El Cruïlla convierte el Fòrum de nuevo en un festival
Pese a las mascarillas, la sensación de recuperar el pasado se impuso en una noche de hip-hop
Y el Fòrum volvió a ser el Fòrum de los festivales. Volvieron las sonrisas, el baile, los brazos en alto, los besos, las bromas, los que, pasada la medianoche, tenían la mirada más allá de la Puerta de Tannhäuser, quienes se arrullaban en un rincón, los que hipotecaron la garganta coreando sus canciones favoritas… una multitud pacífica y alegre acogida en un recinto amplio por el que se podía deambular sin temor a pisotones. ...
Y el Fòrum volvió a ser el Fòrum de los festivales. Volvieron las sonrisas, el baile, los brazos en alto, los besos, las bromas, los que, pasada la medianoche, tenían la mirada más allá de la Puerta de Tannhäuser, quienes se arrullaban en un rincón, los que hipotecaron la garganta coreando sus canciones favoritas… una multitud pacífica y alegre acogida en un recinto amplio por el que se podía deambular sin temor a pisotones. El Cruïlla encaraba el final de su primera jornada y sólo la presencia de mascarillas, bastante más usadas que en festivales precedentes, todo y que no generalizadas, recordaba que las cosas no son como eran. Pero su similitud con lo que fue la vida normal hizo soñar a 18.000 personas con un futuro que todo el mundo desea esté cerca. Y la música acunó a la multitud. La música, humana como el miedo, la esperanza o la risa.
”Nos hacen caso, no es necesario que insistamos”, decía uno de los voluntarios que cerraba la zona vallada ante un escenario, allí donde al estar prohibido entrar con bebida o comida no podía abandonarse la mascarilla. El público cumplía. Fuera de estas zonas, el uso de la prenda ya se relajaba aunque, y no es detalle menor, no viajaba en el codo o en los bolsillos, sino que muchas personas la portaban a guisa de barboquejo, como ese objeto que se tiene en casa un poco arrinconado pero, por si acaso, nunca decidimos tirar.
Lo de fumar fue otro cantar, y es que no fumar en una noche de hip-hop sería como ver a Bob Marley con un cigarrillo electrónico. Ojos convertidos en rayas remitían a que el tabaco tuvo competencia como sustancia más socorrida. Además, si Natos y Waor, triunfadores de la noche, cantaban Bicho raro, Más alcohol o Es como la cocaína, reprender ciertas conductas era como vender pilas a un amish. Sonaba Generación perdida y un corro celebraba cómo un individuo bailaba en el centro con un vaso de cerveza sobre la cabeza... que inopinadamente no cayó. Otro espectador iba tan alterado que, requerida la mascarilla, podría habérsela puesto como tanga sin darse ni cuenta...
Estos eran planos cortos, el plano general mostraba a una multitud enfebrecida, y entre sus manos la caída de la luz iba resaltando la diminuta luminosidad de las pantallas de los móviles con los que se grababa la actuación del dúo. Cierto, las multitudes pueden agobiar en un festival, pero negarse a mirarlas como plástica manifestación de alegría colectiva es pensar que unas botas sólo sirven para caminar.
Musicalmente, la noche tuvo un marcado aire religioso. Y es que el hip-hop que se formuló en el Fòrum tiene mucho de gran verdad inmarchitable. Frases rotundas, verdades como puños, sensación de resistencia propia de los cristianos en tiempos de Domiciano y permanente evocación de comunidad acentuada por el constante uso del “hermanos y hermanas”.
Cada uno de los tres grupos principales llevó esas ascuas a su sardina de manera diferente: Lágrimas de Sangre, en tono festivo; Natos y Waor, como un martillo pilón, y Kase.O, formulándolo con banda en clave de jazz. Al final de la noche, los vasos, degradables, abandonados en el suelo, evocaron estampas de un pasado que por tres días han vuelto al presente.