La locomotora energética se harta de tirar del carro
Tarragona genera más de la mitad de la electricidad consumida en Cataluña por el tirón de las nucleares
Las dos instalaciones nucleares que están activas en Ascó, junto con la cercana central de Vandellòs, produjeron el año pasado la mitad de todo el consumo eléctrico que demandó Cataluña. Pero esa locomotora energética se aproxima a la vía muerta. La fecha de caducidad de los reactores está fijada en el 2030 y podría estirarse, como mucho, hasta el 2034. La Generalitat trata de acelerar el plan B que debe paliar la dependencia de las nucleares y se escuda en el decreto aprobado a finales del 2019 para defender que las bases para el despliegue de las renovables están puestas. Pero el ansiado des...
Las dos instalaciones nucleares que están activas en Ascó, junto con la cercana central de Vandellòs, produjeron el año pasado la mitad de todo el consumo eléctrico que demandó Cataluña. Pero esa locomotora energética se aproxima a la vía muerta. La fecha de caducidad de los reactores está fijada en el 2030 y podría estirarse, como mucho, hasta el 2034. La Generalitat trata de acelerar el plan B que debe paliar la dependencia de las nucleares y se escuda en el decreto aprobado a finales del 2019 para defender que las bases para el despliegue de las renovables están puestas. Pero el ansiado despegue de la energía verde choca con la oposición de territorios quejosos por tener que cargar con una sobresaturación de infraestructura energética.
Varias comarcas de Tarragona levantan la voz para reclamar que el fin de las nucleares debe marcar un punto de inflexión para una redistribución más equilibrada de las instalaciones generadoras de energía. Ese sentir se visualiza especialmente en la Terra Alta. Concentra 148 de los 801 molinos existentes en la comunidad autónoma y, además, tiene varios proyectos sobre la mesa que promueven nuevos parques. El 25% de la potencia eólica de Cataluña sale de esta comarca y el colectivo Terra Alta Viva afirma que la masificación eólica es “la mayor amenaza” que sufre actualmente la zona.
La Terra Alta concentra 148 de los 801 molinos que existen en Cataluña
El geógrafo Sergi Saladié, exdiputado de la CUP, tiene una tesis doctoral sobre paisaje y conflictos territoriales que profundiza en los efectos del sembrado de aerogeneradores y su impacto visual. Cuenta que “no es ninguna sorpresa” la oposición creciente a la implantación de molinos de viento, pese a que son una fuente de energía verde y, sobre el papel, amable. “La primera ola de las renovables, a principios de los años 2000, ya desencadenó un conflicto, pero el impacto fue menor”. Señala que el boom eólico actual ha trasladado el asunto “a un mayor número de espacios rurales y la respuesta es más notoria”.
Saladié destaca que la implantación de infraestructura renovable a gran escala no ayuda a fijar población —”si fuese algo tan bueno, la gente no se iría”— ni tampoco redunda en un aumento de la renta por cápita. “No hay una mejora de las condiciones de vida y el impacto laboral es testimonial, apenas un 0,7% de la población ocupada de cada municipio trabaja en los parques”, sostiene el exdiputado de la CUP.
Frenar la despoblación
Jaume Morrón es el gerente de Eoliccat, la asociación que representa a unas 40 empresas vinculadas a los parques eólicos. Defiende que en los municipios donde se levantan molinos sí que hay un rendimiento económico: “Toda la producción energética es PIB, con lo que el PIB por cápita sube”. Como ya pasó en el Priorat, el sector de los elaboradores de vino se muestra muy receloso con la proliferación de aerogeneradores en la zona. “En la Terra Alta se ha demostrado que el negocio del vino y la industria eólica crecen de manera simultánea”, replica Morrón. “Los aerogeneradores aumentaron en número y en potencia entre 2006 y 2011 y, desde entonces, el número de bodegas se ha triplicado. Si hay más bodegas que nunca, los molinos tan malos no deben ser”, abunda.
El territorio muestra una oposición creciente a las instalaciones eólicas
El gerente de Eoliccat opina que las críticas al impulso de las renovables responden a un “ruralismo mal entendido” y avisa de que “lo inteligente es usar las renovables como palanca para frenar la despoblación y para incentivar la reindustrialización”. Morrón pone como ejemplo el caso de Flix, un municipio tarraconense con una larga tradición industrial pero sobre el que pesan muchas incertidumbres tras el repliegue de la actividad de la química Ercros. “Es factible implantar renovables en Flix y sería muy importante para la Ribera d’Ebre, porque se puede convertir en un pozo de pobreza”.
Flix está a una decena de kilómetros de Ascó. Gemma Carim es la presidenta del consejo comarcal de la Ribera d’Ebre y admite que el cierre nuclear supone un desafío para la supervivencia económica de la comarca. “Con la central nuclear tenemos vías de evacuación muy golosas y por eso vienen aquí las empresas que hacen negocio con las instalaciones de renovables”, señala, en referencia al poderoso tendido eléctrico que está instalado en la comarca de la Ribera d’Ebre. “Por eso y porque aquí cada vez hay más gente desencantada con la agricultura y el precio del suelo va a la baja”, cuenta. Pero avisa de que esa confluencia de factores no puede ser una carta blanca para que la comarca trague con una concentración de parques eólicos o con vastas extensiones de huertos solares. “Una masificación, sea de lo que sea, siempre es mala. No hay derecho que no seas dueño ni en tu casa, te sientes invadido. Nuestra lucha es por poder pactar las cosas y la reindustrialización tiene que hacerse de forma amiga con el sector agroalimentario”, sentencia.
“Los argumentos binarios venden mucho. El vino, el aceite y el mundo rural es el bien y la energía es el mal”, sintetiza Jaume Morrón, gerente de Eoliccat. “Para progresar económicamente, una comarca tiene que sacar el máximo de sus recursos disponibles, sin dañar el medio en el que se vive, claro”, añade. “La gente ya no se deja enredar tan fácil como hace 20 años”, juzga el geógrafo Sergi Saladié.