante, o un café. Tampoco si paso cinco minutos o tres horas; solo me sirve para borrar, aunque sea un poco, el desarraigo.

Y pocos mejores que Iker Zago para conocer la suerte y la desgracia del tipo que dejó atrás su casa. Aparejador de profesión, a los 22 años llegó por primera vez a Barcelona. Un breve paso por uno de los muchos zaras y a repartir pizzas congeladas. Fue un trampolín, sin embargo, para el viaje que le cambiaría la vida. “Repartí currículos por todos lados, hasta que topé con un griego-italiano que tenía un coffee specialty”, recuerda Iker Zago.

Iker Zago, el dueño del Roast Club Café, junto a dos empleados, en el Eixample barcelonés.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

La prueba de ingreso: un capuchino. Y el italiano tiró más de ego que de talento: “Yo pensaba, ¿cómo no voy a saber hacer un capuchino? Fue un desastre. Me dijo que teníamos que empezar de cero”. De los 90 céntimos que cuesta un expreso en Italia a los cuatro dólares por un café Premium en Australia. Y de Sídney viajó a Formentera, para hacer a las temporadas de verano de la isla, peaje necesario para costearse la formación en tostador de café en Nueva York, Londres y cuatro meses en un campo de cultivos en Costa Rica.

Por entonces, ya solo su pasaporte decía que era italiano, similar a lo que pasa con el Roast Club. “A partir de una taza de café podemos hacer viajar a los clientes por Brasil, Costa Rica, Guatemala, Etiopia, Burundi o México”, explica Zago.

Ya lejos del expreso, el café lo había liberado de prejuicios pero lo condenaba a cuestionarse la identidad. “En Italia tenemos una cultura de café incorrecta. Creemos que porque hemos inventado el expreso somos los mejores. Pero no se puede hacer el mejor café por un euro, trabajas con un producto de baja calidad”, insiste el dueño de Roast Club.

Difícil escaparse de un buen bocadillo

Año de fundación: 2016

Dueño: Iker Zago

Un plato recomendado: Un flat white (café doble con leche), con un bocadillo de porchetta, ricota y huevo frito.

La mejor hora para ir: Siempre hay mucha gente. A primera hora de la mañana es el mejor momento para echar unas risas con Iker.Un día la cola parecía interminable. El Roast Club había alcanzado el número 1 en Trip Avisor y los clientes de siempre no pudimos celebrarlo con un café.

Pero el salto definitivo le llegó en Nueva York. Parece que el sueño americano todavía atiende el teléfono del que sabe lo que quiere. Un local de ocho metros cuadrados, medio escondido en un edificio del East Village y una reseña en The New York Times que les dio tanta fama que ya no hubo manera de costear un alquiler que les subió de 2.800 a 3.500 dólares al mes. Y eso, que el café en la ciudad de Woody Allen se paga de cuatro a ocho dólares la taza.

Había que volver a empezar. Y no había mejor lugar que en la ciudad en la que se había olvidado de que era aparejador. “Sabía que en Barcelona estaban abriendo varios coffee specialty. Pensé que era mi momento”, cuenta Iker Zago. No se equivocó. De los estudiantes a los turistas, pasando por los rusos y árabes que andan como locos por los cafés, el Roast Club logró convencer hasta a los viejos inquilinos de la Eixample, todavía con sueños de burguesía catalana, medios desconfiados con los nuevos vecinos, hoy rendidos al carisma y buen café del amigo italiano. Mezcla de sabores, esencialmente de culturas. Parafraseando al amigo, siempre maestro Ramon Besa: “las bondades del mestizaje”. Y un café moderno y único, se convirtió en un club, amigable y social. Si hasta Ter Stegen, portero del Barcelona, es uno más, al que nadie le pregunta por Messi, en las mesas de este café.

Por eso hay pocas maneras de empezar mejor el día que con un flait white y el Ciao bellisimo de Iker. No soy Brad Pitt, pero no me importa. La verdad te hace libre, la mentira feliz. Y si no que les pregunten a todos los italianos sobre el café expreso.

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