La pulsión del Lluçanès

Los libros de Lluís Vila y de Ramon Erra descifran una comarca necesitada de cohesión en un momento cumbre

Santuario de Els Munts, en el Lluçanès.joan sánchez (EL PAÍS)

Aunque resulta imposible saber cuántas almas caben en el santuario de la Mare de Déu dels Munts, la iglesia está casi llena y el cura dice y canta misa de once, como cada domingo, firme y preciso, sin una palabra de más durante la homilía —ajustada al evangelio—, ni reparar en que hay más feligreses que nunca, varios procedentes de Sant Agustí y Sant Boi de Lluçanès, algunos de Perafita y también de Alpens. Hoy se ha juntado una familia numerosa y los asistentes suman casi 60 si se cuentan los curiosos que asoman la cabeza, al...

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Aunque resulta imposible saber cuántas almas caben en el santuario de la Mare de Déu dels Munts, la iglesia está casi llena y el cura dice y canta misa de once, como cada domingo, firme y preciso, sin una palabra de más durante la homilía —ajustada al evangelio—, ni reparar en que hay más feligreses que nunca, varios procedentes de Sant Agustí y Sant Boi de Lluçanès, algunos de Perafita y también de Alpens. Hoy se ha juntado una familia numerosa y los asistentes suman casi 60 si se cuentan los curiosos que asoman la cabeza, alguno de la mano de su bicicleta, cuando habitualmente se cuentan unos 30.

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Habría más si para un oficio como Dios manda se facilitara la movilidad de los creyentes de la comarca, muchos ya mayores y con dificultad de desplazamiento, resignados también por las limitaciones religiosas de cada pueblo, al ir y venir de los pocos sacerdotes llegados desde muy lejos y que atienden como pueden a las diseminadas parroquias del Lluçanès. Los oficios se convocan cuando se puede, a veces a deshora y en ocasiones de forma casi clandestina, como si los pecadores estuvieran dentro y no fuera del templo, pocos como el del Munts.

La comarca intenta combatir la sensación de que continúa tan desgarrada como la ropa de Cristo clavado en la cruz, desde siempre troceada, religiosa, política y judicialmente, víctima de su carácter sufrido y cansado, admirada desde la singularidad de cada uno de sus 13 pueblos y todavía dependiente —y subsidiaria— de Osona, el Berguedà y el Bages. La controversia quedó reflejada en la consulta del 26 de julio de 2015 autorizada por la Generalitat. Aunque participó el 55% de los 8.500 habitantes y el 70% se mostró favorable, cinco pueblos votaron en contra de que su municipio formara parte de la comarca del Lluçanès.

Ya se sabía del recelo de Santa Maria de Merlès, próxima a Berga, así como de la tendencia de Sant Bartomeu del Grau a tirar hacia Vic y de Sant Feliu Sasserra a llegar hasta Manresa. Los porcentajes denotan, sin embargo, un cambio de tendencia y querencia hacia Lluçanès. La sorpresa fue el no de Sant Agustí y Sant Boi cuando se denominan del Lluçanès. El resultado de 8 a 5 detuvo el proceso, por más legal que sea la constitución de la comarca, y la unidad administrativa y jurídica sigue en el limbo cuando se impone una dirección cohesionada y evitar una división que favorece la dejadez o el abuso, el romanticismo o el caciquismo y el trato de favor para colar cualquier proyecto con la excusa del impulso económico y en función del vínculo con los poderes fácticos de Cataluña

La elección del presidente del Consorci del Lluçanès ya delató en 2019 las cuitas políticas y las rencillas personales que dificultan la vertebración de los 400 kilómetros cuadrados de un territorio que ha generado un excelente relato de editores como Lluís Vila i Vilalta. Vila ha sido alcalde de Prats de Lluçanès, presidente del Consorci y vicepresidente del Consell Comarcal d’Osona y escribió un libro imprescindible para descifrar el mosaico de la comarca: El Lluçanès, aquest país tan rost, tan quiet, tan clar (Centre d’Estudis del Lluçanès, 2001).

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“No ha cambiado el país sino la fisonomía humana”, argumenta, antes pionero y ahora agente activo del Lluçanès. “Hay una cepa que se mantiene y gente llegada o estabilizada”, añade. “El mundo de ayer mezcla con el de hoy y se trata de encontrar un equilibrio: no debemos ser una postal ni un estercolero”, matiza. “El punto de encuentro no es fácil porque las prioridades son diferentes. El objetivo debe ser en cualquier caso disponer de recursos, de un presupuesto, y ser una marca, salir en el mapa, como afirma Erra”. Vila y su hija Núria acaban de editar precisamente un libro de Ramon Erra: Escrits Lluçanesos. Fogueres al poblat (Cal Siller).

La publicación reúne unos 60 artículos muy lúcidos del escritor de Santa Eulàlia de Puigoriol, hijo de Cal Penyora, una de las fondas emblemáticas del Lluçanès. “No hay que pensar en un modelo clásico de comarca con más burocracia”, sostiene, “sino en una red de pueblos que defienda un crecimiento equilibrado; proteja el medio natural; mejore las comunicaciones y el transporte público; preserve la agricultura y la ganadería, así como la industria no contaminante; abogue por las conexiones telemáticas, un turismo respetuoso y fomente la creación de puestos de trabajo para los jóvenes; y se desviva por equipamientos escolares y culturales y atención a la gente mayor”, prosigue Erra. “Salir en el mapa, pero no a cualquier precio”, como queda escrito en un libro precioso y preciso por los matices, nada dogmático.

El Lluçanès no se parece a ninguna comarca vecina por su geografía, ni por sus pueblos, tampoco por el clima, sostiene Erra. “El hecho comarcal no depende por otra parte de ningún partido ni ideología ni de un población autóctona o nueva. La comarca sería un marco y el voto municipal marcaría su rumbo político”, insiste. “La gente joven parece la más comprometida con un movimiento en favor de la comarca que hoy les junta con los viejos luchadores. Algunos han decidido, por ser originarios o buscar un sitio para vivir mejor, que es el lugar idóneo para que crezcan sus hijos y quieren preservar esta riqueza. El mundo rural se reivindica en tiempos de una autoestima que afecta a escenarios olvidados o menospreciados” como sería el Lluçanès.

Alcanza con remontar la riera de Merlès para constatar que el agua invita al baño, al picnic, al camping, de la misma manera que exige no ser manchada por la mierda, urbana o rural; ni cortar los caminos de paso con la caravana de coches mal aparcados; hay que tener cuidado con el medio ambiente; no jorobar a los payeses ya fastidiados desde que la leche de sus vacas no interesa a las grandes empresas —más pendientes de los cerdos y de la mano de obra barata— y el consumo de carne provoca agrios debates. No es fácil congeniar los intereses de las macrogranjas con los de las explotaciones familiares en un Lluçanès mejor conectado y conocido que nunca por el Eix Transversal.

La oferta gastronómica y turística es tan tentadora que aumentan las casas rurales frente a las de payés, sin espacio apenas para quienes aspiran a un proyecto de vida “razonable y que nada tiene que ver con un parque temático” (palabra de Erra), mientras se agravan los pleitos por causas como la planta de compostaje de Fumanya, la gasolinera de Sant Martí d’Albars o el mirador de Perafita. La agitación juvenil llega hasta els Munts. La quietud de día se torna diversión por la noche sin que nadie ruegue en las pregarias de la misa de once por superar las desavenencias del Lluçanès.

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