El ‘procés’ tensa las relaciones entre la Generalitat y el episcopado catalán

El cardenal Juan José Omella, hombre del Papa, trata de mantener el equilibro mientras recibe críticas por su escasa complicidad con el independentismo

El cardenal Juan José Omella, en la misa en julio por los difuntos durante la pandemia en la Sagrada Familia.Quique Garcia (EFE)

Políticos presos en misa y obispos que no van a visitarlos. En Cataluña nunca había habido tanto líder devoto y tanto prelado que lo evitara. La resistencia del cardenal arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal española, Juan José Omella, a visitar a los dirigentes secesionistas encarcelados y las críticas hacia el prelado de los ex presidentes de la Generalitat Carles Puigdemont y Quim Torra son jalones de una nueva e insólita etapa en la Cataluña pospujolista. El procés ha tensado las rela...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Políticos presos en misa y obispos que no van a visitarlos. En Cataluña nunca había habido tanto líder devoto y tanto prelado que lo evitara. La resistencia del cardenal arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal española, Juan José Omella, a visitar a los dirigentes secesionistas encarcelados y las críticas hacia el prelado de los ex presidentes de la Generalitat Carles Puigdemont y Quim Torra son jalones de una nueva e insólita etapa en la Cataluña pospujolista. El procés ha tensado las relaciones entre jerarquía eclesial y poder civil catalán, en una situación política que detesta los matices. El desencuentro se produce bajo el pontificado más abierto de los últimos decenios –el del Papa Francisco– y con una feligresía que mayoritariamente es nacionalista y en muchos casos abierta partidaria de la estelada.

Se acabaron los tiempos de comunión entre obispos y poder democrático civil, cuando Jordi Pujol se esforzaba en exhibir esa concordia a un Vaticano gobernado por un Juan Pablo II, en una Roma insensible con la cuestión nacional catalana. El pontificado de Francisco parece haber puesto fin a connivencias y complicidades entre poderes terrenales y celestiales en Cataluña. Pero el procés exige tomar partido. Y el nombramiento de Juan José Omella como arzobispo de Barcelona en 2015 empezó levantando suspicacias. Aunque es un aragonés de Cretas que tiene el catalán como lengua materna, era sospechoso de incumplir el canon de adhesión inquebrantable que el momento soberanista exigía. Al principio tuvo como gran interlocutor a Oriol Junqueras, católico practicante, líder de Esquerra y entonces vicepresidente de la Generalitat. Pero las cosas se empezaron a torcer con la propuesta fracasada del Gobierno central de Mariano Rajoy de que mediara con el Ejecutivo de la Generalitat en plena crisis política por la Declaración Unilateral de Independencia (DUI). Tanto al entonces presidente Carles Puigdemont como al propio Junqueras les parecía más apropiado para el puesto el abad de Montserrat, Josep Maria Soler, quien reiteradamente se había manifestado a favor del derecho de autodeterminación.

Tras el desenlace judicial del procés y la consiguiente condena, Omella se ha negado a visitar a los líderes independentistas presos encarcelados como le pedían buena parte de sus curas y feligreses. El cardenal aducía la verdad geográfica de que dentro de su diócesis no hallan las prisiones en las que están internados. Algunos sacerdotes le aconsejaron que accediera al encuentro, amparándose en una de las siete obras de misericordia corporales, la de visitar a los presos. Pero Omella temió que su gesto se malinterpretara. A lo máximo que ha llegado es a expresar con el resto del episcopado catalán su preocupación por la situación personal de los líderes independentistas encarcelados.

Pese a sus reticencias con los prosecesionistas, aseguran fuentes eclesiásticas barcelonesas, su plan pastoral ha sido mayoritariamente aceptado en la diócesis donde convive sin problemas con el independentismo. De hecho la mayoría de los asistentes a los foros de cristianos progresistas en los años ochenta y noventa –según encuestas realizadas– se confesaban votantes de CiU. Probablemente ahora lo serán de Junts per Catalunya, aunque en el terreno social se consideren de izquierdas. El fallecido periodista Llorenç Gomis, fundador de la revista El Ciervo lo sintetizaba en una frase: “votan a CiU pero apoyan propuestas propias de los comunistas del PSUC “. Y algo de ese sustrato debe permanecer, pues Omella y su proyecto no ha tenido motines en la diócesis.

La proximidad del arzobispo de Barcelona al Papa –está en el reducido comité vaticano reducido que decide quiénes serán prelados y preside la Conferencia Epsicopal– hace que su hegemonía sea indiscutida por sus compañeros de las restantes 11 diócesis catalanas. Entre ellos no hay antiindependentistas furibundos, pero sí evidentes nacionalistas básicamente al modo pujolista. Los más significativos son Francesc Pardo, obispo de Girona; Joan-Enric Vives, prelado de Urgell, copríncipe de Andorra y hombre de viejas simpatías convergentes ; y Joan Planelles, arzobispo de Tarragona. Luego hay un caso de orientación cambiante: el obispo de Solsona, Xavier Novell, quien pasó de ser españolista a ultraindependentista y ahora, en una reciente carta pastoral, ha abogado por la creación de un partido democristiano. “Un católico coherente no puede votar a ninguno de estos partidos [los ahora existentes] excepto en el caso de que, no habiendo alternativa, deba optar por el mal menor”, sostenía Novell en una reciente carta pastoral.

El nuevo pontificado parece alejar los viejos tiempos de mitra, báculo y misa de autoridades oficiada por el arzobispo de Barcelona en la capilla de Sant Jordi del Palau de la Generalitat. El pasado verano sin ir más lejos, Omella fue fotografiado en su pueblo natal de Cretas en mangas de camisa entrando en un hostal para charlar con Salvador Illa, el entonces solo ministro de Sanidad, quien forma parte del sector católico del PSC. Se acabaron los viejos tiempos en que el presidente de la Conferencia Episcopal solo se reunía con el del Gobierno central: de poder terrenal a poder celestial. Queda cierta nostalgia del pasado, como el reconocimiento que el episcopado español hizo en agosto del año pasado de la monarquía cuando el rey emérito se fue de España. “Es la única institución del Estado que aún bautiza a sus hijos y hace pública profesión de fe de su catolicismo; es lógico que el episcopado la defienda”, señalan fuentes eclesiásticas.

Pero flashbacks a parte, las relaciones entre Iglesia y Estado en el conjunto de España están cambiando, al igual que entre obispos y nacionalismo catalán. No obstante, el imaginario independentista creyente siempre está tutelado por la frase atribuida a Torras i Bages, que sintetiza un estrecho, sospechoso y viejo maridaje entre patria y fe: “Cataluña será cristiana o no será”.

Archivado En