Montserrat, 1938: hospital e imprenta del ejército republicano
La Biblioteca de Catalunya muestra documentos y libros de las chocantes mutaciones que sufrió el monasterio durante la Guerra Civil
“Los xuclallànties ya se han marchado todos”, constata el mosso d’esquadra. Han pasado cinco semanas desde el alzamiento fascista del 18 de julio. La Generalitat ha confiscado el monasterio de Montserrat, invitando a abandonarlo a los 160 monjes y monaguillos que lo habitan. “Montserrat, feudo inexpugnable, ya es del pueblo”, titula el diario Última Hora del 25 de agosto de 1936. “Vamos a reivindicar la montaña de Cataluña convirtiéndola en un gran centro cultural de gran atracció...
“Los xuclallànties ya se han marchado todos”, constata el mosso d’esquadra. Han pasado cinco semanas desde el alzamiento fascista del 18 de julio. La Generalitat ha confiscado el monasterio de Montserrat, invitando a abandonarlo a los 160 monjes y monaguillos que lo habitan. “Montserrat, feudo inexpugnable, ya es del pueblo”, titula el diario Última Hora del 25 de agosto de 1936. “Vamos a reivindicar la montaña de Cataluña convirtiéndola en un gran centro cultural de gran atracción turística”, asegura en la misma cabecera Carles Gerhard, a quien la Generalitat ha nombrado poco antes, el 4 de ese mes, comisario conservador para velar por el destino del recinto y su contenido. Empezarán dos años y medio de vértigo para Montserrat, que se verá transformado en hospital militar, biblioteca e imprenta del ejército republicano.
A los pocos días del estallido del conflicto, 15 mossos fueron al monasterio. “Los frailes se entregaron en seguida; ya iban de paisano”, relata el mosso entrevistado por el reportero. Libraron “pistolas antiguas y algún sable”, pero luego hallaron cajas de armas y municiones arrojados al barranco cercano de Els Degotalls. “Si subimos dos horas más tarde, Montserrat habría ardido por los cuatro costados”, declara pensando en las posibles intervenciones de grupúsculos revolucionarios, mientras muestra los trabajos de retirada de cruces y pasea a periodista y fotógrafo por las dependencias, entre ellas las “sencillas y sucias”, del padre abad, donde cuelga, en cambio, un greco. También se fijan en un retrato de Jaime de Borbón montado a caballo o en una vajilla con los platos ribeteados en oro y los emblemas de la monarquía. “Los frailes estaba desolados, lamentaban el fracaso del movimiento fascista; el abad estaba enterado del golpe porque dijo al chófer de llevar a los monjes viejos al monasterio de Andorra para antes del 25 de julio”, sostiene el policía.
Bajo el mando de la Generalitat, la Escolanía, “una cosa sencillamente infecta, sucia”, describen, quieren convertirla en colonia Escolar Permanente. Los mossos viven en el recinto, como varias de las familias que se encargan del mantenimiento del centro, entre ellas la del propio Gerhard, que está con sus hijos y también con su hermano, el músico Robert Gerhard. Lo demuestran las fotos que conforman la primera parte de la muestra Impremta y biblioteca a l’Hospital Militar de Montserat (1938-1939), que esta semana aún puede verse en la Biblioteca de Catalunya de Barcelona.
Entre la documentación, amén de fotografías y libros que narran las vicisitudes del monasterio durante la Guerra Civil, está la autorización del Comité Central de las Milícies Antifeixistes por la que se permite a Carles Gerhard “circular libremente por todo el territorio con armas y usando cualquier medio de comunicación”. O un impagable certificado, del 15 de julio de 1937, para el hermano Gabi Areso, que, por hacer de portero, cobra 56 pesetas semanales. La “empresa donde trabaja”: “Comissaria de la Generalitat”, reza el papel.
La vida de la zona y del monasterio, como la propia guerra, se complica a partir de 1938, cuando el recinto se convierte en hospital militar del Ejército del Este, a pesar de la oposición de Gerhard. Un requerimiento del ministerio de Defensa Nacional del 15 de abril de 1938 insta a terminar el equipamiento: “Es urgentísimo la puesta en marcha definitiva de este hospital en su máxima capacidad”. Ocupará el emblemático edificio de Nostra Senyora del recinto y será conocida como la Clínica Z, bautizada así porque era la última donde iban a parar los soldados para recuperarse, llegando a cobijar hasta 3.000 soldados convalecientes.
Fabricar el papel
Con las tropas, como soldado de un XI Cuerpo de Ejército del Este con notable actividad en propaganda política, llega a Montserrat el poeta de la Generación del 27 Manuel Altolaguirre. El majestuoso taller de imprenta, nacido en 1499, que los monjes habían dejado (“uno de los mejores de Cataluña”, según el propio Altolaguirre), despertó su pasión. Allí, en un sobrio pero elegante bicolor negro y rojo, editará España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra, de Pablo Neruda, con una primera tirada de 500 ejemplares, numerados. El cinco es el que se expone en la muestra, junto al Cancionero menor para los combatientes (1936-1938), de Emilio Prados, y España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo, cuya silueta firma Picasso el 9 de junio de 1938.
“Soldados de la República fabricaron el papel, compusieron el texto y movieron las máquinas”, reza el pie de imprenta. “Es la primera vez que en una exposición se muestran los tres juntos”, pone en valor Àngels Rius, comisaria de la muestra y directora de la Biblioteca de la Abadía de Montserrat, que ha colaborado en la exposición. Rius lleva ya tres años estudiando este episodio, que en breve convertirá en libro. Amén de esos tres títulos, hoy consideradas raras ediciones de bibliófilo, también en aquella imprenta, según Rius, se confeccionó Los Lunes de El Combatiente. Hoja semanal de literatura, suplemento cultural del diario de la unidad.
La Clínica Z gozaba de una modesta biblioteca, con 300 ejemplares, de la red de las Milicias de Cultura, creada por el Ministerio de Instrucción Pública de la República, pero alimentada también por el Servei de Biblioteques del Front de la Generalitat: colaboraban a menudo. “Cuando los monjes recuperaron el monasterio hallaron esos libros, que no se unieron a su biblioteca, pero tampoco se eliminaron”, fija Rius. Ahora se han estudiado e incorporado en una colección especial. Son piezas casi únicas: “No hay ninguna biblioteca que tenga libros de los dos sistemas de lectura”, recuerda.
Con la retirada precipitada en enero de 1939 (el día 10 aún salían de la imprenta montserratina los 1.500 ejemplares, a una sola tinta, de la segunda edición de España en el corazón) y la victoria de Franco, las lecturas de los soldados republicanos desaparecieron. Una mirada ideológica a los títulos expuestos de la biblioteca del hospital, lo explica: El contrato social, de Rousseau; La vida de Puchkin (sic); Miseria y trabajos. Ganando el pan, de Gorki, Palabras de un rebelde, de Kropotkin…, todos entre el comunismo y el anarquismo y más de la mitad, de sociología y política. Una ficha de préstamo del convaleciente soldado Cruells demuestra que, en 15 días de entre agosto y septiembre de 1938, se zampó el libro Crítica religiosa de Voltaire. Se tardarían 40 años para poder volver a sanarse así de cuerpo y espíritu.