Una Generalitat sin república
Gracias al acuerdo de Gobierno en Cataluña aparece un nuevo artefacto institucional que quiere mantener la ficción procesista y alimenta la pugna dentro del independentismo
¡Extraña época en la que las palabras no sirven para llamar a las cosas sino por ocultarlas! Gracias a la pretensión adánica de crear el mundo con la varita mágica del relato, de la designación caprichosa, cambiando incluso el sentido de las cosas, nos encontramos con las realidades paralelas, las burbujas de sentido y las fake news, la más enorme de las cuales es decir que son falsas las que son verdaderas y verdaderas las falsas, como magistralmente ha hecho Donald Trump desde que entró en política.
Atendiendo a las palabras de Pere Aragonés, hemos visto transformada la institu...
¡Extraña época en la que las palabras no sirven para llamar a las cosas sino por ocultarlas! Gracias a la pretensión adánica de crear el mundo con la varita mágica del relato, de la designación caprichosa, cambiando incluso el sentido de las cosas, nos encontramos con las realidades paralelas, las burbujas de sentido y las fake news, la más enorme de las cuales es decir que son falsas las que son verdaderas y verdaderas las falsas, como magistralmente ha hecho Donald Trump desde que entró en política.
Atendiendo a las palabras de Pere Aragonés, hemos visto transformada la institución de Gobierno catalán, surgida de la Constitución española de 1978 y fundamentada en el Estatuto de Autonomía de 2006, en una Generalitat republicana, una amable mentira que de seguro obtendrá la simpatía y el aplauso como mínimo de los votantes y seguidores de Esquerra Republicana, y el recelo de los votantes y seguidores de Junts, el partido patrocinador del artefacto de identidad desconocido y ambigua llamado Consell de la República.
La invención de una Generalitat republicana es una ficción lingüística en doble dirección, para afirmarse tanto frente a los partidarios del mantenimiento del actual status quo como frente a los que se niegan a aceptar los límites del autogobierno estatutario y constitucional. Como si fuera la institución precursora de la improbable República catalana, nonata el 27 de octubre de 2017 y perpetuamente aplazada desde entonces en la práctica política de todos los partidos independentistas. Salvada por las palabras que la designan, aunque el objeto designado esté literalmente vacío.
Las palabras no sirven para llamar a las cosas por su nombre sino para construir realidades paralelas
De cara a los socios de Junts, empedernidos defensores del Consell de la República, Waterloo, el legado del 1-O y la construcción de la República Catalana independiente, les dice que sus instituciones inventadas son innecesarias. Y menos aún pretender controlar el Govern para curar la enfermedad autonomista que padece. Dado que su presidente es de ERC, esta es la Generalitat republicana y molestan otros artefactos republicanos que se puedan añadir.
Hay que reconocer la voluntad de Aragonés de emanciparse de Puigdemont y de Junts. Si se tradujera en hechos, sería tal vez la primera vez, después de haber obedecido en todo y hasta el último momento. De hecho, toda la negociación y su resultado, empezando por el color de la presidencia y la mesa del Parlament, constituyen una derrota en toda regla de ERC. Junts ha logrado un gobierno a su gusto, con más poder presupuestario y peso político que su socio, ha evitado el castigo de unas nuevas elecciones y ha dejado todo listo para seguir disputando la hegemonía secesionista.
Dado que no hay derrotas definitivas, siempre habrá que contar con los márgenes que en este caso ofrece la institución central del autogobierno, el presidente, ahora más preparado que nunca para afianzarse en su autoridad, rehuir cualquier tutela o incluso aprovecharlo para hacer un gesto que deje bien claro quién manda aquí. No será fácil. No lo facilitará ni la verbosidad de Puigdemont ni los silencios de Junqueras. Tampoco las 46 páginas del acuerdo de gobierno, llenas de letras gruesas y espesas y estrambóticos organigramas, comisiones de vigilancia y de coordinación. Destruidas casi las instituciones que teníamos, el independentismo se ha entretenido en inventar otras. Primero, las de Waterloo para mantener la legitimidad del Govern destituido por 155, y luego, ahora, las actuales para vigilar la Generalitat gobernada por ERC.
Hay que reconocer la voluntad de Pere Aragonés de emanciparse de Carles Puigdemont y de Junts
El nuevo gran artefacto independentista es el Espacio de Coordinación, Consenso y Dirección Colegiada, donde estarán representados los tres partidos independentistas y ANC y Òmnium. El organismo, de gran complejidad y objetivos muy indeterminados, contará con una Dirección Estratégica, un Comité Técnico y seis grupos de trabajo: municipal, parlamentario, internacional, anti represivo, proceso de negociación y “movilización para el embate contra el Estado”. Detalle relevante: “situará sus trabajos fuera del foco mediático”.
La prosa torturada del acuerdo quiere recuperar de forma difícil de entender el Consejo de la República: “Apostamos por un espacio que actúe de forma discreta y que busque transitoriamente la coordinación con el Consejo para la República hasta que este finalice su reformulación y el espacio de Coordinación, Consenso y Dirección estratégica se pueda situar en su marco “. Nunca es tan cierto como en este caso que el papel todo lo aguanta.
Para acabar de rematarlo, hay todo otro organigrama de complejidad similar, en este caso bilateral entre ERC y Junts, en lugar de los cinco componentes del Espacio de Coordinación, para resolver los conflictos y coordinar las consejerías, como si el gobierno no fuera él mismo un órgano de coordinación y decisión. Habrá pues un Equipo de Coordinación Parlamentaria, otro Gubernamental, un Equipo de Seguimiento del Acuerdo, unos grupos de trabajo sectoriales, una Reunión de Monitoreo del Acuerdo —este con aroma de colonias— y un Comité de Dirección Política.
Finalmente, con tantas reuniones. ¿Quedará tiempo para trabajar en lo que interesa a los ciudadanos? Hay que dudarlo. En todo caso, de república bien poca. Atendiendo a los ciudadanos, todo ello parece pensado para la mitad de los catalanes, los independentistas. Atendiendo a la transparencia, la división de poderes y al Estado de derecho, tampoco son buenas las primeras impresiones. Persiste el síndrome del secretismo y de la clandestinidad, presentes durante todo el procés. Mucha república en las palabras pero pocos valores republicanos y poco republicanismo cívico en los hechos, este es el resumen desolador.