Lecciones francesas
Lo que suena a despolitización no es tal: más bien es la incapacidad de partidos y organizaciones tradicionales para mantener la complicidad con las que un día fueron sus bases
De unas elecciones regionales no parece fácil sacar grandes conclusiones. Sin embargo, la intelectualidad francesa siempre está a la caza de señales que permitan desplegar el carrusel de los análisis y las especulaciones. Esta vez el detonante que ha permitido convertir las regionales en categoría ha sido una abstención récord: un 66,7% de los electores se quedaron en casa en la primera vuelta, sin que en la segunda, la decisiva, mejoraran significativamente las cifras: 65,7%. Y la palabra despolitización corre de boca en boca.
Naturalmente, la proximidad de las elecciones presidenciale...
De unas elecciones regionales no parece fácil sacar grandes conclusiones. Sin embargo, la intelectualidad francesa siempre está a la caza de señales que permitan desplegar el carrusel de los análisis y las especulaciones. Esta vez el detonante que ha permitido convertir las regionales en categoría ha sido una abstención récord: un 66,7% de los electores se quedaron en casa en la primera vuelta, sin que en la segunda, la decisiva, mejoraran significativamente las cifras: 65,7%. Y la palabra despolitización corre de boca en boca.
Naturalmente, la proximidad de las elecciones presidenciales (en abril de 2022) ha catalizado el debate. Y no es para menos: en unos colegios electorales vacíos algunos han visto aparecer poderosos fantasmas. Y es sobre Macron y sobre la izquierda que pesan las mayores sombras.
Que la izquierda lleva tiempo perdiendo pie es evidente. Se traduce en una multiplicación de partidos y agrupacionesQue la izquierda lleva tiempo perdiendo pie es evidente. Se traduce en una multiplicación de partidos y agrupaciones
Aparte de la abstención, el resultado más impactante (aunque no sorprendente) ha sido el de La Republique en Marche: el partido del presidente cotiza a un 7% de los votos. Y una vez más se ha demostrado que la implantación territorial es básica para la suerte de un proyecto político. En España, por ejemplo se han visto las dificultades de los que no la tienen. Es el caso de Ciudadanos, pero también de Podemos que ha vivido fundamentalmente de movimientos asociados, implantados en ciudades y comunidades concretas.
La presidencia de la República es una institución muy singular: que imprime carácter al que la habita. Y le coloca por encima del espacio partidario. Y de hecho, Emmanuel Macron, con una singular campaña, llegó desde la nada, sin apenas partido, un año después de abandonar el Gobierno socialista. Su puesta en escena rompió unos moldes muy desgastados (por razones opuestas el paso de Sarkozy y Hollande fue demoledor para la institución) y la elección tuvo algo de plebiscito de lo aparentemente nuevo. Cinco años, por mucho que afirme un eslogan del presidente: “Lo ha dicho / Lo ha hecho”, la mayoría de las promesas de Macron han quedado en el aire o no han pasado de la sala de maquillaje y el presidente se encuentra en apuros cuando pisa la calle. ¿Será la despolitización la que le salve?
Los resultados dan un respiro a la derecha tradicional y dan vida a sus potenciales candidatosLos resultados dan un respiro a la derecha tradicional y dan vida a sus potenciales candidatos
No hay razón para confiarse. Lo que suena a despolitización no es tal: más bien es la incapacidad de partidos y organizaciones tradicionales para mantener la complicidad con las que un día fueron sus bases. El profesor Ulysse Rabaté cita un elocuente comentario de un joven de la banlieue parisina: “Con ustedes, la izquierda, es peor, con la derecha por lo menos sabemos de qué va”. Y efectivamente estas elecciones son un aviso —para Francia pero también para el resto de Europa— de algo que es evidente: que la izquierda lleva tiempo perdiendo pie. Lo que, en el caso francés, se traduce en una multiplicación de partidos y agrupaciones, marcadas a menudo por personalidades intratables como Melenchón, incapaces hasta ahora de alcanzar acuerdos para converger en un proyecto compartido. Ni siquiera los ecologistas que parecían tener el viento de cara han demostrado estar en situación de tomar el mando. Moraleja: la izquierda europea no ha hecho los deberes, no ha sabido leer los cambios de los últimos veinte años y tiene pendiente repensar un mundo que se le escapa. En el caso del ecologismo —que goza del beneficio de situarse en el nuevo paradigma— pesa una manifiesta dificultad para entender qué es la política de Estado.
Marine Le Pen riñó a los suyos por haberse quedado en casa. Confiaba en el carácter militante y combativo de su electorado y éste se comportó como los demás, lo que puede invitar a pensar que es ya un partido perfectamente integrado. Materia pues de reflexión en una Europa en cada vez son más los que, en la derecha, se apuntan a la radicalización, como el inefable Pablo Casado. ¿Le Pen ha sido frenada, por haber dado muestras de moderación o porque el ciclo de la extrema derecha empieza a decaer? Es una cuestión de interés para todos. Los resultados dan un respiro a la derecha tradicional y dan vida a sus potenciales candidatos que hasta ahora estaban a verlas venir. Lo cierto es que el duelo Macron-Le Pen en la segunda vuelta ahora mismo ya no parece tan seguro. Ni está claro cuál de los dos caerá de la carrera.
Advertencia: No es que la ciudadanía esté despolitizada, hay activismo en varias direcciones, simplemente no se siente interpelada ni reconocida por los que ahora mandan. Y eso es siempre un riesgo a la hora de las urnas.